lunes, 2 de abril de 2007

José Mª Amigo Zamorano: Siguiendo a Omar Khayyam 27


27.
Meditando en la Bodega

Y, ¿qué otra cosa puede haber mejor que beber en la bodega con los amigos?...
Era mas que una pregunta la afirmación de una verdad íntimamente sentida. Esto iba pensando el poeta Omar Khayyam mientras bajaba los escalones de la bodega de Al-Jalil.

--Oídme bien, vosotros, que sois mis amigos...

--Omar, no grites tanto, ya te oímos; si sigues a sí se va a caer la bodega y después ¿dónde bebemos?

--Lo que os quería decir es que cuando muera...

--¡Qué perra! Oye, Omar, espérate un poco a morirte; espera, por lo menos, a que nos sentemos, abramos la espita, llenemos la jarra y bebamos.
--¡Eso! Después te mueres cuando quieras...

Soltaron la carcajada mientras bajaban los escalones de la bodega.
Olía a vino, a humedad y a moho. Las paredes brillaban como si tuvieran una capa de cristal: era la humedad de siglos concentrada en la cara de las rocas. La escalera estaba desgastada en el centro de los peldaños por miles de pies. Y dificultaba la bajada.
Omar Khayyam, a quien agarraba Rustem para no caerse con su pata de palo resbaló, y a punto estuvo de caer llevando consigo a su amigo.

--¿Qué te pasa? ¿Te has propuesto morirte antes de que nos inundemos con vino?

--¡Qué gracioso!... Al-Jalil, lo que tenías es que arreglar los escalones. Gastas menos que rezas y te va castigar el divino Alá.

--Tú, no hables tanto, Rustem, que para bajar a tú bodega hay que saltar como monos. Y, ten cuidado, pues con tu pata chula, un día la diñas y a no tardar, antes que Omar.

Rustem, que acababa de llegar al descansillo de la bodega, le contestó con un suspiro de alivio diciéndole:

--Mi escalera está perfecta.

Y diciendo esto se sentó en la piedra que sujetaba una de las cubas.

Al-Jalil encendió unos candiles. Poco a poco se fueron sentando entre bromas, mientras él abría la espita de una cuba y llenaba una jarra de vino tinto espumeante hasta el borde. El olor del vino era un aroma que solo ellos olían y les llegaba no a la nariz sino a la boca que comenzaba a relamerse. Se sentó. Después del primer trago invitaron a Omar Khayyam a que continuara su charla sobre la muerte.

--Os decía que cuando me muera...

--Perdona, antes de que sigas, ¿hay algo después de la muerte?

--Algo debe haber

--Pero... ¿qué?

--Otro estado de ser.

--Eso ¿qué quiere decir? Explícate, si es que sabes.

--Lo que sé es lo que observo; por ejemplo: a mi se me murió la burra, ¿recordáis? y la enterré en una parcela en la que luego sembré trigo; pues bien: en el mismo lugar creció el trigo más alto, más verde y más fuerte; cuando lo segué en el verano las espigas se diferenciaban considerablemente del resto.

--O sea, que nosotros tenemos algo de burros -saltó Al-Jalil y todos se echaron a reír, menos Omar que le preguntó la razón de su salida.

--Pues claro: hemos comido el pan, luego parte de burra está con nosotros.

--Estará en ti, que cuando hablas, relinchas -replicó uno; y continuaron riéndose.

--No, no os riáis, tiene algo de razón: la burra se transformó en trigo y del trigo... ahora es algo nuestro: ha cambiado de estado.

--Es difícil de entender lo que dices.

--Bueno, vamos a dejar de hablar de esto... Omar te hemos interrumpido varias veces...

--Son cosas mías: quiero que cuando me muera, me lavéis con vino.

--¡Yo!

--No, tú no; con tus manazas le harías daño.

--Si. Que sea él; vosotros sois testigos: que sin contemplaciones me restriegue bien... O sino... hacedlo todos y rezáis

--¡Ah, no! ¿Rezar yo?... Ni hablar.

--Quiero decir que recéis en nombre de la rebeldía, del amor y de las copas...

--¿Para qué esperar a la muerte? -dijo Al-Jalil- recemos en nombre de las copas -y sirvió más vino.

--Luego, cuando venga el Día del Juicio...

--Si tu no crees...

--Da igual; en cualquier caso, si viniere, y queréis encontrarme... estaré en el umbral de la taberna... como todos los días.

--Omar... yo me pregunto... ¿tú vas a morir?... ¡no!... entonces... ¿qué hacemos, como unos bobos, hablando de esto?... Bebamos... que todos somos hermanos...

--Por cierto, ¿os acordáis del padre de Jatami?... -preguntó Jalil- Os voy a contar lo que le sucedió con su hijo... el que se marchó a la ciudad...

-respondió uno.

José Mª Amigo Zamorano: Siguiendo a Omar Khayyam 26


26.

Omar Khayyam, embriagado por la vida que va desarrollando los fugaces instantes, como siempre, la goza sin que ningún dolor físico le atenace en estos momentos; está ahí, junto a su hermosa dama, a la sombra de los parrales que enverdecen el rincón mas alto de su jardín; desde allí restriega sus ojos con el paisaje: hoy ha amanecido soleado; solo algunas nubes dan unas pinceladas algodonosas al cielo azul; un viento suave las va empujando hacia las viñas ensombreciéndolas y aclarándolas sucesivamente; el verde claro de los brotes, en las cepas, destaca, de cuando en cuando, poniendo unos puntos blanquecinos; el claro-oscuro de este día primaveral refleja, fielmente, la fugacidad de la estancia del individuo sobre la tierra: nace iluminado y, de pronto, es empujado por el viento de la historia, con minúscula, hacia el reino de las sombras para no volver nunca, jamás; y de la misma forma que la luz y la oscuridad desaparecen sin dejar rastro, así la vida singular se va concluyendo en la nada del individuo.


Rodea, Omar Khayyam, con un brazo el cuello de su amada y, con la mano del otro brazo, ase el vaso de vino y se lo lleva a los labios; vaso que, tal vez, no se sabe, antaño, fue parte de otro hombre que, como él, rodeaba el cuello de bien amada, contemplando el paisaje y pensando como si no existiese; Omar Khayyam sabe que, en este mundo, que es la vida, todo concluye (salvo para los que viven de estériles quimeras) en la nada sin remedio; y, lo más probable, es que el otro también supiera algo de eso y gozara, al igual que el gran poeta persa, exprimiendo el jugo de esta uva transitoria.