sábado, 25 de septiembre de 2010

Él estaba allí - 4

Observó, en su camino hacia la cama, que en el hall de entrada, a la izquierda, había una fuentecilla de alabastro de la que fluía agua cuando la luz se encendía. Y a la derecha un gran espejo a los pies del mismo una alfombra era el recipiente del calzado de calle. Y, se le había olvidado por completo, arcoirisándolo todo, desde el techo, una lámpara que llaman de araña.
Llegados a estas alturas del relato, plagado de detalles insignificantes pero imprescindibles para su cohesión, alguien podría preguntar acerca del personaje que, asegura este escribidor, y es verdad, el viajero lo halló en aquella casa. Ese personaje introducido con cierto misterio pero que no tiene, en si, nada de misterioso,  mágico, ni nada del otro mundo, sino al contrario es muy humano, incluso demasiado humano, según escribiera un poeta, y por tanto muy carnal y además claro como la luz del día. Y no, aun no lo descubre. Porque todo aquel, o aquella, que haya leído este escrito, tan pormenorizado en ciertos detalles, comprenderá que, tras tantas horas de viaje, su timidez enfermiza, la discusión de hermano y hermana, la cena, el orujo, el champán… y los diversos objetos disparando sus formas y colores al cerebro, no estaba predispuesto, él, más que para dormirse.
De modo que durmió. Si. Y soñó. Soñó con que se perdía entre colinas, sin llegar a meta prevista porque se extraviaba entre un dédalo de montes y oteros conocidos, para más INRI. Lugares en los que trabajaban mineros, también conocidos, que salían cansados de la faena, tiznados de negro carbón, delgados, hambrientos, que se unían a él perdiéndose entre vericuetos, mientras sus mujeres e hijos esperaban verles aparecer con la comida en la mano y corrían a abrazarse a ellos sonriendo. Sueño entre placentero y angustioso.
La mañana siguiente, lo vio por la ventana, amaneció con algunas nubes que amenazaban lluvia. Se lavó en el cuarto de baño que, dicho sea al paso de estas letras, tenía todo lujo de detalles: taza, lavabo, bidé, bañera y toallas, toallas por todas partes: en la taza, en el lavabo, en el bidé, en la bañera; toallas de todo tipo: toallas valga la redundancia, toallitas, toallones, ¿alguna más? Pues si, pero ignora su nombre. Servicio de aseo con  azulejos relucientes, sin el más mínimo atisbo de suciedad.
Volvió a la habitación y se vistió rápido. Tenían que desayunar e irse a otro pueblo donde se juntarían con otros invitados al ágape o comida en honor del ya mencionado familiar.
Mientras se vestía se fijó en la cama donde había dormido. De matrimonio. Situada la cabecera en medio de lo que llaman armario puente; es decir: dos columnas de armario o laterales, columna unidas por arriba por el altillo a modo de puente. A ambos lados la cama tenía una mesilla de las que llaman de noche, con una lámpara cuyo pie era angelotes desnudos y rollizos. La habitación, con el suelo todo de moqueta, tenía una gran ventana con un radiador debajo de ella. No era una habitación grande, pero si muy cómoda. De forma cúbica no faltaba de nada, hasta tenía un televisor de plasma, una sillita para colocar la ropa, un mueble de madera con travesaños a modo de perchero y una lámpara de techo de cinco bombillas.
(seguirá)

Él estaba allí - 3

3-
Cuando llegaron a Gallarta era de noche y había que cenar, por lo que antes de nada pasaron a la cocina a preparar los alimentos que calmarían su apetito.
La cocina era una cocina alargada, algo estrecha, pero suficiente para la familia que lo habitaba: el matrimonio, un hijo y la madre de la señora de la casa. Daba a una terracilla, a la izquierda de la cual tenía unos armarios y a la derecha una mesa con dos sillas donde se sentaban a descansar contemplando el hermoso paisaje que se ofrecía a la vista. Si bien, al visitante le resultaba incómoda y le desasosegaba debido al vértigo causado por una altura de cinco pisos. Por lo que, tras unos minutos de ver el espectáculo de luces que a esa hora de la noche por doquier alumbraban calles y carreteras componiendo figuras que la imaginación creaba, se volvió a meter en la cocina. Mientras su cuñado y camarada cortaba filetes de carne para freírlos, la mujer de su cuñado atendía a su madre anciana de muchos años y su esposa ayudaba a su hermano, él se fijo en los detalles de la cocina: azulejos blancos con adornos azules cubrían las paredes. El blanco recogía la luz del sol durante el día distribuyéndola por todos los rincones de la estancia y el azul matizaba la blancura haciéndola si cabe aun más acogedora. Tenía de todo: lavadora, nevera, lavavajillas, armarios para el pan y otros alimentos como cruasanes, galletas, dulces… Amén de fregadero y cocina eléctrica que, con la encimera de mármol, material caro pero que apenas sufre deterioro, formaban la superficie divisoria entre el abajo y el arriba de esa parte de la cocina. La parte de arriba la ocupaba un armario alargado con varios  compartimentos donde se veían  platos, vasos, fuentes diversas. Justo encima de la cocina eléctrica se hallaba la chimenea del extractor de humos. Una mesa y varias sillas, donde se sentaron los cuatro, componían, casi al completo, los objetos de aquella cocina. ¡Ah!, se nos olvidaba anotar el teléfono y una pequeña televisión.
Cenaron cada uno a su gusto y complacencia. Sería redundancia decir que unos más y otros menos. Pero hay que decirlo para resaltar la libertad. Una libertad que queda mermada en otras casas al verse obligado el invitado, por la excesiva muestra de generosidad, al insistir una y otra vez en repetir la comida que le sirven, viéndose forzado ese forastero a seguir tragando para no caer en feo ante los anfitriones. No lo hacen a mal sino como muestra de generoso desprendimiento. La hospitalidad, allí, correspondía con la libertad del invitado. El vino, un buen vino de crianza, caldo de La Rioja Alavesa, fue el compañero cordial que ayudó a disolver carnes, lomos y chorizos en el laboratorio estomacal. Y por fin la fruta, variada, en frutero de cristal, puso color final a la cena. Recogidos cubiertos y vajilla, en la sobremesa se mezcló el orujo dulce, y el champán burbujeante con otras bebidas a las que se añadió reproches que el hermano puso encima de la mesa a la hermana. Reproches considerados por él muy próximos al agravio achacándoselos como pura deslealtad. Y que a ésta (a su hermana) le costó Dios y ayuda desenredar, o como diría Don Quijotedesfacer el entuerto’. Un poco ayudado por el camarada cuñado y esposo de la misma (que habló poco) y por su cuñada, antigua amiga, con su sereno y mesurado juicio.
-Pero, tú cómo puedes decirle eso a tu hermana. Estas mal de la chaveta ¿o qué?
Deshecho el enredo, se hizo un repaso del ágape o comida en honor de la hermana salvada felizmente de su grave enfermedad y tras decidir el regalo con que la obsequiarían se retiraron a descansar.



Observó, en su trayecto hacia la cama, que en el hall de entrada, a la izquierda, había una fuentecilla de alabastro de la que fluía agua cuando la luz de entrada a la casa se encendía. Y a la derecha había un gran espejo, a los pies del mismo una alfombra era el recipiente del calzado de calle. Y, se le había olvidado por completo, arcoirisándolo todo, desde el techo, una lámpara que llaman de araña.


(seguirá)