Observó, en su camino hacia la cama, que en el hall de entrada, a la izquierda, había una fuentecilla de alabastro de la que fluía agua cuando la luz se encendía. Y a la derecha un gran espejo a los pies del mismo una alfombra era el recipiente del calzado de calle. Y, se le había olvidado por completo, arcoirisándolo todo, desde el techo, una lámpara que llaman de araña.
Llegados a estas alturas del relato, plagado de detalles insignificantes pero imprescindibles para su cohesión, alguien podría preguntar acerca del personaje que, asegura este escribidor, y es verdad, el viajero lo halló en aquella casa. Ese personaje introducido con cierto misterio pero que no tiene, en si, nada de misterioso, mágico, ni nada del otro mundo, sino al contrario es muy humano, incluso demasiado humano, según escribiera un poeta, y por tanto muy carnal y además claro como la luz del día. Y no, aun no lo descubre. Porque todo aquel, o aquella, que haya leído este escrito, tan pormenorizado en ciertos detalles, comprenderá que, tras tantas horas de viaje, su timidez enfermiza, la discusión de hermano y hermana, la cena, el orujo, el champán… y los diversos objetos disparando sus formas y colores al cerebro, no estaba predispuesto, él, más que para dormirse.
De modo que durmió. Si. Y soñó. Soñó con que se perdía entre colinas, sin llegar a meta prevista porque se extraviaba entre un dédalo de montes y oteros conocidos, para más INRI. Lugares en los que trabajaban mineros, también conocidos, que salían cansados de la faena, tiznados de negro carbón, delgados, hambrientos, que se unían a él perdiéndose entre vericuetos, mientras sus mujeres e hijos esperaban verles aparecer con la comida en la mano y corrían a abrazarse a ellos sonriendo. Sueño entre placentero y angustioso.
La mañana siguiente, lo vio por la ventana, amaneció con algunas nubes que amenazaban lluvia. Se lavó en el cuarto de baño que, dicho sea al paso de estas letras, tenía todo lujo de detalles: taza, lavabo, bidé, bañera y toallas, toallas por todas partes: en la taza, en el lavabo, en el bidé, en la bañera; toallas de todo tipo: toallas valga la redundancia, toallitas, toallones, ¿alguna más? Pues si, pero ignora su nombre. Servicio de aseo con azulejos relucientes, sin el más mínimo atisbo de suciedad.
Volvió a la habitación y se vistió rápido. Tenían que desayunar e irse a otro pueblo donde se juntarían con otros invitados al ágape o comida en honor del ya mencionado familiar.
Mientras se vestía se fijó en la cama donde había dormido. De matrimonio. Situada la cabecera en medio de lo que llaman armario puente; es decir: dos columnas de armario o laterales, columna unidas por arriba por el altillo a modo de puente. A ambos lados la cama tenía una mesilla de las que llaman de noche, con una lámpara cuyo pie era angelotes desnudos y rollizos. La habitación, con el suelo todo de moqueta, tenía una gran ventana con un radiador debajo de ella. No era una habitación grande, pero si muy cómoda. De forma cúbica no faltaba de nada, hasta tenía un televisor de plasma, una sillita para colocar la ropa, un mueble de madera con travesaños a modo de perchero y una lámpara de techo de cinco bombillas.
(seguirá)