miércoles, 20 de junio de 2007

José Mª Amigo Zamorano: ¿Una leyenda africana? Recordando a Leo Frobenius

Leo Frobenius


No podían mirarlo a la cara. Era el Rey. Lo hacían fijamente a la tierra mientras se echaban arena y polvo en la cabeza. Obligatorio para sus súbditos. Era la costumbre ancestral. Estaba resultando de una oportunidad insospechada. Daba gracias a sus antepasados por haber instituido este protocolo que, en tantas ocasiones, había considerado inútil y hasta ridículo. ¿Cuántas veces había contenido las ganas de reir a mandíbula batiente? Ni se sabe. Ahora no. Y no era para menos. La embajada de los esclavos armados. Y sobre todo el Emisario, su embajador, su portavoz, su mensajero... ¡un vocero vocazas! Le estaba poniendo muy nervioso.

El Rey, efectivamente, miraba cada vez más inquieto el rostro del osado mensajero.

¿Había pensado 'osado'? Si, osado. Y negro como un carbón. Un tizón de negrura. Aunque para ser más sinceros para él, para el Rey, le estaba resultando, quizá premonitoriamente, negro como boca de lobo o de caimán hambriento. Y comenzaba a descomponer su compostura.

-Menos mal que mis súbditos -pensó- no pueden contemplar mi regio semblante postrados como están...

El Emisario hablaba con palabra incesante como un viento sahariano. Y lo preocupante es que, mientras va desgranando sus argumentos, el Tábano horada la firme piel de su frente sin conmover los cimientos de su cerebro.

El rey, angustiosamente hipnotizado, prendía sus ojos del rostro del joven orador. Seguían fluyendo las palabras de su boca, ¡el bocazas!, lentas, suaves, clarísimas como el día y brillantes como las perlas que brotaban del sudor de su frente. Hablaba y hablaba sin mover un ápice los músculos de su cara. Sin que el insecto olvidara su tarea taladradora en la frente perlada del esclavo negro. Hinchaba, ¡glotón!, su abdomen con la sangre extraída al portavoz.

En vano el Rey torcía y retorcía la conversación, en vano. Sus palabras sonaban como el eco (1).

(continuará)