Diecinueve años tenía
al morir la miliciana.
Diecinueve años tenía:
Lina Odena se llamaba.
La vio nacer Cataluña
y la vio morir Granada;
pero la han de ver los siglos
ardiendo como una llama
de resplandores eternos
de ejemplos y de enseñanzas.
Diecinueve años tenía...
Lina Odena se llamaba.
-¿Adónde vas, compañera?
¿Adónde vas, miliciana?
- Voy a mirar los perfiles
de las torres de la Alhambra,
recortarse sobre un cielo
cuajado de estrellas altas.
-¡No avances más, miliciana!
que el moro te está acechando
hambriento de carne blanca;
que hasta las bestias desean
morder rosas perfumadas.
Llevo al cinto mi pistola
y el peine lleno de balas.
Dejadme ver los perfiles
Dejadme ver los perfiles
de las torres de la Alhambra!
¡Corre! ¡Corre, compañera!
¡Corre! ¡Corre, miliciana!
que ya te están asaeteando
pupilas desorbitadas.
Que sobre tu cabellera
hay manos que parecen garras,
y un aliento venenoso
te quema la nuca blanca,
-¡No temas! ¡Para mi frente
me queda la última bala!
Cuatro sátiros de bronce
con alfanje y con chilaba
se llevaron el cadáver
de Lina Odena a Granada.
Los ojos muertos no vieron
los perfiles de la Alhambra
remontarse sobre un cielo
cuajado de estrellas altas.
Si te lloró Cataluña
también te llora Granada.
¡Ya tienen una flor nueva
los jardines de la Alhambra!
(Alcázar Fernández)