sábado, 30 de junio de 2007

José Mª Amigo Zamorano: Calidad de Vida, relato: 3) Nudo Corredizo


Tropieza en el bordillo y se tambalea. Sin duda hubiera caído y dado con sus huesos en tierra a no ser por una dama que lo sostuvo.

Se indigna consigo mismo y comienza a patalear de rabia.

--Tranquilícese usted y no se enfade; eso le ocurre a cualquiera.

--Señora, es que me encorajina mi torpeza. Ya sé que las enfermedades debilitan, pero, que a mi edad me ocurra esto, es para cabrear al mas tranquilo.

--Bueno, bueno: ande y vaya con cuidado.

--Lo haré pero es que parece mentira, ¡coño! ...

--Ale, ale; ya se ve, ya se ve; está usted muy bien para su edad.

Piensa que su interlocutora le debe echar más años de los que tiene; en el espejo vio, cuando se adecentaba, la palidez del rostro y las arrugas pronunciadísimas.

Y con todo y con eso la señora le ha dicho que está muy bien.

--"Y ella también. ¡Caray con la señora! ¡Qué pechera tan hermosa tenía!".

Suspira y regresa poco a poco al hospital que se veía a doscientos metros.

El hospital era una casa de dos plantas que destacaba de las construcciones que lo rodeaban -modernas, de ladrillo rojo de cara vista y mucho mas altas- por el tipo de materiales utilizados en su edificación como las piedras y el granito, por la pintura en algunas zonas del exterior de un amarillo pálido y por estar circundada de jardines y árboles frutales y rodeada por una tapia. La entrada, que daba acceso a la finca, tenía a la izquierda un escudo de cemento con el águila imperial, reliquia de la dictadura franquista. Para llegar a la puerta del vestíbulo, donde estaba la portería, había que atravesar un jardincillo cruzado por dos senderos semicirculares contrapuestos que bordeaban setos bien recortados pero ya un tanto entrados en años; en medio del circulo el busto de un hombre, es de suponer ilustre, mostraba señales claras del paso del tiempo sin que el esculpido personaje, ensimismado como estaba, se diera cuenta de ello.

Por esos senderos entraban y salían hombres y mujeres con un denominador común: todos caminaban con desgana, como cansados de vivir.

Por allí salió él y por allí entraría dentro de poco: ciento cincuenta metros de acera y cincuenta entre paso de peatones y sendero hasta el portalón de entrada y ya estaba otra vez en el recinto hospitalario. Y otra vez a oler ese insoportable olor a desinfectante, insecticida, detergente o... ¡sabe dios que potingues!. Pero pronto saldría.

(continuará)