martes, 21 de abril de 2009

Castelo Branco contra la dictadura de los Ruocos

Ahora y casi siempre los obispos están en campaña contra el aborto, el matrimonio entre homosexuales, la asignatura de la Educación para la Ciudadanía, el avance científico... En general contra todo lo que se oponga a sus intereses muy, pero que muy, materiales y nada, pero que nada, espirituales. Algo así como decía Marx (Don Carlos) de la iglesia de Inglaterra que consentía ataques al 99 por ciento de sus dogmas pero se ponía de uñas cuando iban en contra del uno por ciento de sus intereses pecuniarios, de sus negocios.

Para su batalla utilizan a los feligreses, a los católicos de toda laya y condición, a mucha gente del pueblo por medio de cartas, comunicaciones, exortos, leídos en prensa, radio, televisión y parroquias a la hora de las misas de domingo, amparándose en la verdad que dicen tener y que procede de dios, ese fantasma tras el que se esconde la más absoluta dictadura de unos pocos llamados obispos, cardenales y otros dirigentes de la secta religiosa.

El que quiera seguirlos allá él, pero, por si acaso alguno duda, convendría que leyera este texto del escritor portugués Camilo Castelo Branco en su escrito histórico 'María de la Fuente' (parte II, páginas 346-347; Aguilar, S. A. de ediciones; 1955; colección Crisol, nº 392) a propósito de la actuación del padre Casimiro con respecto a la obra de Bossuet, con el fin de librarse de la dictadura de los jerarcas eclesiales:

"El obispo de Meaux, en su obra Política, probando la alianza de los preceptos de las Sagradas Escrituras con las monarquías despóticas reconoce el poder absoluto de los príncipes, y permite a los vasallos no la rebeldía,  sino la súplica humilde a los déspotas y la oración a dios. El padre Casimiro no está con Bossuet en lo que respecta a la súplica sumisa a los que reinan y preces pacientes a la divinidad. Se revuelve contra el poder establecido convencido de que el Señor le ordena que se levante contra doña María II a favor de Miguel I.


Lo cierto es que nuestro historiador, tiene la habilidad de ser más coherente que la excelsa águila de Meaux. Si los actos humanos obedecen a un programa divino, cesa el libre albedrío, ¿no es cierto? La insubordinación es la manifestación en la criatura inconsciente, de la voluntad del Criador, al paso que la sumisión aconsejada por el obispo es una violencia impuesta a un derecho que se revoluciona por incitación del motor supremo de los actos humanos; y la oración a dios es una inutilidad afrentosa, por no decir blasfema, porque pretende corregir los planes de lo Ignoto, tan inalterables como la rotación del sistema planetario, ¿no es verdad?"

Pues eso, a revolverse contra el poder establecido de obispos, cardenales y papas.

Y si no es así: ajo y agua.