martes, 31 de agosto de 2010

Iswe Letu: Menos que el pedo de una hiena vieja (2)

2.

Beatriz, la hija de Recio, abrió los ojos cuando ya los rayos de sol entraban con fuerza por la rendija de la persiana. Se sentó en la cama. De pronto se dio cuenta que estaba casada. Recién casada. Miró al otro lado de la cama y al no ver a su marido se alarmó. Angustiada, por unos instantes, recordó que hacía justo ahora cinco años le ocurrió lo mismo con el primer marido y que, al poco, le comunicaron su muerte. Pero enseguida advirtió que, medio dormida, Ángel, su nuevo marido, le había dicho que se iba a dar un paseo. Le pareció normal porque le gustaba muchísimo el campo, la soledad de los campos, el andar entre los pinares, la observación de los pájaros y las plantas. Además, su comportamiento, como macho, había estado a la altura que, según ella creía, debía  de tener un hombre de pelo en pecho. Había gozado y él, eso es lo que ella creyó, terminó satisfecho. Se lo vio en la sonrisa que le esbozó antes de dormirse. Podía constatar, para más señas, que la había penetrado hasta... Y al pensar en esto llevó sus manos a la entrepierna, comprobando así que no soñaba porque tenía todo el entorno de sus órganos genitales dolorido y no tenía bragas. Se estiró en la cama. Colocose boca abajo restregándose con las sábanas imitando el movimiento de la cópula. Luego se quedó quieta. Gozando del momento. Mas como sintiera algo, quizás una voz más alta que lo habitual, saltó de la cama, se vistió y salió al salón donde se oía hablar. Al verla, su madre, su padre y dos vecinas se callaron.

-¿Qué pasa? -preguntó al observar el silencio repentido. -No, nada... Siéntate hija -respondió su madre a la que se le apreciaba una cierta inquietud. Beatriz enseguida se sintió transportada hacia otros momentos aciagos de su vida. -Algo ha ocurrido. ¿Le ha pasado algo a Ángel? -No, no no -insistió su madre. -¿Cómo que no? -dijo Recio, su padre, que no era amigo de esconder los problemas con negativas. -¡Ay, Dios mío! Me lo han matado -asi se expresó la recién casada que vio su vida desgraciada de nuevo. -No hija. Eso no -volvió a negar su madre. -Dicen que ha querido suicidarse -atajó la brutalidad de su padre- Al parecer se volvió atrás en su propósito. -Lo vieron venir del Risco El Suicida herido, sucio y con los vestidos rotos -completó una vecina. -Bueno, herido, lo que se dice herido, no -matizó la otra vecina. -¡En qué quedamos? -voceó Recio que no entendía de dobles versiones de hechos que los ojos pueden relatar con todo lujo de detalles y máxime siendo a esas horas de la mañana que la luz del sol reina con toda su potencia. -Unos dicen que si y otros que no -sentenció tímidamente una de las vecinas.

A Beatriz se le ponía los colores y se le quitaban de la cara a oleadas. No entendía esas contradicciones a no ser que respondieran a un hecho luctuoso y que quisieran prepararla para recibir tan dolorosa noticia como fuera la muerte de su Ángel. ¡Qué desgracia la suya! No le duraba la felicidad apenas nada. Para salir de dudas se dirigió a la puerta de la casa.

-¿Dónde vas? -le preguntó su padre impidiéndole llegar hasta ella. -A buscarlo. A ver que han hecho de mi marido. -¡Tu te quedas aquí! Ya voy yo -resolvió autoritario su padre.

(seguirá)