jueves, 21 de junio de 2007

José Mª Amigo Zamorano: ¿Una leyenda africana? Recordando a Leo Frobenius(*)

Leo Frobenius
(sigue del anterior post)

...
En vano el Rey torcía y retorcía la conversación, en vano. Sus palabras sonaban como a eco (1):

-... organizaremos la Cultura, si queréis, con, por ejemplo, griots cojos; me dicen, mis intelectuales, que la devoción a su trabajo es mayor si están afectados de minusvalías...(*)

-Estarán de bromas sus lumbreras...

-Tal vez... Pero no, creo que lo dicen en serio, para eso les pago.

-Bueno, quizás estaría mejor, dirigida por hermosos hermafroditas; así se fijarían solo en ellos, sin preocuparse por la Cultura; serían unos culturetas narcisistas. Pero mejor del todo si son bellos, cojos, hermafroditas y narcisistas... con lo que se oscilaría, de majadería en majadería, como en un péndulo(2). ¡En qué cosas se entretienen sus cerebros! ¡Y eso que tienen la guerra a las puertas de casa! Pero... nosotros no hemos venido aquí a divertirnos, a distraernos, Majestad, sino que...

En vano dilataba la entrevista, en vano; en vano se disculpaba con argucias oratorias, en vano; él las iba refutando con paciente firmedumbre.

En su fino trono de alabastro rosa y circundado de alfombras persas multicolores el monarca movía sin cesar su cuerpo cebado, blando y fofo, ya, como la panza del insecto. De la actitud y las palabras del embajador emanaba la determinación del enemigo: no ceder una pizca del terreno conquistado con sudor y esfuerzo titánico de esclavos, que no tienen nada en absoluto que perder, salvo sus cadenas.

Siguió mirando el Rey, muy, muy inquieto, al Tábano; luego a la cara serena y sudorosa del joven Emisario. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Se vio el gordísimo monarca perdido y abandonado en las dunas movedizas, azotado y empujado sin cesar por el viento del desierto.

Y claudicó. Dijo a todo que si, con voz balbuciente y temblorosa. Se oyó un leve murmullo, como el aletear de una nube de tábanos. Momento que aprovechó nuestro Emisario, para darse un sonoro y certero manotazo en la frente que despanzurró al molesto bicharraco.

Y, colorín coloreado de sangre tabanera, así termina este cuentecillo o leyenda africana que narra Leo Frobenius en su Decamerón Negro. Y si no es así, ni literal ni por aproximación, muy bien hubiera podido serlo.

En cualquier caso, si algun@ tuviera interés en esta obra (me refiero al Decamerón Negro; y dicho sea de paso, título un tanto engañoso, quizás solo de gancho) Internet les dirá editorial y precio, siempre que no esté, como otros muchos, ya puesto en la Red.

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Notas:
(*) Africanista alemán
(1) Umberto Eco
(*) Relativo a algunas posturas de Eco, muy criticadas, acerca de la dirección de las bibliotecas
(2) Hace alusión a una obra del escritor italiano