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Al-Jalil tenía clavado en su corazón la tristeza de Fátima, su compañera. Cuando iba llegando a casa se preguntaba si le habría ocurrido algo. La veía languidecer y envejecer. Lo había hecho varios años en poco tiempo. A veces se preguntaba si habría hecho bien alejándola de su mundo. Y no estaba seguro de la respuesta.
Habían venido de la ciudad cuando se le quebró a ella la voz. Fue una tragedia hasta en el escenario. Desde entonces no volvió a cantar.
¡Cómo cambian las cosas! Formaban, antaño, un dúo muy bien compenetrado. Eran vitoreados y aplaudidos cada vez que actuaban en plazas, mercados, teatros... incluso en palacios de personas de la nobleza. En todos los lugares fueron admirados. Y sentían parte de ellos mismos los saludos, los abrazos, los aplausos, las felicitaciones, los agasajos...
Pero aquello se acabó; y de repente: un día en un mercado se le rompió el hilo musical que hasta ese momento había salido limpio y potente de su garganta. Lloró ante el público y en casa. El intentó consolarla pero… en balde… no levantaba el animo… al revés… cada vez se hundía más.
Por eso decidió apartarla del ambiente; tal vez, al no ver los rostros de las gentes, al no ver las calles, las plazas... que la vieran triunfar, se le olvidaría su anterior vida, rehaciendo otra nueva.
No había servido de nada. Se mustiaba como las flores a pasos agigantados. Y se le agriaba su carácter.
Era, a veces, casi inaguantable.
De modo que, aunque él la quería muchísimo, demoraba la llegada a casa y se salía pronto de ella; entre la bodega que había comprado y la tertulia de los amigos, con Omar a la cabeza, pasaba los días.
Y las Rubayatas que, de cuando en cuando, Omar Khayyam les leía, eran un bálsamo para su vida; precisamente, una de ellas se la dedicó a él; era, como todas, de valor universal pero él la personalizó pues parecía que la había calcado de su vida; decía así:
--Por desgracia, el tiempo, inexorable, va fluyendo. Lo vemos por los estragos producidos en las cosas y los hombres; y si no, decidme, por ejemplo, ¿qué fue de Bagdad y de Balk?... Y es que un leve roce puede destruir a la suave y delicada rosa. Bebe, amigo, bebe, y, al contemplar las miles de estrellas que brillan, allá en el firmamento, medita en las culturas que se tragó el desierto.