miércoles, 21 de marzo de 2007

José Mª Amigo Zamorano: Siguiendo a Omar Khayyam 18


18.
Hace... ¿cuánto sería?... no recuerdo la fecha exacta, pero poco tiempo... al ir, como todos los días, yo, Omar Khayyam, a la taberna, el tiempo cambió de repente, cerniéndose sobre todo el pueblo una niebla espesa. Como me gusta pasear entre la niebla, varié la ruta con el fin de lograr algunos minutos de tiempo disfrutando de ella.

Me puse a caminar y a cantar. De cuando en cuando, respiraba hondo, no sé, como para que la niebla impregnara todo mi ser, por fuera y por dentro; me inclinaba y recogía una flor que acercaba a mi nariz y a mis labios... ¡es tan suave el roce!

Era otoño y la temperatura muy agradable. Me senté bajo un árbol. Frente a mi, una tapia dejaba asomar las ramas de un granado o tal vez de un acerolo... La niebla eleva la ambigüedad y no se aprecia bien. Sin saber por qué sentí ganas de saltar la tapia y adentrarme en el huerto para caminar, envuelto y acariciado por la niebla, bajo los árboles frutales. Me incorporé y, avanzando hacia la tapia, alargué el brazo para asirme a un saliente de ella y traspasarla, pero no hallé más que aire. Seguí unos pasos más y la tapia se alejaba. Corrí desesperadamente, desenfrenadamente, como un orate. De pronto me paré. Miré a mí alrededor. Seguía cubierto por la niebla. Instintivamente me incliné hacía la tierra para recoger otra flor y se encontró mi mano con una arena fina que resbala entre mis dedos como aceite o como agua, no sé, y me pregunté quien soy, que hago aquí, de dónde vengo y hacia dónde me dirijo y a qué.

Es angustioso el olvido. Como inercia sigo corriendo con la esperanza de que en el trayecto se arreglen mis problemas; esa falta de memoria era todo un problema, qué digo problema, más, un problemón que es un problema superlativo como todo el mundo sabe.

Por cierto, avanzo muy poco y me caigo muy a menudo. Me doy cuenta que estoy en el desierto. Hace mucho calor. ¡Uf, es asfixiaste! Sudo, como si cada poro de mi piel fuera un venero. Ansío un fuente de agua clara. O de vino fresco. Y, claro, tengo sed, mucha sed.

A mí alrededor arena y más arena, montones de arena, montañas de arena fina y ondulada como curvas seductoras de un cuerpo de mujer y del mismo color; y me estremezco; mi sed aumenta... pero, hasta donde abarca la vista, dunas y más dunas... Es desesperante, angustioso. Me ahogo de sed y, curiosamente, de placer y...


--De pronto surgió, ante mí, un ángel reluciente que despeja la niebla. Llevaba un ánfora en la mano, y me la alargó queriendo que probase su contenido. Supe entonces, sin que me dijera nada, que era vino. Y también, en ese momento, me volvió la memoria. Supe quien era yo. ¡Soy Omar Khayyam!, grité. Con la alegría infinita del reencuentro se redobló mi sed. Alargué mi mano y ... me desperté.