Luchando contra el racismo
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A raíz de los incidentes sangrientos en Sudáfrica en los que unos pobres emigrantes negros fueron asesinados por las gentes más pobres del lugar, nos dio por releer 'Pasiones en Kenia'. Por eso de que los blancos dominaron ?? Sudáfrica y blancos mandaron en Kenia.
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A raíz de los incidentes sangrientos en Sudáfrica en los que unos pobres emigrantes negros fueron asesinados por las gentes más pobres del lugar, nos dio por releer 'Pasiones en Kenia'. Por eso de que los blancos dominaron ?? Sudáfrica y blancos mandaron en Kenia.
Para el que no lo sepa, este libro, publicado por Anagrama, es una investigación o crónica del asesinato, no de un pobre sino de un rico blanco, Lord Errol. Lo hicieron muchos años después de su muerte los escritores Cyril Connolly, ya consagrado escritor inglés y otro más novato, James Fox.
El caso es que parece una novela negra, más bien negrísima, pero con hecho y personajes reales de la más alta alcurnia. Ocurrió en Kenia cuando era colonia inglesa. Allí vivían, de puta madre, sin dar palo al agua, unos aristócratas, en lo que se llamó el 'Happy Valley', una zona de la 'White Highlands' que describiera, magnífica y muy amablemente, la danesa Karen Blixen. Y que, luego, se ha llevado a las pantallas de cine con el nombre que le pusiera a sus memorias la escritora, 'Memorias de África', con gran éxito.
Pues bien, el 24 de enero de 1941 se halló el cadáver de Josslyn Hay, ear de Errol, jefe político de los colonos y un nombre de la más pingorotada aristocracia. Se acusó del asesinato, tenía muchos enemigos, a un colono, a quien, tras ser juzgado, lo absolvieron.
El asesinato y el juicio fue muy sonado en su tiempo. Al escritor Cyril Connolly siempre le intrigó este crimen. De modo que, como ya hemos escrito, muchos años después, ayudado por un joven escritor, emprendió una investigación minuciosa sobre el caso.
Este libro, 'Pasiones en Kenia', es el resultado de sus pesquisas que firmó el joven James Fox porque Cyril Connolly, desgraciadamente, las diñó. Su lectura, aparte de la investigación policíaca y judicial, es como repasar un catálogo de heroicidades de la minoría blanca en tierras africanas: orgías, robos de tierras a los nativos, drogas, alcohol, palizas y humillaciones a los sirvientes, encornamientos, lujuria, libertinaje, matanzas de animales llamadas cacerías, adulterios... Brillante paso por África de la aristocracia británica cuyo corazón era fascista (el asesinado fue durante un tiempo miembro del partido fascista inglés) que ha dejado huella memorable de sus juergas y borracheras en el famoso Club Muthaiga. Corrupta sociedad cuya visión atemperó o tapó Isak Dinesen, la baronesa Blixen, en sus magníficos escritos; de la misma forma, la película, fiel a su literatura, ocultó tras una hermosa y brillante luz romántica.
Ese ocultamiento de las miserias, que los dioses nos perdonen, se ha llevado a cabo tras el triunfo del Congreso Nacional Africano en Sudáfrica. Y la figura de Nelson Mandela ha contribuido con su egregia aureola de encarcelado a velar la verdad. Las caras negras de diputados y ministros tapan el dominio sobre los resortes del poder de la minoría blanca. Ocultan el lujo insultante en el que se mantienen los blancos de siempre frente a la sociedad envuelta en paro, pobreza, hambre, miseria, sida. Es decir: los legítimos dueños de las riquezas se mueren de pobres.
Sudáfrica es otro valle feliz para un puñado de ladrones de raza blanca, racistas hasta la médula, que, pese al triunfo de la mayoría africana, mantiene intacto su poder tras arrojar el lastre inútil del Aparheit.
Valle feliz atrincherado, parapetado, tras las figuras de marioneta de diputados y ministros del Congreso Nacional Africano y la de heroica figura de Nelson Mandela. Triste papel para un héroe.
Lo que no han podido ocultar estos negros y sus amos blancos (y les hubiera gustado) es la marginación, el paro, el sida, la ignorancia, la violencia, la miseria, la pobreza, los bajos salarios... de buena parte de la población a la que se dicen representar.
Lamentablemente, desorientado como está, el pueblo sudafricano dirige sus cóleras, no contra el poder real que los mantiene en la miseria, los patronos, sino contra el emigrante; ese emigrante que acude a la tierra de promisión sudafricana huyendo del hambre o la represión de sus países. En esto se parecen mucho a los sentimientos racistas de la Europa, de esta civilización occidental.
Los vimos hace pocos días persiguiendo a pobres emigrantes de Zimbabue, de Madagascar... Incendiando sus casas. Matándolos. Con una crueldad inaudita que, eso si, por aquí es difícil ver, de momento. Aunque, tampoco hay que llamarse a engaño, por estos lares de la gran civilización occidental, incendios y asesinatos de emigrantes también los hemos visto.
En fin, de momento los propietarios sudafricanos pueden seguir viviendo en su valle feliz como antaño lo hicieron los blancos en Kenia. Lo decimos porque las masas utilizan su cólera, su rebeldía, su protesta, su violencia como ciegos con una pistola: sin diana verdadera.