viernes, 24 de junio de 2011

Geométrica exactitud en la mirada


Abel Leizarán, tras de veinte años ininterrumpidos de trabajo de encargado en una empresa ladrillera, lo echaron y estuvo en paro pasándolo jodido algún tiempo. Ahora ha vuelto a trabajar. Un contrato de 6 meses para el ayuntamiento de su pueblo. Pero, menos es nada.

Lo llevó el Encargado de Obras del Ayuntamiento a esa calle donde está ahora y le dijo:

-Rellenas la zanja y luego colocas los cantos y piedras, de ese montón, encima de la tierra. Que encajen y queden como antes. Y no te entretengas con esos mierdas caras de cocodrilo.

Y se marchó sonriendo, altivo, engreído, ufano de su puesto.

Y ahí se le ve a Abel Leizarán. Lleva varios días. Ya ha cubierto la zanja de tierra. Ahora viene lo mas difícil: colocar el montón de pedruscos y guijarros.

Mira el montón y se pregunta por cual empezar porque... ¡quién coños sabe cómo estaban puestos antes! Es un lío. Lo mejor empezar a ponerlos encima de la tierra. Luego... ya verá.

Y fue lo que hizo durante un buen rato.

Se paró a contemplar su tarea. Y, la verdad, no quedó muy satisfecho. Los huecos eran numerosos. El trabajo hecho parecía un queso gruyere de tantos buracos como tenía. Se desanimó. Miraba al queso y miraba al montón dando señas de impotencia. Su vista se enturbiaba. Por fin se decidió: cogió una piedra y la acerca a uno de los huecos; nada; no cuadraba. Cogió un  guijarro y lo mismo: tampoco encajó. Sudaba.

Se puso nervioso. Se cabreó consigo mismo. Y ese nerviosismo y ese cabreo se incrementó porque hacía un rato que un hombre que pasaba por alli no hacía mas que mirarlo y sonreía como si se estuviera descojonando de él. Lo miró hecho una furia e iba a mandarlo a freir espárragos, cuando el individuo se acercó al montón y con uno ojo geométrico desde el montón lanzó 4 o 5 piedras y cantos hacia el queso gruyere de la zanja  y se ajustaron al caer en los espacios vacíos como tornillos en sus tuercas. Se quedó asombrado. Y le sonrió. Mas para no sentirse tan inútil se acercó a los espacios recién cerrados los movió un poco y le dio dos o tres golpes con un martillo.

Siguió colocando encima de la tierra guijaros, cantos o piedras sin orden ni concierto. Pero el del ojo geométrico terminaba tapando los espacios vacíos a las mil maravillas. Y continuó demostrando su exactitud geométrica sin desmayar. Y el ex encargado ladrillero, de cuando en cuando, hacía como si se enojaba por semejante intrusión en su labor.

Llegó la hora de desayunar y se sentó en la acera. Abrió el macuto y sacó la fiambrera, pan, tenedor y cuchillo. Miró al del ojo geométrico y le ofreció parte del desayuno porque, al fin y al cabo, se lo había ganado. El otro aceptó con la cabeza, se sento también en la acera y comió con ganas. Tanto, que daba gusto verlo. Le ofreció vino, que no quiso. Pero, si agua.


-¿De dónde eres?


-Maruecos.


-¡Ah, Marruecos! ¿No tienes trabajo?


-No trabajos para mi.

Al marroquí se le nubló la cara. Era de baja estatura, delgado, de cara alargada, un poco ovalada, moreno de tez y la cara arrugada por muchos surcos. Como un cocodrilo.

-¿Se referiría a eso el encargado? -se preguntó.

Los ojos se le movían inquietos en sus órbitas. No sabía el castellano apenas. Pero un poco por monosílabos y otro poco por muecas, visajes, gestos llegó a entender, el ex-encargado de la ladrillera venido a menos, algo de su vida y el por qué de su ojo tan geométricamente exacto. Al parece era un campesino recién casado y con una hija al que la sequía hundió sus planes de vida esperanzada. De modo que cogió su ato y se largó de su tierra, de sus montañas, de su mujer y de su hija con el ánimo de salvar ese bache y volver cuando hubiera ahorrado un poco de dinero en España. Y llegó en el momento peor: cuando la crisis lanzaba al paro a miles de albañiles y otros trabajadores relacionados con la construcción. Según le contó se arrimaba a obras por si le daban trabajo. La respuesta siempre era la misma:


-Ahora no necesitamos obreros.

O a lo bestia: -¡Moros de mierda! Iros a vuestra casa.

-Son racistas. Temen que ocupéis su trabajo y los echéis. -explicó Abel.


-Racistas. Si. Racistas. Tu no eres racista.


-No, no. Yo no -y le pasó la mano por el hombro.

En cuanto a la exactitud de su mirada para captar la piedra adecuada a cada espacio vacío que tanto le había asombrado se debía, por lo que pudo colegir, a que desde pequeño había tenido que tapiar las tierras con su padre. Y en sus montañas había muchos cantos y piedras.

A veces se callaban mirando algún pardal que brincando se acercaba a comer algunas migas que se les caían del desayuno. O se ensimismaban en sus pensamientos.

El antiguo encargado de la industria ladrillera, a su vez, le contó cómo había sido encargado, un jefe en su empresa, que es como... imán, sultán, rey... muchos nombres utilizó a fin de hacerse entender por su interlocutor y de que ese era un puesto de responsabilidad en su empresa, que se quedó sin trabajo, que había estado en el paro y que tenía también una hija.


-Tu encargado, tu jefe.


-Si, si.

Se levantó. Recogió su fresquera, su tenedor, su cuchillo, su pan. Y continuó con su tarea.

-¡Abel, hoy tienes un ayudante! Así cualquiera -le voceó un vecino.

-Ya ves. Se me arrimó y no hay quien lo despegue.


-Mucho ojo, Abelito. Al menor descuido ese moro te echa del curro. Y si no... al tiempo.

El día era soleado. El sol cada minuto que pasaba se hacía notar mas su presencia. Los vencejos chillaban en el cielo azul en vuelo aparentemente anárquico, sin orden ni concierto. Un grupo de marroquíes pasó por su lado saludando al ayudante espontáneo de Abel:


-Salam aleikun.


-Aleikun salam -contestó.


-¿No te vas con ellos?


-No. Yo, solo.


-Pero son marroquíes. Arabes.


-Si. Si. Yo, bereber.


-¿Qué es bereber?

El del ojo geométrico se quedó pensativo. Sin saber que decir. De pronto el rostro se le arrugó más y una sonrisa iluminó su rostro deformando los surcos de su cara:


-Yo vasco.

Con eso bastaba. Era suficiente. Se había entendido. Berbería era una parte de Marruecos con su cultura, lengua y costumbres propias. Recordó Abel que hacía unos años, en Argelia, la policía había matado a un cantante bereber. Y él, cuyo apellido era de procedencia vasca y lo sabía, por mas que no hubiera pisado nunca Euskadi, contestó:


-O sea que eres vasco como yo -se echó a reir- ¿No serás borroka?


-¿Borroka, borroka?... No sé.


-Yo soy borroka.


-No entiendo.

También, él, ahora, se quedó reflexionando para hallar algo por lo cual se hiciera comprender. Y no se le ocurrió otro ejemplo comparativo que semejarse a un personaje histórico de Marruecos.


-Soy borroka, como Abd el-Krim... ¿comprendes?


-Se quien fue Abd el-Krim. El, muy alto. Yo, bajo. 

Aquí se acabo la charla y se pusieron a trabajar como dos compañeros de toda la vida. Hombro con hombro y codo con codo. Abelito seguía poniendo piedras y mas piedras, cantos y guijarros, guijarros y cantos. Donde caían allí quedaban. Continuando así, en la cubierta de la zanja, la labor de transformarla en gruyere térreo. Pero los agujeros duraban poco porque el bereber, con su ojo geométrico, con su geométrica exactitud de mirada, los cubría de inmediato. Muchas veces tirando las piedras o los cantos directamente desde el montón. 

Pero a Abel Leizarán no se le olvidaba lo que le había dicho el vecino. Y de cuando en cuando le decía que se fuera a dar una vuelta y que lo que quedaba ya lo hacía él. Pero el bereber no se separaba del tajo. Y para el borroka vasco era ya un poco pesado el bajito montañés. Le acababa de decir que se largara con viento fresco por cuarta vez.


-Mira. Ves ese bar de enfrente. Vete a tomar una cerveza. Dentro de un poco voy yo y la pago.


-Yo, te.


-Vale, pero márchate.


-No, yo contigo.


-¡Joder! ¡Vete, hostias! ¡Me tiene hasta los huevos, moro de mierda! -gritó.

Se había vuelto iracundo al ver acercase al Encargado de Obras del Ayuntamiento 


-¿Te está molestando este moranco?


-No.


-¿Cómo que no, si te he oído gritarle?


-Bueno, si.


-¿En qué quedamos? Mira, mira, Abelito: tu a lo tuyo. Déjate de moros de mierda que, a lo mejor, te quitan el puesto. Algunos, los que no son vagos, dicen, que son muy buenos trabajando.


-Este no. Es un patoso.


-O sea  que te ha ayudado.


-No, no.


-En fin... ¡Y acaba ya la zanja, ¡hostias!, que el patoso pareces tu y no este moro de mierda al que habría que echar al mar de donde ha venido!

El encargado, sonriendo, altivo, un poco soberbio, se alejó en dirección al bar de enfrente, donde pensaba tomarse una copa con otros empleados del ayuntamiento que a esa hora tenían una media de descanso.

Pero el bereber con su ojo geométrico lo cortó en seco lanzándole una piedra a la cabeza que lo tumbó al suelo.

El bereber miró a Abel Leizarán que lo contemplaba alelado y le dijo:


-Tu, no encargado, no jefe, no borroka. Tu, español mierda.

Le dio la espalda y se marchó corriendo.


jueves, 16 de junio de 2011

Unas palabras a los relatos de Seeber Bonorino

Libro: Un paquete para el mánager. Relatos negros de boxeo.
Autor: Arturo Seeber Bonorino
Editorial: El Garaje Ediciones S. L.
Primera Edición: Mayo 2011
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¡Qué cosas tiene el boxeo! 

En el transcurso de la lectura recordé a Cestona, a Urtain, a su tímida esposa y a su hijo. A Iraeta, el barrio de Cestona donde vívía el boxeador. La chuleta que cenamos mi compañero y yo aquella noche en el bar de Iraeta. Allí estaba el campeón cenando con su cuadrilla. 

Esa lectura, que acabo de terminar, es 'Un paquete para el mánager. Relatos negros de boxeo' de Arturo Seeber Bonorino. Título de la primera de las narraciones. Dies relatos con prólogo y un 'Glosario', componen el índice de estas 159 páginas. 


Y un glosario, ¿para qué?, preguntará, sorprendido, el lector de estas letras. Pregunta muy pertinente y respuesta necesaria: los relatos están redactados en el castellano particular de Buenos Aires y hay palabras, pocas, pero las hay, que son desconocidas del  público lector de las Españas, como por ejemplo: 'ababatar' (avergonzar), 'colectivo' (autobús), 'garpar' (pagar)... 

Redacción porteña de un escritor bonaerense afincado, aquí, en España, hace ya mas de veinte años y al que prometí, en Facebook, escribirle unas palabras sobre su obra. Sin que él me las pidiera. De su vida, algo se trasluce en la introducción, pues además de darnos una explicación del origen de estos relatos negros, a veces negrísimos, que surgen de ganar un premio literario... 

(ojeo la introducción y... no... no es aquí donde lo dice)... 

Sigo: de esa presentación saco que nació en Buenos Aires, que fue aficionado al boxeo, que participó en peleas, que conoció a Bonavena (de quien yo, que no tengo ni puta idea de boxeo, oí hablar antaño) y a otras figuras de Argentina, que estudió en colegios religiosos católicos de los que fue expulsado, que de su educación religiosa le ha quedado una rebeldía contra ella (o eso extraigo) porque asfixia las mentes y divide a las familias. Pone el ejemplo de un miembro de su familia (un tío suyo) separado de su esposa ('no existía el divorcio vincular') al que 'por severa imposición del párroco' prohibió que 'fuera recibido en casa de sus padres', de sus propios padres.

Esa rebeldía contra la educación católica la eleva a alegría y gratitud hacia la enseñanza laica cuando recuerda al boxeador Accavallo: se estaba examinando en un colegio laico y un compañero tenía una radio pegada al oido y oyó que decía ¡ganó Accaballo!: "con la bolilla en la mano, pegué el grito de: ¡Hurra!, un hurra que debe de haber hecho retumbar el aula. No obstante, por uno de esos raros milagros, se me permitió rendir el examen, y aprobé".

Rebeldía que se posa en sus relatos hechos de diversa factura en las que, en unas, domina el diálogo y en otras no tanto; la mayoría, escritas en tercera persona; la rebeldía contra la iglesia católica, apostólica y romana se va extendiendo a toda la sociedad tal y como está establecida: rebeldía contra los prejuicios machistas, contra el maltrato de los mujeres, contra la represión policiáca, contra la corrupción de esas fuerzas, contra el mismo destino que empuja a esos 'negros de mierda' a la miseria, a la muerte; rebeldía contra el racismo, pues esa expresión, 'negros de mierda', refleja todo el racismo de la sociedad argentina; rebeldía contra la dictadura de los 'milicos' que hizo desaparecer, asesinándolos, a mas de 20.000 personas...

Así lo veo yo.

Si bien, los relatos no son político-ideológicos, sino 'relatos negros de boxeo'. Y si cuenta algo de todo lo anterior es dentro del ambiente del boxeo. La política, la ideología, llega muy atenuada  porque los que andan en los relatos, son gente pobre cuya meta es salir de la pobreza, soñar con otra vida mejor y no militantes políticos. De allí salieron las figuras del boxeo argentino. Ya lo dice el autor nada más abrir el libro: 'El boxeo no es un deporte de señoritos'. 'El boxeo -añade a continuación- es una suerte de revancha de los que poco o nada tienen, una forma de civilizar el resentimiento y la violencia'.

Diez relatos, duros, negros, negrísimos, no aptos pios, acobardadicos... de los cuales resalto, porque atenúa la cruda realidad, uno casi tierno, el relato titulado 'El mortal gancho de derecha' y su personaje 'El Rulo' recordando lo que el autor dice: 'debo reconocer que al gestarlos (los relatos) me ha movido un poco la comprensión; acaso la realidad no sea tan clemente'.

Decia al principio que en el transcurso de la lectura recordé Cestona donde estuve de maestro y a Urtain, campeón de Europa de los pesos pesados, y a su tímida esposa y a su hijo, al que di clases. A Iraeta, el barrio de Cestona donde vivía el boxeador. Recordé la chuleta que cenamos mi compañero y yo aquella noche de 1970 en un bar de Iraeta. Lo hicimos porque al llegar a cenar, la patrona, emigrante extremeña, nacida en la pura misería, en la mas absoluta pobreza, como los personajes de esta lectura que comento, se había acostado y nos había dejado un poco, una pizca, de queso de cabra que le enviaban de Extremadura. Y no, la verdad, no nos apetecía cenar ese poco, esa miaja, de queso de cabra y nos acercamos, con el coche de mi compañero, Joaquín se llamaba, espero que no haya muerto, hasta Iraeta a tomarnos una buena chuleta. Allí estaba Urtain, el campeón de Europa, cenando con su cuadrilla. Allí nos enteramos de su triunfo. Y de que no se había acordado de su hijo. Ni de su hijo, ni de su esposa, a la que ni siquiera había ido a saludar al caserío, que estaba al lado, a unos pocos metros. Que Urtain no caminaba ya, cegado por la fama y el dinero, que levitaba, lo supimos enseguida, cuando, en medio de la plaza, ante sus vecinos, firmaba autógrafos a los guardias civiles, riéndose con ellos, olvidándose de que, unos días antes, la Guardia Civil había entrado a saco en esa plaza, donde estaba reunido el pueblo, disolviéndolo sin contemplaciones. De modo que, al enterarme, años después, que se había suicidado, tirándose por una ventana, en Madrid, no me sorprendió lo mas mínimo. 

¡Cosas del boxeo!

domingo, 12 de junio de 2011

Aimé Cesaire: Recordando el asesinato del general Maurepas (*)


En la marcha del pueblo haitiano hacia su liberación, hacia su independencia, a finales del siglo XVIII y principios del XIX, hubo un momento de peligro cuando el Consulado con Napoleón a la cabeza quiso volver a poner a los negros en la esclavitud. Para ello envió un ejército de 20.000 hombres al mando de su cuñado Leclerc. Aimé Césaire, en su obra 'Toussaint Louverture. La Revolución Francesa y el problema colonial',  recuerda a uno de los generales de Louverture, el general Maurepas. Dice así:

"El 12 mesidor, Leclerc, obligado a rendirse ante la evidencia ordenaba el estado de sitio en la colonia. Pero entonces se abatieron sobre él otros infortunios en cascada: las defecciones de generales indígenas. Una acción particularmente bárbara de las tropas francesas, que indignó las conciencias, dio el ejemplo al movimiento. El general Maurepas había sostenido con éxito el asalto de los franceses en las Trois-Rivières. Aliado a los franceses no le perdonaron este hecho de armas. Leclerc le escribió a Port-de Paix, donde se había retirado, y lo comprometió a venir al Cap cuyo mando le prometía. De hecho Maurepas, como Toussaint Louverture, debía de caer en la trampa.

Una vez a bordo del barco que lo debía de llevar al Cap, se apoderaron de él. Los marineros lo amarran al palo mayor, le clavan sus charreteras en los hombros y el sombrero en la cabeza; después, ante su vista, lanzan al mar a su mujer y a sus hijos. Y solo cuando cuando sus verdugos se sacian con este suplicio, echan al agua al infortunado general Maurepas.

Este ejemplo acabó de obrar sobre los oficiales negros y mulatos.

Uno tras otro entraron en la clandestinidad.

Dio el ejemplo el mulato Clervaux que ocupaba el Haut du Cap, con el jefe de brigada Pétion. Después fue Christophe y Paul Louverture

Leclerc se consolaba conservando a Dessalines, pero poco tiempo después, éste, con la mayor tranquilidad del mundo, y después de una verdadera conferencia de estado mayor con Pétion, se unió a las filas de los rebeldes.

En adelante, todos los haitianos se unirían a la rebelión."

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(*) Título nuestro. Texto de Aimé Césaire en su obra 'Toussaint Louverture. La Revolución Francesa y el problema colonial'. Ensayos. Instituto del Libro, La Habana, 1967

jueves, 9 de junio de 2011

Mirabeau (*): Los negros, ¿son hombres o bestias de carga? (1)


Cuando se produjo la Revolución Francesa, representantes de las colonias de ultramar, acudieron a la Asamblea Nacional de los revolucionarios, en París, con la pretensión de ser diputados y ellos mismos determinaron el número de ellos que debía figurar en la tal asamblea. Sobre la cantidad se originó una controversia y entre los oradores que tomaron parte del litigio intervino Mirabeau. Las siguientes palabras, pronunciadas por Mirabeau, que copiamos, con una nota, aparecen en el libro de Aimé Césaire 'Toussaint Louverture. La Revolución Francesa y el problema colonial' (2):


"Me limitaré al único asunto que debemos examinar, quiero decir la determinación del número de diputados de Santo Domingo. Hago observar que, ante todo, hubiéramos debido examinar, y antes de juzgarla, la cuestión de saber si se debía admitir a los representantes de las colonias. Sobre esta cuestión puedo decir: nunca las colonias han asistido por representantes a los estados generales, por lo tanto no debían de haber aparecido en ellos, sino convocados por el rey. Ahora bien, sus diputados aparecen contra esa convocación y a pesar de las órdenes del rey.
Sin duda no es esa razón para excluirlos,  pero hay una invencible para que no puedan ser admitidos, sino en virtud de un acta del poder legislativo, el cual requiere, incontestablemente, la sanción real.
...
Hago además que observen que se ha hecho caso omiso de esta segunda e importante cuestión:
-¿La elección de diputados es válida?, ¿Sus poderes están en la debida forma?
...
En fin, ni siquiera se ha tratado de explicar por qué los hombres de color libres, propietarios, que cooperan en los cargos públicos, no habían sido electores y no estaban representados.
...
Ante todo pediré se me explique en qué principio se basan para esta proporción de la diputación de las colonias. Los colonos pretenden que la cantidad de sus representantes debe ser en razón de los habitantes de la isla, de las riquezas que ésta produce y de sus relaciones comerciales. Pero, en primer lugar, recuerdo este dilema irrefutable: ¿pretenden las colonias situar sus negros y su gente de color en la clase de los hombres o en la de las bestias de carga? Pero la gente de color es libre, propietaria y contribuyente y sin embargo, no han podido ser electores. Si los colonos quieren que los negros, y la gente de color, sean hombres, que liberten a los primeros; que todos sean electores, que todos puedan ser elegidos. En caso contrario, les haremos observar que al proporcionar el número de diputados de la población de Francia, no hemos tomado en consideración la cantidad de nuestros caballos, ni de nuestros mulos, que, por tanto, la pretensión de las colonias de tener veinte representantes es absolutamente irrisoria.
A tenor seguido hago ver que se han atenido a generalidades desprovistas de principio y de sentido, a ensalzar lo que nos reporta Santo Domingo por su balanza comercial, los seiscientos millones puestos en circulación por ella, los quinientos barcos y los veinte mil marineros que ella ocupa.
Es así que ni siquiera se han dignado acordarse que, hoy, está demostrado que los resultados de las pretendidas balanzas comerciales son, por entero, falsas e insignificantes; que las colonias, aunque fuesen de una utilidad tan innegable como lo han negado y lo niegan los menores espíritus, las cabezas mas calificadas que se hayan ocupado de estas materias, es imposible concebir por qué reclamarían otros principios de la proporción de sus representantes que los que han servido para la fijación de esta proporción en todas las provincias del reino. En efecto, suplico a los disertos señores que han pregonado los seiscientos millones puestos en circulación por el comercio de esta colonia, les suplico  que me digan si han calculaddo la cantidad de millones que, por ejemplo, pone en circulación la manufactura llamada labranza y por qué, de acuerdo con su principio, no reclaman para los labradores un número de representantes proporcional a esta circulación.
...
El número de diputados de las colonias debe estar en proporción con el número de electores y colonos elegibles, siendo así que este último número es tal que en mi opinión el de los diputados debe ser reducido a cuatro."
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(*) Mirabeau conocía muy bien la cuestión colonial. Su tío, el bailío (3), a quien admiraba mucho, había sido gobernador de Guadalupe en 1753 cuando no era mas que caballero. Este proconsulado antillano le había hecho sentir un profundo desprecio de los criollos, en tanto que fortificó su simpatía por los negros: 'No puede negarse', escribe el 10 de enero de 1755, 'que el negro es un hombre, y un filósofo que considere la humanidad a sangre fría en este país le daría, quizás, la preferencia al negro. Sé cuantos reprochen se han hecho a las gentes  de este color, pero cuando voy al fondo de las cosas no veo, yo que soy confesor de todo el mundo, mas que el crimen de los blancos'. El 7 de abril de 1757, el padre del tribuno, el marqués de Mirabeau, respondía lo siguiente: 'La esclavitud y el cristianismo no pueden llegar a una conciliación... Estoy seguro de que si mañana fuera yo ministro de la Marina, emitiría un edicto que le concediera la libertad a todo negro al recibir el bautismo y al incorporarse a una porción de la gleba por la que pagaría una renta proporcionada, según los lugares, al antiguo propietario, si lo tenía, o al estado si se trataba de un terreno que se concedía por primera vez' (cf. Louis de Loménie, 'Los Mirabeau, 1889). Es decir, que al intervenir contra los colonos y al estigmatizar el espíritu de casta de estos, Mirabeau hablaba con previo conocimiento de la causa.
(1) Título nuestro
(2) Ensayos. Instituto del Libro, La Habana, 1967. Impreso en la UNIDAD PRODUCTORA 08. Benjumeda 407. INSITUTO DEL LIBRO. 15 de diciembre de 1967. La Habana, Cuba. Edición de 10.000 ejemplares.
(3) Bailío: oficial real que, en Francia, administraba justicia en nombre del rey o de un señor.  (N. del T.)