Iswe Letu: Okonkwo, un arquetipo de una época
Para comentar la novela del nigeriano Chinua Achebe, rotulada 'Things fall apart' (Todo se derrumba) de 1958 y editada por Ediciones Alfaguara en 1986, hoy, que estamos a finales de noviembre del 2009, día soleado y con una temperatura tan cálida que es impropia de estas fechas tan avanzadas del otoño, es quizás un momento muy conveniente.
Lo decimos porque si el cambio climático, del que tanto se comenta, se confirmara, el sistema de vida que llevamos se derrumbaría y muy probablemente la búsqueda de agua sería una ocupación cotidiana y angustiosa; los conflictos por la tenencia de manantiales ocuparían las primeras planas de los diarios; y los debates en los medios de comunión de masas y en el parlamento de la España monárquica, heredera de una dictadura fascista, se llevarían una parte importante del tiempo, siendo los representantes políticos de los aguatenientes los que llevarían la voz cantante.
Ante ese hipotético derrumbe en esta parte del mundo, los hados no lo quieran, los seres humanos se verían concernidos a tomar posturas ante los nuevos retos que esta situación les enfrentaría y no todos acertarían en el remedio.
En 'Todo se derrumba' el cambio de clima es político ante la invasión de los colonialistas. A veces, muchas veces, esa invasión es incruenta al principio y se nota sólo en la presencia de la vanguardia de esos imperialistas: las religiones foráneas cristianas. Su labor encuentra resistencias, en ocasiones difíciles de salvar; en otras halla terreno abonado por las injusticias que se dan en el lugar donde penetran. Cuando descubren estas organizaciones reaccionarias un terreno propicio lo cultivan con esmero, lo miman. Porque las iglesias, como toda organización humana, explora el terreno antes para averiguar los fallos, las grietas, el punto débil del lugar, atacando por consiguiente por ese flanco. Si no lo encuentran, se retiran.
Al principio su táctica es de mansedumbre, cual mosquitas muertas se muestran, como... si estuvieran sin estar. Luego, ya establecidas, se vuelven intolerantes, injuriosas, dictatoriales.
Así, en esta novela, de una manera casi impercetible (de ahí la maestría del autor) le van segando la hierba a las creencias paganas de las aldeas de Nigeria. Y más tarde, cuando ciertos habitantes quieren rebelarse contra imposiciones e injusticias el clan ya no responde como un solo hombre. ¿Por qué? Pues porque hay individuos que se han pasado al invasor con armas y bagajes. Y si, es cierto, son aun mayoría. Todavía. Incluso se levantan y luchan, pero se dan cuenta, enseguida, sufriéndolo en propias carnes, que la tal religión mansa, tierna, comprensiva... de la que se rieron al principio consintiendo, como lo consintieron, que edificara sus casas no dándole importancia, tiene detrás sus cancerberos que guardan sus espaldas: tropas, leyes, jueces... que reprimen, apalean, juzgan y encarcelan. O, simplemente, los ahorcan sin mas. O incluso entran en una aldea y matan a todos los habitantes en represalia por algo. Son así de brutales los invasores.
Estos hechos enfurecen a los ancestros, que se agitan alarmados en las tumbas. Los dioses de las aldeas están intranquilos y los dioses personales, con la rabia en su ser, no dejan dormir tranquilos a los hombres. Los incitan. Los azuzan...
Hay que plantar cara al invasor. Se exige una respuesta contundente que... solo el personaje la lleva a cabo. Se encuentra aislado. Ni los amigos lo siguen. Y menos el clan, claro. Todo se le ha derrumbado. Ya no tiene nada que hacer en este mundo.
El autor, con una visión autóctona de Nigeria y no con el sello unilateral del intelectual colonialista, se da cuenta de que la acción del invasor inglés, su política, su ideología, sus religiones, han hecho mella, desgraciadamente, en una parte de la sociedad africana, concretamente en Nigeria (*), e influye, no cabe duda, en los comportamientos de las gentes. Ya no es el clan todo. Han calado esa creencias foráneas.
Sin embargo, aquí, de lo que se trata, sobre todo, es de resaltar la impotencia de la sociedad, representada en el personaje principal, Okonkwo, ante este cúmulo de situaciones nuevas, ante estas cataratas de injusticias que comete el invasor. De modo que, como decíamos más arriba, es un inútil ante ese estado de cosas.
Si decimos que es una pequeña obra maestra, es como si no dijéramos nada. Pero, efectivamente, en pocas páginas (no llega a 200) retrata a todo un personaje con su radical machismo propio de una sociedad rural, elevándolo a arquetipo de una época, analiza las creencias paganas y las compara con las del invasor, sin que salgan muy bien paradas ambas.
Para captar todos sus matices habría que leerla. Hagan ustedes lo que quieran.
El autor, con una visión autóctona de Nigeria y no con el sello unilateral del intelectual colonialista, se da cuenta de que la acción del invasor inglés, su política, su ideología, sus religiones, han hecho mella, desgraciadamente, en una parte de la sociedad africana, concretamente en Nigeria (*), e influye, no cabe duda, en los comportamientos de las gentes. Ya no es el clan todo. Han calado esa creencias foráneas.
Sin embargo, aquí, de lo que se trata, sobre todo, es de resaltar la impotencia de la sociedad, representada en el personaje principal, Okonkwo, ante este cúmulo de situaciones nuevas, ante estas cataratas de injusticias que comete el invasor. De modo que, como decíamos más arriba, es un inútil ante ese estado de cosas.
Si decimos que es una pequeña obra maestra, es como si no dijéramos nada. Pero, efectivamente, en pocas páginas (no llega a 200) retrata a todo un personaje con su radical machismo propio de una sociedad rural, elevándolo a arquetipo de una época, analiza las creencias paganas y las compara con las del invasor, sin que salgan muy bien paradas ambas.
Para captar todos sus matices habría que leerla. Hagan ustedes lo que quieran.
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(*) El padre de Wole Soyinka, Premio Nobel de Literatura de Nigeria, por ejemplo, era pastor protestante