lunes, 17 de diciembre de 2007

Iswe Letu: El Conde de Volney y sus 'Ruinas de Palmira'


Hoy reproducimos un trozo de la obra del Conde de Volney 'Las Ruinas de Palmira'. De finales del siglo XVIII (1787). Con este libro y unos pocos más: 'El Manifiesto Comunista', de Marx y Engels, 'Campos, fábricas y talleres' de Kropotkin, 'La Conquista del Pan' también de Kropotkin... dirigentes sindicales, socialistas, comunistas... que hoy se reunen con los empresarios y firman convenios en el mejor reino posible de las Españas se nutrieron con su espíritu revolucionario. ¿Qué ha pasado desde que este hombre escribiera esto? ¿Ha cambiado tanto la humanidad? ¿Ha cambiado tanto España? ¿Hay una gran diferencia entre lo que veía entonces y lo que hay ahora? ¿Ya no es actual? ¿Se ha desfasado su contenido? ¿Ya no sirve de aliento para luchar contra la explotación del hombre por el hombre?...

Lean y juzguen si este mundo global ha cambiado tanto. Incluso en esta Europa occidental. Incluso en esta España monárquica, heredera del franquismo, donde acaban de decir, en estudio reciente, que hay no sé cuantos millones de pobres...



"¿Qué prodigio nuevo es éste?, ¿qué plaga cruel y desconocida es ésta? Somos una nación numerosa, ¡y parece que no tenemos brazos! Poseemos un suelo fertilísimo, ¡y carecemos de producciones! Somos activos y laboriosos, ¡y vivimos en la indigencia! Pagamos enormes tributos, ¡y nos dicen que no son suficientes! Estamos en paz con las naciones vecinas, ¡y nuestros bienes no están seguros entre nosotros mismos! ¿Cuál es pues el enemigo oculto que nos devora?".
Y algunas voces que salían del medio de la multitud, respondieron: "Levantad una bandera en torno de la cual se reúnan todos los que por medio de útiles trabajos mantienen y conservan la sociedad y entonces conoceréis al enemigo que os devora".
Alzada, en efecto, la bandera, se vio esta nación repentinamente dividida en dos cuerpos desiguales y de aspecto que formaba contraste: el uno, innumerable, casi total, revelaba en la pobreza de sus ropas y en los rostros curtidos y descarnados, los indicios de la misera y del trabajo; el otro grupo, pequeñísimo, fracción imperceptible, por sus galas de oro y plata y por la lozanía de sus rostros, denotaba holgazanería y abundancia.
Y considerando estos hombres con mayor atención, reconocí que el gran cuerpo estaba compuesto de labradores, de artesanos, de mercaderes y de todas las profesiones estudiosas útiles a la sociedad y que en el pequeñísimo grupo sólo se encontraban curas y ministros del culto de todas las jerarquías, empleados del fisco y de otras varias clases, con uniformes, libreas y otros distintivos, en fin, agentes religiosos, civiles o militares del gobierno.
Y como estaban estos dos cuerpos frente a frente observé que de una parte, nacía la cólera y la indignación, y de la otra, una especia de terror; y el gran cuerpo dijo al más pequeño:
"¿Por qué estáis separados de nosotros? ¿No sois una parte de nosotros mismos?".
"No, respondió el grupo pequeñísimo: vosotros sois el pueblo; nosotros somos una clase distinguida, que tenemos nuestras leyes, nuestros usos y nuestros derechos particulares".