viernes, 24 de septiembre de 2010

Él estaba allí - 2


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Los dueños de la casa (uno de ellos ya se ha cita de paso) eran: el hermano de su mujer y su compañera, antaño amiga de ella. Una pareja muy compenetrada a pesar de sus discusiones, que las tenían, como cualquier matrimonio, pero que, como se suele decir, nunca llegaba la sangre al río. Pareja que, todo hay que decirlo, siempre lo habían tratado muy bien. El hermano de su mujer era, ya se ha dicho, más que cuñado, un camarada. O eso pensaba él. Tomada la anterior palabra 'camarada' en el exacto sentido político e ideológico que tiene. Y no lo pensaba en vano, pues le ayudó a salir en alguna ocasión de cierto aprieto con la dictadura franquista. De carácter fuerte, daba todo lo que tenía y, por tanto, exigía correspondencia. Su gran corazón no aguantaba las ingratitudes, o lo que él creía que eran, y por tanto no se andaba por las ramas a la hora de cantarle las cuarenta al ingrato. Es más, si no eran tales las deslealtades tardaba tiempo en desecharlas como prejuicios formados en su cerebro. Primero, antes de desprenderse de ellas, tenía que convencerse de su falso enjuiciamiento. Para ello le daba vueltas y revueltas, a veces con ironía que se apreciaba en el destello de sus ojos y en su sonrisa sarcástica. Todo lo cual eran muestras de su moral, de sus principios, adquirida y adquiridos en la lucha obrera. Moral y principios inquebrantables. Y, en lógica consecuencia, la amistad no la daba así como así. Y menos ahora que, tanto una como el otro, o el hermanamiento, o la camaradería, o... se consideran cosas banales y valen menos que el pedo de una hiena vieja.

-Pero, ¡qué dices! –le cortaba a veces su compañera- si tu no eres comunista.

-Yo soy machista leninista –respondía él con su irónica sonrisa y brillo en los ojos.

Estos cortes u otros los hacía ella para limar asperezas. Porque ella era, con su serenidad, con su juicio equilibrado, con su, pudiéramos decir, objetiva dulzura, la que contrarrestaba la radicalidad de él. Por eso se conjuntaban casi a la perfección. Dicho lo anterior no quiere este narrador que se sobreentienda como que la señora de la casa era una mujer como sumisa y obediente. En modo alguno. Sabía defender con perseverancia, con ahínco y hasta con  rotundidad, si fuera menester, sus puntos de vista sin dar su brazo a torcer fácilmente.

Presentados los anfitriones prosigamos el relato.

Abrumado por las atenciones y por cada cosa que se le ofrecía a sus ojos y paralizado por la timidez innata, no se dio cuenta de la presencia del personaje. Es más, ni se le había pasado por la imaginación. Con todo y con eso estaba en la casa, allí, cerca de él, aunque lo descubriera más tarde.

A la cocina, situada a la izquierda del hall de entrada, se accedía por una puerta situada unos pasos más allá del taquillón; puerta cuyo cristal mostraba, esta vez, no motivos asiáticos, sino escenas del folclore vasco. Nada raro por otra parte pues la casa estaba, y está, en Gallarta, pueblo vasco de la provincia de Vizcaya, enclavado en lo que, antaño, fue cuenca minera. Justo enfrente de la puerta otra daba a un balconcillo desde donde se veía el edificio denominado Museo Minero.
Gallarta es la capitalidad del municipio llamado  Abanto y Ciérvana. Desde una perspectiva histórica, tanto Abanto de Yuso como Abanto de Suso formaron parte hasta 1805 de los Cuatro Concejos del Valle de Somorostro dentro de la comarca de Las Encartaciones. Da al Norte con Ciérvana al Noreste con Santurce, al Este con Ortuella, al Sur con Galdames y al Oeste con Musques. Gallarta es un pueblo emblemático en la explotación del mineral de hierro, cuyas vetas fueron citadas hasta por Plinio el escritor romano. No quedan explotaciones abiertas desde 1993, cuando Agruminsa cesó la extracción de mineral. Esta población se trasladó de ubicación debido al avance de las minas sobre su antigua ubicación. En el municipio quedan amplias muestras de su pasado minero. Otros núcleos de población importantes dentro del municipio son Sanfuentes y Las Carreras.
A la derecha del Museo Minero aun se notaba, y se nota, la acción de la piqueta sobre el terreno.
Hay que decir que allí nació la llamada Pasionaria, es decir Dolores Ibárruri, mujer mítica en la reciente Historia de España, que fue responsable del Partido Comunista de España. Como también hay que decir que en esa cuenca minera surgió dicho partido, fundado entre otros por Facundo Pérezagua.
Cuando llegaron a Gallarta era de noche y había que cenar, por lo que antes de nada pasaron a la cocina.

(seguirá)

Él estaba allí - 1

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Así, en un primer momento, no lo vio. Pero estaba allí. Él. Que en el tiempo de nuestra juventud más joven siempre estuvo presente. Y si no notó su presencia lo atribuyó al olvido. Ese olvido ‘oxidado que todo lo entierra’, como escribiera el poeta chileno. Olvido que lo hiciera reflexionar a fondo y sacar al teatro de su memoria aquel episodio reciente con los objetos, personas y personajes. E incluso con el paisaje. Es decir todo, o casi todo, lo que rodeó el acontecimiento. Podrá parecer enumeración reiterativa, en ocasiones cansina, pero el que escribe esto está convencido de que es necesaria para la cabal comprensión del relato.

Tiene que reconocer, y lo reconoce, que derivó su pensamiento, y en algo tenía razón, acerca de las razones por las que no había percibido la presencia del personaje en aquella casa, al cansancio de tantas horas de viaje y a la timidez que le invade y paraliza cuando entra en casa ajena. Aunque sea de unos amigos o camaradas, como en este caso.

Porque, veamos: había ido con su esposa al norte de las españas con el fin de que, el agasajo que se le hacía a un familiar de su mujer, concretamente su hermana, tuviera la resonancia precisa para hacerle olvidar definitivamente la grave enfermedad que había pasado y, de paso, conseguir que el ágape o comida, que los concitaba, fuera un recordatorio de varias décadas de matrimonio de ese familiar, felizmente recuperado o resucitado.

Se alojaron en la casa del hermano de su esposa; es decir: de su cuñado camarada, porque lo era. O eso creía él.

Cuando entró en ella no se apercibió de que, el personaje ya mentado, estaba allí. 

Y es que pocas cosas guardó su cerebro de ese instante. Pocas. Pero dignas de no ser dejadas de lado; por ejemplo: la moqueta del suelo, un tanto oscura, con dibujos de color marrón o morado o rojo (en esto no sabría asegurar cual de ellos era); las puertas de entrada al salón cuyos cristales vestían motivos chinos o japoneses (el que pone estas palabras no sabes diferenciar a los unos de los otros); el sofá del salón y la ventana del fondo que parecía querer enseñar a los visitantes el hermoso paisaje, o deseaba que el paisaje se adueñara de la casa, o tal vez anhelara incorporarlo a la casa como un cuadro más; paisaje donde destacaba, brillando en la noche, iluminada por las luces de las farolas y otras luminarias,  la espadaña o cresta blanca de una planta que, dicho sea de paso, estaba invadiendo todos los rincones de esa tierra siempre verde; a la izquierda del hall de entrada un taquillón sostenía un reloj dorado, nada pequeño, de formas barrocas, vigilado a ambos lados por un candelabro con velas rojas; reloj que, aunque no quería contar el paso del tiempo y se había parado, daba igual, porque, por encima de él, un espejo, también testigo o notario del transcurrir detiempo, le devolvió a la realidad de su rostro, cada vez más viejo, luciendo un bigote cubierto ya por las nieves del otoño.

Los dueños de la casa (uno de ellos ya citado de pasada) eran: el hermano de su mujer y su esposa, antaño amiga de su mujer.

(seguirá)