---Viene del post anterior
G)
Miró en derredor. No había nadie. Y extrañado y algo temeroso diose cuenta que no se oía nada mas que el suave y sordo suspiro o lamento, o lo que fuere, procedente del convento. Los grajos habían desaparecido. En el cielo reinaba el sol y los buitres. Se sintió, sin saber por qué, huérfano en el mundo, inerme ante cualquier peligro.
Mas, para dárselas de valiente y dominar su irracional temor, decidió rodear el parque con parsimoniosa lentitud.
Eso de dar un rodeo -hay que explicarlo- lo hizo porque otras veces, la mayoría, saltaba la cerca e iba directamente hasta la fuente a beber o simplemente para contemplar salir el agua a chorro por el caño.
En ese momento no, torció a la izquierda, con la sensación aparente de tranquilidad. Conteniendo las ganas de acelerar su andadura para verse entre gente. Poco a poco fue avanzando. Siempre con la punta de acero del cayado bien visible y apuntando atrás. Con el fin de que los potenciales fantasmas pudieran apercibirse que, el que iba delante de ellos, no era un ser débil e indefenso sino que poseía un arma y estaba dispuesto a utilizarla. Por lo que antes de agredirlo lo pensaran muy mucho.
Ya había recorrido una cuarta parte del contorno de la valla del parque cuando observó que, del lado opuesto, alguien saltaba la cerca. Se fijó de reojo en el individuo. Era el Padre de Husein que se dirigía hacia él hablando. O eso creyó. Continuó andando aparentando ignorarlo. Eso si, en su cerebro tenía grabado los ojos negros de mirada feroz.
A pesar de ello contuvo las ganas de echar a correr. Apretó los dientes para no dar voces de auxilio. Los músculos de la mano se tensaron en torno al cayado. ¿Era peligroso el Padre de Husein? No, no lo era. Para nada. Al menos él no había oído nada que le inclinara a pensar lo contrario. Mas el Padre de Husein era marroquí, ¡un moro, joder! Y había que tener cuidado con ellos. La mayoría eran -lo habían dicho pero lo repetía- violentos, extremistas, sectarios, ladrones, traicioneros...
Muchos llevaban navajas escondidas. Y hasta cuchillas en la boca. Sabían esconderlas manipulándolas con la lengua. Y esto no eran habladurías, se podía leer en 'El pan desnudo' novela del marroquí Mohamed Chukri.
¿Qué era sacar la cosa de contexto y de quicio?... ¿Qué lo recordaba, ahora, muerto de miedo?... Bueno, quizás, pero el Chukri era marroquí, ¿o no?... Por lo que había que precaverse de ellos, pues en cualquier momento...
El que nosotros narremos esto así y con estas palabras no quiere decir que estemos de acuerdo con semejantes opiniones. Reconocemos, eso si, que nunca está mal actuar con prudencia en semejantes casos. Además, vamos a ver: ¿de dónde ha salido el Padre de Husein?, ¿qué quería?... Y sobre todo, ¿qué quería de él?...
Llegado a este punto en las elubraciones miedosas, aceleró el paso y pudo comprobar que el roce acelerado de los pantalones le llegó claramente a sus oídos. Prueba fehaciente de que, el que le seguía, tenía malas intenciones. La solución era echarse a correr para distanciarse del perseguidor. El otro haría lo mismo, pero le ganaría unos segundos. Y ese tiempo era oro para él ya que, antes de que lo alcanzara, estaría llegando a las primeras casas que, a escasos metros, se divisaban pudiendo ser auxiliado por cualquier vecino.
Desesperado emprendió una loca carrera. Para su desgracia se dio cuenta que no había sorprendido al perseguidor, al contrario lo sentía ya muy cerca. El roce de los pantalones le martilleaba el oido multiplicándolo con fuerza de fiera. Hasta la respiración del Padre de Husein parecía que salía de su propia nariz.
Aterrorizado abrió la boca para dar un grito grande, agudo, potente... aunque se desgarrara la garganta. Mas lo que se oyó claramente fue un ruido metálico, como el de un portón al cerrarse. Se sobresaltó. Tanto que le hizo pararse en seco. Y con la inercia, casi se cae. Tuvo que agarrarse al hierro de la cerca del parque.
Miró para atrás.
Empuñó con fuerza el bastón y... no había nadie tras él.
(Seguirá) ---