lunes, 27 de septiembre de 2010

Él estaba allí - y 7

 7-
Y de regreso a la casa de Gallarta. Mañana volverían a su casa. Otra vez de viaje. Ahora a descansar del ágape. En esta Gallarta. Zona minera. Antaño. Lugar de nacimiento de Dolores Ibárruri, más conocida por La Pasionaria. Personaje cuasi mitológico de la lucha obrera y del comunismo y de la Historia de España. Antaño. Miembro que fue, destacado, del Partido Comunista. Gallarta, en la cuenca minera. Donde, antaño, naciera, como ya se ha dicho, el mentado Partido Comunista de España.
La señora de la casa, antigua amiga de su mujer, fue a atender a su anciana madre de la que ya hemos hablado. Férrea mujer cercana a los 100 años. Que había mantenido ella sola a su numerosa prole. Mujer de temple, hembra combativa, ya a las puertas de la muerte.
A diferencia del otro día, esta vez se sentaron en el salón a ver la televisión en un aparato grande, de plasma. Si bien, antes vieron en el ordenador las fotos sacadas en la comida o ágape.
El salón tenía a la parte izquierda un armario que ocupaba casi toda la pared. De madera. Color marrón. Las baldas tenían algunos libros aunque la mayor parte estaban ocupadas por figurillas alargadas y estilizadas adquiridas por la pareja en tierras exóticas donde habían pasado las vacaciones: Rusia, México, Francia, Cuba, República Dominicana, Portugal… El armario guardaba en sus cajones abundante ropa: sábanas, mantas, toallas, edredones… y en vitrinas, tras los cristales, relucían botellas, vasos, copas, platos… El salón tenía, además de piso de moqueta, como la mayor parte de la casa, un tresillo y dos sillones, amplios, mullidos, acogedores; las paredes adornadas con cuadros de muy variada factura, así como otro sofá de dos cuerpos, una lámpara de suelo, con amplio cílindro de pantalla de color blanco; en el techo una gran lámpara y, para los pocos días de frío invernal, dos radiadores. Salón iluminado de día por amplio ventanal que daba a un paisaje siempre verde donde destacaba, enfrente, el Museo Minero, recordando un tiempo pasado que, quizás, poco a poco se olvidará. Y por doquier la cresta blanca de una planta exótica que va cubriendo todos los rincones: ocupando barrancos, invadiendo terraplenes, enseñoreándose de cunetas, adornando pinares… Y que dicen que produce alergías y otras enfermedades. Pero hace bonito y resalta a la luz del día.
Como tenían los invitados que irse al día siguiente se levantaron de sus asientos para acostarse.
Y fue entonces cuando lo descubrió. Cuando se dio cuenta de su presencia. De la presencia del personaje. Lo vio. Estaba allí. De perfil. Mirando hacia la ventana. Su rostro anguloso, decidido. ¿Qué miraba?... ¿El museo?... ¿La crisis?... Quizás. Porque, efectivamente, dicen que hay una crisis. Y, habiéndola, el dirigir, por tanto, su vista hacia fuera, al exterior, a la calle, sería de lo más lógico. Estaba convocada una huelga general para el día 29 de septiembre. Quedaba poco tiempo. De modo que, si las masas se levantaban en rebeldía, la calle sería un reflejo del descontento. Los gritos de los manifestantes subirían hasta el 5º piso y pudiera ser que recuperara, como en el día del Juicio Final, su cuerpo y alma originales, verdaderos. Cosas extrañas se ven a diario. Porque estaba allí. En una foto o dibujo. De perfil. En un marco de 4x4. Mirando hacia la ventana. Allí estaba Lenin. Encima de la cabecera de la cama. Lenin. Junto a otros objetos... Pocos... Se fijó en una matrioska antes de acostarse... Traída quizás, tal vez, a lo mejor, quién sabe de…
FIN

domingo, 26 de septiembre de 2010

Él estaba allí - 6

6-
Pero eso… es otra cuestión que ha dado a la literatura revolucionaria marxista – leninista muchos textos desde que Stalin escribiera ‘El marxismo y la cuestión nacional’.
En Artxanda, municipio y monte cercano a Bilbao, hay un restaurante llamado Simón. Hacia el se dirigieron todos para celebrar el ágape o comida en homenaje a ese familiar que se había salvado de una muerte cierta. Ese familiar era, y es, hermana de su mujer; por tanto era, y es, hermana de su camarada cuñado. El restaurante fue el lugar elegido para la celebración de la ceremonia culinaria y sentimental. Enclavado entre pinos y otras arboledas. Restaurante casi mirador desde donde se divisaba Sondica, su aeropuerto y otras poblaciones del entorno de la capital vizcaina.
Entre el arbolado numerosos merenderos ocupados por familias enteras. Niños jugaban en el césped. A la entrada del tal Simón una terraza llena de mesas, también ocupadas, bullía de gente comiendo o esperando para comer. Salían del restaurante hombres y mujeres con bandejas humeantes con morcillas, chuletas de carne o pescados llevando su deleite al estómago camino de las napias que recibían el regalo con anticipación trasmitiendo al cerebro la orden de segregar jugos. Era prácticamente un autoservicio.
Pero ellos no necesitaban servirse. Ya lo harían camareros y camareras por ellos. No en balde habían reservado mesa para de cerca de veinte personas.
Efectivamente, en la primera planta del local estaba colocada ya la mesa. Les sirvieron espléndidamente con cambios de vajillas y cubiertos por cada plato servido: hongos, ventresca de bonito, ensalada, carne asada servida en pequeños asadores, bacalao… todo ello regado por buen vino o cerveza y postres diversos. Terminando el ágape con café, copa y el que quiso puro.
No cabe duda de que el personaje ‘desconocido aun’ por los lectores y que él aun no había descubierto flotaba en espíritu sobre aquellos comensales. Todos de la cuenca minera. Descendientes de mineros. Pero ninguno minero. A saber: informáticos, delineantes, metalúrgicos, amas de casa, licenciados de telecomunicaciones, maestros de niños y dos niños. Todos de procedencia obrera. ¿Con conciencia de clase?...
Cuando apareció el ramo de rosas blancas, si rosas blancas no rojas, para la agasajada portado por los dos niños se le llenaron de lágrimas los ojos de la homenajeada y de otros muchos presentes. Momento este que fue inmortalizado por las numerosas cámaras fotográficas y móviles. Brillaron los flaxes. El grupo se movió. Quien más quien menos quiso llevarse un recuerdo de ese familiar. Luego las fotos fueron con la mujer de uno, con los niños, con la novia, con el padre, con el cuñado, con el primo… Fotos para el álbum o panteón familiar, como alguien denominó la colección de fotografías.
De vuelta a Gallarta aun pasaron por otro pueblo de esa cuenca minera para tomar la espuela; es decir: las últimas libaciones de licores, los postreras copas. Los cuatro coches que llevaron al ágape o comida, los cuatro coches regresaron sanos y salvos. Si solo fueron cuatro coches se debió a que no todos conocían la ruta hacia el restaurante. Y no por ahorrar gasolina. No. Lo decimos porque que habría seis familias y alguna de ellas tenía más de un automóvil. Y tampoco fue la crisis la que restringió el número de coches.
(seguirá)

Él estaba allí - 5

5-
La habitación, con el suelo todo de moqueta, tenía una gran ventana con un radiador debajo de ella. No era una habitación grande, pero si muy cómoda. De forma cúbica no faltaba de nada, hasta tenía un televisor de plasma, una sillita para colocar la ropa, un mueble de madera con travesaños a modo de perchero y una lámpara de techo de cinco bombillas.
Miró por la ventana. Enfrente, en el paisaje, el Museo Minero. Reminiscencia de tiempo pasado. Como todos los museos. Pasado pero aun presente en la memoria colectiva. Todos, quien más quien menos, habían sido mineros, hijos de mineros o vivieron de los mineros. Sintieron sus estrecheces, se unieron en sus luchas, confraternizaron con sus anhelos. Anhelos obreros, luchas obreras, estrecheces obreras. El concepto de clase obrera, la conciencia de clase había estado muy arraigada.
Un ejemplo aclarará lo que es eso: una vez, hace veinte años, se convocó una huelga general en la construcción; en la mañana de un día cualquiera estaban sentados en los escalones algunos obreros, descansando, mientras miraban el paisaje; en esto una mujer grita desde una ventana:
-¡Serán esquiroles! ¿Los veis? Hay huelga y están trabajando. ¡Hijos de puta!
Inmediatamente se levantaron de sus escalones y corriéndose la voz se formó una manifestación espontánea en dirección al lugar donde estaban trabajando unos albañiles. Desde lejos vieron venir la manifestación y huyeron de la obra los esquiroles.
Los que participaron en esta acción, hombres y mujeres, no tenían ningún vínculo con la huelga, los movió la conciencia de clase que resume el dicho ‘hoy por ti mañana por mi’. A 50 o 100 kilómetros de allí, en Azcoitia, municipio de la provincia de Guipuzcoa, donde también estaba convocada la huelga, en unas obras se trabajaba y en otras no; nadie se preocupó; los esquiroles siguieron currando sin que por eso las gentes de ese lugar se escandalizaran.
Esa conciencia de clase, como se ve, no está por igual en todas partes. Y puede que incluso aquí se esté diluyendo. El que esto les cuenta fue testigo, hace unos años, en un bar de Gallarta, viendo jugar una partida de cartas, de un diálogo en el que uno de los jugadores, ya mayor de edad, jubilado quizás, mostraba esa conciencia de clase  obrera, frente a un joven que ponía en primer lugar su conciencia de nación.
Ambos eran obreros. Pero uno, de mayor edad, declaraba no tener nación ni patria; y el otro, el joven, decía ser vasco, amar lo vasco, y tener una patria o nación, Euskadi, para él lo más querido. Y muy probablemente el de mayor edad hubiera venido a este pueblo a trabajar emigrando de su lugar de nacimiento; y el otro, joven, sería hijo de emigrantes.
El uno, el viejo, viviría la miseria en su tierra natal, allende los miles de kilómetros; y así mismo aquí el duro trabajo de la mina. Si en su pueblo estaba el terrateniente, el cacique, el amo de las tierras, aquí, en la cuenca minera, se halló con la empresa minera, con el socio capitalista, al que nunca conoció, pero si al listero, al capataz, al ingeniero jefe de la mina que lo siguió explotando; el otro, el joven, en cambio, se fue haciendo hombre en una sociedad cuya explotación tenía otras formas menos ácidas; y cuando su padre, en el verano, lo llevaba de vacaciones a su pueblo natal contemplaba el atraso del lugar, los menosprecios de los riquillos del pueblo y cuando de vuelta a Gallarta, a su casa, como esta en la que había dormido, en la que estaban invitados, comparaba ambas situaciones y en su fuero interno gritaría, primero ¡Gora Euskadi! Y luego ¡Gora Euskadi Askatuta!
Habría un conflicto entre padre e hijo: el padre hacía tabla rasa de diferencias: todos somos obreros, todos somos explotados, los obreros no tenemos patria. El hijo ponía énfasis en las diferencias colocándolas en el pentagrama de su pensamiento: no todo es lo mismo, hay diferencias, mi patria es Euskadi ¡Gora Euskadi Askatuta!
Quizás ese que el invitado no había visto aun en aquella casa estuviera más de acuerdo con el punto de vista del anciano que con el del joven. Incluso si el joven lo conociera, que no es seguro, se daría cuenta, a poco de indagar en el pensamiento del personaje, que ese grito no era propio de un proletario u obrero; sino de propietario autóctono o enriquecido allí. Pero eso… es otra cuestión que ha dado a la literatura revolucionaria marxista – leninista muchos textos desde que Stalin escribiera ‘El marxismo y la cuestión nacional’.
(seguirá)

sábado, 25 de septiembre de 2010

Él estaba allí - 4

Observó, en su camino hacia la cama, que en el hall de entrada, a la izquierda, había una fuentecilla de alabastro de la que fluía agua cuando la luz se encendía. Y a la derecha un gran espejo a los pies del mismo una alfombra era el recipiente del calzado de calle. Y, se le había olvidado por completo, arcoirisándolo todo, desde el techo, una lámpara que llaman de araña.
Llegados a estas alturas del relato, plagado de detalles insignificantes pero imprescindibles para su cohesión, alguien podría preguntar acerca del personaje que, asegura este escribidor, y es verdad, el viajero lo halló en aquella casa. Ese personaje introducido con cierto misterio pero que no tiene, en si, nada de misterioso,  mágico, ni nada del otro mundo, sino al contrario es muy humano, incluso demasiado humano, según escribiera un poeta, y por tanto muy carnal y además claro como la luz del día. Y no, aun no lo descubre. Porque todo aquel, o aquella, que haya leído este escrito, tan pormenorizado en ciertos detalles, comprenderá que, tras tantas horas de viaje, su timidez enfermiza, la discusión de hermano y hermana, la cena, el orujo, el champán… y los diversos objetos disparando sus formas y colores al cerebro, no estaba predispuesto, él, más que para dormirse.
De modo que durmió. Si. Y soñó. Soñó con que se perdía entre colinas, sin llegar a meta prevista porque se extraviaba entre un dédalo de montes y oteros conocidos, para más INRI. Lugares en los que trabajaban mineros, también conocidos, que salían cansados de la faena, tiznados de negro carbón, delgados, hambrientos, que se unían a él perdiéndose entre vericuetos, mientras sus mujeres e hijos esperaban verles aparecer con la comida en la mano y corrían a abrazarse a ellos sonriendo. Sueño entre placentero y angustioso.
La mañana siguiente, lo vio por la ventana, amaneció con algunas nubes que amenazaban lluvia. Se lavó en el cuarto de baño que, dicho sea al paso de estas letras, tenía todo lujo de detalles: taza, lavabo, bidé, bañera y toallas, toallas por todas partes: en la taza, en el lavabo, en el bidé, en la bañera; toallas de todo tipo: toallas valga la redundancia, toallitas, toallones, ¿alguna más? Pues si, pero ignora su nombre. Servicio de aseo con  azulejos relucientes, sin el más mínimo atisbo de suciedad.
Volvió a la habitación y se vistió rápido. Tenían que desayunar e irse a otro pueblo donde se juntarían con otros invitados al ágape o comida en honor del ya mencionado familiar.
Mientras se vestía se fijó en la cama donde había dormido. De matrimonio. Situada la cabecera en medio de lo que llaman armario puente; es decir: dos columnas de armario o laterales, columna unidas por arriba por el altillo a modo de puente. A ambos lados la cama tenía una mesilla de las que llaman de noche, con una lámpara cuyo pie era angelotes desnudos y rollizos. La habitación, con el suelo todo de moqueta, tenía una gran ventana con un radiador debajo de ella. No era una habitación grande, pero si muy cómoda. De forma cúbica no faltaba de nada, hasta tenía un televisor de plasma, una sillita para colocar la ropa, un mueble de madera con travesaños a modo de perchero y una lámpara de techo de cinco bombillas.
(seguirá)

Él estaba allí - 3

3-
Cuando llegaron a Gallarta era de noche y había que cenar, por lo que antes de nada pasaron a la cocina a preparar los alimentos que calmarían su apetito.
La cocina era una cocina alargada, algo estrecha, pero suficiente para la familia que lo habitaba: el matrimonio, un hijo y la madre de la señora de la casa. Daba a una terracilla, a la izquierda de la cual tenía unos armarios y a la derecha una mesa con dos sillas donde se sentaban a descansar contemplando el hermoso paisaje que se ofrecía a la vista. Si bien, al visitante le resultaba incómoda y le desasosegaba debido al vértigo causado por una altura de cinco pisos. Por lo que, tras unos minutos de ver el espectáculo de luces que a esa hora de la noche por doquier alumbraban calles y carreteras componiendo figuras que la imaginación creaba, se volvió a meter en la cocina. Mientras su cuñado y camarada cortaba filetes de carne para freírlos, la mujer de su cuñado atendía a su madre anciana de muchos años y su esposa ayudaba a su hermano, él se fijo en los detalles de la cocina: azulejos blancos con adornos azules cubrían las paredes. El blanco recogía la luz del sol durante el día distribuyéndola por todos los rincones de la estancia y el azul matizaba la blancura haciéndola si cabe aun más acogedora. Tenía de todo: lavadora, nevera, lavavajillas, armarios para el pan y otros alimentos como cruasanes, galletas, dulces… Amén de fregadero y cocina eléctrica que, con la encimera de mármol, material caro pero que apenas sufre deterioro, formaban la superficie divisoria entre el abajo y el arriba de esa parte de la cocina. La parte de arriba la ocupaba un armario alargado con varios  compartimentos donde se veían  platos, vasos, fuentes diversas. Justo encima de la cocina eléctrica se hallaba la chimenea del extractor de humos. Una mesa y varias sillas, donde se sentaron los cuatro, componían, casi al completo, los objetos de aquella cocina. ¡Ah!, se nos olvidaba anotar el teléfono y una pequeña televisión.
Cenaron cada uno a su gusto y complacencia. Sería redundancia decir que unos más y otros menos. Pero hay que decirlo para resaltar la libertad. Una libertad que queda mermada en otras casas al verse obligado el invitado, por la excesiva muestra de generosidad, al insistir una y otra vez en repetir la comida que le sirven, viéndose forzado ese forastero a seguir tragando para no caer en feo ante los anfitriones. No lo hacen a mal sino como muestra de generoso desprendimiento. La hospitalidad, allí, correspondía con la libertad del invitado. El vino, un buen vino de crianza, caldo de La Rioja Alavesa, fue el compañero cordial que ayudó a disolver carnes, lomos y chorizos en el laboratorio estomacal. Y por fin la fruta, variada, en frutero de cristal, puso color final a la cena. Recogidos cubiertos y vajilla, en la sobremesa se mezcló el orujo dulce, y el champán burbujeante con otras bebidas a las que se añadió reproches que el hermano puso encima de la mesa a la hermana. Reproches considerados por él muy próximos al agravio achacándoselos como pura deslealtad. Y que a ésta (a su hermana) le costó Dios y ayuda desenredar, o como diría Don Quijotedesfacer el entuerto’. Un poco ayudado por el camarada cuñado y esposo de la misma (que habló poco) y por su cuñada, antigua amiga, con su sereno y mesurado juicio.
-Pero, tú cómo puedes decirle eso a tu hermana. Estas mal de la chaveta ¿o qué?
Deshecho el enredo, se hizo un repaso del ágape o comida en honor de la hermana salvada felizmente de su grave enfermedad y tras decidir el regalo con que la obsequiarían se retiraron a descansar.



Observó, en su trayecto hacia la cama, que en el hall de entrada, a la izquierda, había una fuentecilla de alabastro de la que fluía agua cuando la luz de entrada a la casa se encendía. Y a la derecha había un gran espejo, a los pies del mismo una alfombra era el recipiente del calzado de calle. Y, se le había olvidado por completo, arcoirisándolo todo, desde el techo, una lámpara que llaman de araña.


(seguirá)

viernes, 24 de septiembre de 2010

Él estaba allí - 2


2-

Los dueños de la casa (uno de ellos ya se ha cita de paso) eran: el hermano de su mujer y su compañera, antaño amiga de ella. Una pareja muy compenetrada a pesar de sus discusiones, que las tenían, como cualquier matrimonio, pero que, como se suele decir, nunca llegaba la sangre al río. Pareja que, todo hay que decirlo, siempre lo habían tratado muy bien. El hermano de su mujer era, ya se ha dicho, más que cuñado, un camarada. O eso pensaba él. Tomada la anterior palabra 'camarada' en el exacto sentido político e ideológico que tiene. Y no lo pensaba en vano, pues le ayudó a salir en alguna ocasión de cierto aprieto con la dictadura franquista. De carácter fuerte, daba todo lo que tenía y, por tanto, exigía correspondencia. Su gran corazón no aguantaba las ingratitudes, o lo que él creía que eran, y por tanto no se andaba por las ramas a la hora de cantarle las cuarenta al ingrato. Es más, si no eran tales las deslealtades tardaba tiempo en desecharlas como prejuicios formados en su cerebro. Primero, antes de desprenderse de ellas, tenía que convencerse de su falso enjuiciamiento. Para ello le daba vueltas y revueltas, a veces con ironía que se apreciaba en el destello de sus ojos y en su sonrisa sarcástica. Todo lo cual eran muestras de su moral, de sus principios, adquirida y adquiridos en la lucha obrera. Moral y principios inquebrantables. Y, en lógica consecuencia, la amistad no la daba así como así. Y menos ahora que, tanto una como el otro, o el hermanamiento, o la camaradería, o... se consideran cosas banales y valen menos que el pedo de una hiena vieja.

-Pero, ¡qué dices! –le cortaba a veces su compañera- si tu no eres comunista.

-Yo soy machista leninista –respondía él con su irónica sonrisa y brillo en los ojos.

Estos cortes u otros los hacía ella para limar asperezas. Porque ella era, con su serenidad, con su juicio equilibrado, con su, pudiéramos decir, objetiva dulzura, la que contrarrestaba la radicalidad de él. Por eso se conjuntaban casi a la perfección. Dicho lo anterior no quiere este narrador que se sobreentienda como que la señora de la casa era una mujer como sumisa y obediente. En modo alguno. Sabía defender con perseverancia, con ahínco y hasta con  rotundidad, si fuera menester, sus puntos de vista sin dar su brazo a torcer fácilmente.

Presentados los anfitriones prosigamos el relato.

Abrumado por las atenciones y por cada cosa que se le ofrecía a sus ojos y paralizado por la timidez innata, no se dio cuenta de la presencia del personaje. Es más, ni se le había pasado por la imaginación. Con todo y con eso estaba en la casa, allí, cerca de él, aunque lo descubriera más tarde.

A la cocina, situada a la izquierda del hall de entrada, se accedía por una puerta situada unos pasos más allá del taquillón; puerta cuyo cristal mostraba, esta vez, no motivos asiáticos, sino escenas del folclore vasco. Nada raro por otra parte pues la casa estaba, y está, en Gallarta, pueblo vasco de la provincia de Vizcaya, enclavado en lo que, antaño, fue cuenca minera. Justo enfrente de la puerta otra daba a un balconcillo desde donde se veía el edificio denominado Museo Minero.
Gallarta es la capitalidad del municipio llamado  Abanto y Ciérvana. Desde una perspectiva histórica, tanto Abanto de Yuso como Abanto de Suso formaron parte hasta 1805 de los Cuatro Concejos del Valle de Somorostro dentro de la comarca de Las Encartaciones. Da al Norte con Ciérvana al Noreste con Santurce, al Este con Ortuella, al Sur con Galdames y al Oeste con Musques. Gallarta es un pueblo emblemático en la explotación del mineral de hierro, cuyas vetas fueron citadas hasta por Plinio el escritor romano. No quedan explotaciones abiertas desde 1993, cuando Agruminsa cesó la extracción de mineral. Esta población se trasladó de ubicación debido al avance de las minas sobre su antigua ubicación. En el municipio quedan amplias muestras de su pasado minero. Otros núcleos de población importantes dentro del municipio son Sanfuentes y Las Carreras.
A la derecha del Museo Minero aun se notaba, y se nota, la acción de la piqueta sobre el terreno.
Hay que decir que allí nació la llamada Pasionaria, es decir Dolores Ibárruri, mujer mítica en la reciente Historia de España, que fue responsable del Partido Comunista de España. Como también hay que decir que en esa cuenca minera surgió dicho partido, fundado entre otros por Facundo Pérezagua.
Cuando llegaron a Gallarta era de noche y había que cenar, por lo que antes de nada pasaron a la cocina.

(seguirá)

Él estaba allí - 1

1-

Así, en un primer momento, no lo vio. Pero estaba allí. Él. Que en el tiempo de nuestra juventud más joven siempre estuvo presente. Y si no notó su presencia lo atribuyó al olvido. Ese olvido ‘oxidado que todo lo entierra’, como escribiera el poeta chileno. Olvido que lo hiciera reflexionar a fondo y sacar al teatro de su memoria aquel episodio reciente con los objetos, personas y personajes. E incluso con el paisaje. Es decir todo, o casi todo, lo que rodeó el acontecimiento. Podrá parecer enumeración reiterativa, en ocasiones cansina, pero el que escribe esto está convencido de que es necesaria para la cabal comprensión del relato.

Tiene que reconocer, y lo reconoce, que derivó su pensamiento, y en algo tenía razón, acerca de las razones por las que no había percibido la presencia del personaje en aquella casa, al cansancio de tantas horas de viaje y a la timidez que le invade y paraliza cuando entra en casa ajena. Aunque sea de unos amigos o camaradas, como en este caso.

Porque, veamos: había ido con su esposa al norte de las españas con el fin de que, el agasajo que se le hacía a un familiar de su mujer, concretamente su hermana, tuviera la resonancia precisa para hacerle olvidar definitivamente la grave enfermedad que había pasado y, de paso, conseguir que el ágape o comida, que los concitaba, fuera un recordatorio de varias décadas de matrimonio de ese familiar, felizmente recuperado o resucitado.

Se alojaron en la casa del hermano de su esposa; es decir: de su cuñado camarada, porque lo era. O eso creía él.

Cuando entró en ella no se apercibió de que, el personaje ya mentado, estaba allí. 

Y es que pocas cosas guardó su cerebro de ese instante. Pocas. Pero dignas de no ser dejadas de lado; por ejemplo: la moqueta del suelo, un tanto oscura, con dibujos de color marrón o morado o rojo (en esto no sabría asegurar cual de ellos era); las puertas de entrada al salón cuyos cristales vestían motivos chinos o japoneses (el que pone estas palabras no sabes diferenciar a los unos de los otros); el sofá del salón y la ventana del fondo que parecía querer enseñar a los visitantes el hermoso paisaje, o deseaba que el paisaje se adueñara de la casa, o tal vez anhelara incorporarlo a la casa como un cuadro más; paisaje donde destacaba, brillando en la noche, iluminada por las luces de las farolas y otras luminarias,  la espadaña o cresta blanca de una planta que, dicho sea de paso, estaba invadiendo todos los rincones de esa tierra siempre verde; a la izquierda del hall de entrada un taquillón sostenía un reloj dorado, nada pequeño, de formas barrocas, vigilado a ambos lados por un candelabro con velas rojas; reloj que, aunque no quería contar el paso del tiempo y se había parado, daba igual, porque, por encima de él, un espejo, también testigo o notario del transcurrir detiempo, le devolvió a la realidad de su rostro, cada vez más viejo, luciendo un bigote cubierto ya por las nieves del otoño.

Los dueños de la casa (uno de ellos ya citado de pasada) eran: el hermano de su mujer y su esposa, antaño amiga de su mujer.

(seguirá)

jueves, 23 de septiembre de 2010

Iswe Letu: Salam aleikun - Aleikun salam

Sin saber por qué se fijó en él. Lo vio por la ventana. Le pareció tan solo... En un ángulo de la plaza. Sentado en un banco de granito. Imagen que le hizo pensar en lo desvalido del ser humano tomado así, sin más ni más, uno por uno. Las técnicas de acercamiento de objetos por las cámaras fotográficas pueden describir muy bien esa invalidez. La televisión utiliza esos métodos muy a menudo para representar a la Tierra dentro del Universo infinito. La Tierra entonces es un punto insignificante. Pero si ese tomavistas sigue acercándose a nuestro planeta nos muestra campos inmensos con sus pueblos y ciudades que son apenas poco más que manchas reducidas. Y esas manchas se agrandan si el objetivo las acerca y sus habitantes nos aparecen como pequeños puntos moviéndose de aquí para allá. Punto como el que está sentado ahí, en el banco de la plaza, en un ángulo de la misma. Solo.

Pero incluso la soledad tiene sus grados. Y ésta, de éste hombre, se la imaginó en grado sumo. ¿Por qué? No sabría explicarlo.

Por lo que podía apreciar desde la ventana parecía su rostro quemado por muchos fríos y soles. Cara arrugada. Nariz aguileña. Cabello blanco. Bigote entrecano. Gafas oscuras.

De cuando en cuando metía la mano en su vestimenta extrayendo un pañuelo negro con el que limpiaba sus gafas y sus ojos llorosos. Otras veces miraba en derredor con un aire -se lo imaginó- como quien se pregunta para si qué hago aquí.

Dos niños se le acercaron. Le acariciaron. Le quitaron un gorro blanco de la cabeza. Él les pasó la mano por el pelo. Mecánicamente.

Los niños se alejaron. Corrían. Jugaban. Entonces se colocó en el banco con pose extraña. ¿Extraña? ¿Eso que quiere decir? No sabría decir el por qué le pareció asi esa postura del hombre en el banco. Pero fue la palabra que encontró para definirla. Postura rara y de desmañada elegancia. Como de señor de un lugar al que los que le rodean están acostumbrados a escucharle cuando habla. Colocado así se llevó la mano a los ojos a modo de visera como queriendo protegerse de sol, para mirar a lo lejos, al horizonte, esa línea en que, según nos enseñaban en la escuela, parece que el cielo se junta con la tierra. Inútil gesto porque allí, precisamente allí, en aquel lugar, no había horizonte... ni horizonte, ni tierra, ni cielo, solo calles, casas y coches.

Por eso es posible -pensó- que mirara esas calles, casas y coches como el que mira en torno suyo sintiéndose trasplantado de golpe a otro planeta. La tristeza entonces se volvería angustiosa desesperación produciéndole un nudo en la garganta o en el estómago. Y si no fuera por el instinto, o voluntad consciente, de seguir viviendo se hubiera hundido en la negra o blanca muerte. Porque nadie le obligó...

Aquí se pararía para recapitular o recapacitar acerca o sobre los empujones, patadas, golpes, empellones... que da la vida a los individuos como él moviéndolos a tomar decisiones que entran de lleno en lo que podría denominarse heroicidades. Si, heroicidades. No de esas que brillan condecorando un pecho militar. No. Sino de las otras: íntimas, humildes en las que la sangre vertida, si se vierte, es la de héroes como él al que nadie conoce salvo los suyos seres queridos. A veces, muchas veces, infinitamente más valiosas bravuras o hazañas que las que representan esos relucientes oropeles en guerreras y uniformes.

Los dos niños se le acercaron una vez más. Y cogiéndole de la mano le forzaron a levantarse. Mas pronto lo soltaron y continuaron con sus juegos y correrías.

Caminó por la plaza. Con un andar extraño. Lo sentía por segunda vez pero no encontraba otra palabra para definir su andadura. Con cierta elegancia y arrogancia. Eso creyó el que miraba por la ventana. Un servidor de ustedes. Con perdón, porque el sirve no es libre. Decíamos que caminaba de forma rara, quizás como si levitara. O como si no sintiera el suelo bajo sus pies. O como si en lugar de caminar volara... Se metió las manos en los bolsillos de su vestido. El viento se los movió como si quisiera espantar su tristeza. Ahuyentaba la tristeza ondulando al tiempo su caminar, su levitar, su volar... y de paso lo transformaba en una mariposa. ¿Mariposa? Raro especimen en un lugar sin horizontes. Y sin cielo, ni tierra. Y sin flor donde posarse.

Volvió a posarse... digo sentarse.

Los que pasaban, cuando lo miraban, que no lo hacían siempre, lo hacían de reojo. Estaba claro que no tenía amigos o conocidos o familiares. Nadie con quien hablar. Así la soledad es más auténtica. Cruzó las piernas. Se metió una vez más la mano en el bolsillo. Sacó el pañuelo negro. Se quitó las gafas. Estaba limpiándose los ojos, llorosos, cuando uno que pasó cerca de él, joven, fuerte, ancho de hombros, cabeza redonda, pelo corto, camiseta roja que ponía en la espalda con letras amarillas 'Yo soy español español español' (español tres veces) lo miró y le dijo:

-Maldito seas, moro.

Pero él creyó entender 'Salem aleikun' ('La paz sea contigo').

-Aleikun salam -respondió.

-Tu puta madre por si acaso, cabrón de mierda -ladró el español uno y trino.

La tristeza del sentado en el banco de granito se desvaneció en una amplia sonrisa.

Y el que miraba por la ventana, viéndolo así, con la sonrisa en ristre, en ese ángulo de la plaza, sentado en el banco de granito, supo que si una cámara o tomavistas lo gravara en ese momento lo lanzaría al aire del espectador con la dignidad de un hombre que sabiéndose pequeño en el mundo es al mismo tiempo consciente de que es El Hombre: un ser que lo controla todo.

Y tarde o temprano volverá a poner la mano, cual visera ante los ojos, para otear, de verdad, el horizonte.

martes, 7 de septiembre de 2010

José Mª Amigo Zamorano: Una persecución muy racial


Estaba echado dormitando. La mañana era soleada, suave, moderada en todo, como sueño de paraiso terrenal. Levantó la cabeza y la siguió con los ojos. Gesto que, salvando las distancias de todo tipo, había visto a unos jóvenes sentados en la terraza de un bar. Pasaban tres chavales. Uno de ellos altísimo. Y los siguieron con la vista. Como el medioadormilado a ella. Los siguieron con la vista y se quedaron cuchicheando. Los tres chavales eran moros. Nada mas. Bueno, nada más no: eran moros. Y eso en España marca la diferencia  con el resto de emigrantes. Pero seguro seguro que el que estaba dormitando no pensaba nada en ello. Su gesto de izar la cabeza se debió a un acto instintivo porque la sintió pasar. El que lo está contando, un servidor de ustedes, ha hecho un paralelismo casi absurdo.

De momento no ha notado más que eso: un movimiento de cabeza y un seguimiento hacia el femenino ser con sus ojos semicerrados, soñolientos. Nada más. Si este se fijó en ella fue también quizás, está elucubrando un servidor de ustedes, por su color; un colorido entre negro y marrón; eso que llama la gente color café con leche. 

En fin, tiene que reconocer ante ustedes que son extraños paralelismo, extravagantes asociaciones de imágenes en el momento de contarlo porque los chicos, los tres chicos moros, uno de ellos muy alto, tenían la tez blanca, eran blancos. ¿Qué quiere decir eso de blanco o blanca? Bueno, pues que no se diferenciaban lo más mínimo del común denominador racial del resto de españoles... Me paro un poco aquí porque he puesto 'racial'. Ha sido sin querer. Perdón. Ahora tengo que remediar esta metedura de pata. He pecado de antihistórico, anticientífico y contrario a lo que los ojos ven diariamente: españoles blancos, también morenos, casi negros algunos, aceitunados, rubios, ensortijados, aterciopelados y... canarios que viven cerca de África. Esto en cuanto a varones. A las hembras les ocurre el mismo variopinto color de la tez. De modo que si a las palabras escritas anteriormente se les termina en 'as'... ya está arreglado el problema, porque es el mismo pluriracial  femenino. Dicho lo cual se llega a la conclusión de que los españoles o las españolas, lo que se dice tener rasgos raciales comunes... Como que no, que cada uno es hijo de su padre y de su madre.

Esto en cuanto a lo que vemos. Si lo leemos en las páginas de la Historia vemos aparecer pueblos y más pueblos: íberos, celtas y celtíberos, que fue una mezcla de ambos, luego godos, alanos, visigodos,  vándalos, cristianos, árabes, benimerines, judíos, bereberes... También de su padre y de su madre. 

O si nos acercamos a la ciencia antropológica nos muestra bien a las claras que el origen del hombre está en el mono y nos remonta al África como cuna de la Humanidad... De modo que eso de 'racial', de común denominador 'racial', no tenía ni pies ni cabeza. 'Racial' salió desmembrada palabra. 

Y desmembrado relato el que está saliendo, el que se está convirtiendo esta descripción de la actitud de él, por el simple hecho, en el duermevela, de ir mirando hacia ella. Mas por necesidades de la verdad, un servidor de ustedes, se tiene que desviar hacia estos derroteros. Porque es que, además, cuando introducimos la palabra 'racial', que nunca la debimos de meter, queriamos decir que esas miradas de las terrazas confluyendo en los tres muchachos moros, uno de ellos altísimo, tenían un brillo... ¿para qué negarlo?... de odio. Un odio a lo que viene de fuera (que en este caso tenía el agravante de alto), un odio a la lengua que hablan (que como no la entienden le parecen ladridos), a su escritura que, aun siendo tan hermosa, a ellos le parece garabatos, odio a unas costumbres como venidas de alguna galaxia. Pero, sobre todo, un odio ancestral, odio acumulado de siglos de luchas de moros y cristianos, odio trasmitido de padres a hijos, odio del subconsciente porque, tal vez, esos que miran, no sepan nada de Historia; un odio venido de luchas fraternales durante siglos (8 siglos) por el mismo suelo, los mismos pastos, la misma agua... una lid en la se derramó sangre, mucha sangre de hermano contra hermano... En 800 años ¿quién puede decir que es puro? ¿quién puede asegurar que él era el primero en ocupar aquellas tierras?... Y más recientemente, los que quedaron, los llamados cristianos, tienen el recuerdo de que igualmente contra los moros lucharon sus abuelos y padres derramando sangre en abundancia en el Desastre de Annual; o que esos mismos moros traídos por el dictador fascista Franco llenaron de salvajadas sangrientas el suelo patrio aterrorizando a los españoles republicanos. 

Es un odio, por cierto, dificil de combatir. Y más ahora, con la crisis, porque el parado español odia al moro que trabaja. Odio que el patrono atiza, que la patronal alienta. Al tiempo que emplea al emigrante en detrimento del aborigen porque éste trabaja por un sueldo más miserable. Dentro de su inmersión en el sistema capitalista, en su rueda de la competencia, se beneficia con esa transación casi sin querer.  Como este servidor de ustedes que observando a él y a ella con toda la mirada objetiva y neutral que es, porque estos ojos míos no miran más que con objetividad, también se beneficiaria de la derrota de ella en caso de que él la atacara. Que eso está por ver. 

Y no vayan ustedes a creer que a mi me gustan ellas... ¡uf, qué asco! Asco me debe de venir de la intrahistoria porque, y siguiendo con esas asociaciones de imágenes extravagantes, o como se dice ahora extrapolándolas, recuerdo un verano en el barrio chino de Salamanca que arrendé los servicios de una joven negra, más bien café con leche, y al verle su seta, 'seta' decíamos entonces, tan rosácea en medio del pinar café con leche, me paralizó las ganas de hembra. De modo que con esto les indico que no es beneficio sexual. Aunque ahora no sabría decirles si he superado aquel racismo coñocutáneo. 

Decía antes que el patrono se ve obligado a contratar emigrantes, pero fuera de eso patrono y parado español son españoles. Y se abrazan en una bandera. Y se entusiasman con La Roja ondeando la bandera; una bandera que para unos es la de la abundancia y para los otros la de la escasez. Pero españoles al fin. ¡Ahí es na! ¡Se dice pronto: españoles!

Ahora, una vez aclarado lo erróneo de intrroducir la palabra 'racial', quería decir que a esas miradas, siguiendo el curso de los tres jóvenes moros, uno de ellos altísimo, les separa un delgado hilo de la agresión física.

Todas estas ideas se me pasaron por la cabeza al ver izar la suya a él, para ver pasar a la otra una y otra vez. Hasta que sus ojos se le abrieron del todo. Y enseñando su boca. Desperezándose. Y luego echando chispas, brillándole los ojos como dos ascuas, mirándola fijamente, se puso en pie. Dio primero un salto y a continuación corrió tras ella. Saltaba, brincaba y corría. Como ya habíamos barruntado con anterioridad. Siempre con la limpia mirada de la objetividad beneficiosa. Durante un buen rato ella huyó de aquí para allí. Pero él no se dio tregua y siguió corriendo, saltando o brincando. 

Mas las fuerzas llegan siempre a su agotamiento. Ella paró un momento. Siendo imitada por él, fijos los ojos en ese ser extraño de color marrón o negro o cafeconleche. O del color que fuese. Eso no le importaba. Su instinto le decía que no era de su especie. Y había venido a invadir su hábitat. A competir con él. No podía consentirlo ni por lo más remoto. 

¿Que estaba ella cansada? Sin duda. Por eso se había detenido. Pero él acezaba y todo su cuerpo se  conmovía. Abría la boca intentando meter la mayor parte de oxígeno en el menor tiempo posible. Pues en cualquier momento podía reanudarse la persecucuión y... o ella se iba o... terminaría con la destrucción del más debil y... y no había comparación porque... el más fuerte era él. 

El final estaba determinado de antemano. 

El mundo no es justo. No. Siempre vence el más fuerte.

Como ella reanudara su huida, desesperadamente, no por ello el perseguidor se compadeció sino que siguió erre que erre, lamiéndose los labios con anticipación mientras saltaba, brincaba y corría de acá para allá.

El desenlace se desarrollaría en pocos segundos.

El destino de ella estaba marcado en la casilla de los perdedores.

El día era tibio, agradable, moderado en todos los aspectos como sueño de un edén. La brisa corría de cuando en cuando agitando las cortinas. Respiré profundamente. 

Se barruntaba ya el dulce otoño.

Por fin él dio un salto a la cortina aprovechando que ella volvía a descansar. La boca abierta, las uñas sacadas. Dio un salto como solo un felino sabe hacer. El gato saltó hacia la mosca que, efectivamente, se había posado en la cortina. Cortina que movida por la brisa de finales de verano dejó un espacio, un pequeño resquicio, por donde la mosca huyó, volando, a la calle.

domingo, 5 de septiembre de 2010

Iswe Letu: Menos que el pedo de una hiena vieja (4)

4.


Cualquier pretexto era bueno para no salir a la calle. Se pasaba todo el tiempo con su esposa, a la que contaba una y otra vez la escalada por la parte más empinada del ya mentado risco. Ella lo escuchaba poniendo suma atención en lo que decía, preguntándole, de cuando en cuando, sobre cierta parte que no entendiera del todo o que le agradara oír; como, por ejemplo: qué sintió cuando despertó después de su noche de amor, cómo tenía ella el rostro cuando la contempló antes de salir a pasear, de si estaba tapada o por el contrario dormía a pierna suelta, de si la besó o no, de si la acarició o no, y, si lo hizo, dónde la tocó y ella qué actitud tomó, tal vez se estremeció, le dijo alguna palabra, lo invitó a quedarse, o... porque no se acuerda apenas de nada, solo que le oyera entre sueños que se iba a dar un paseo. Y lo que si recuerda es que se ovilló en la cama porque sintiera que le acariciaban su 'chocho', esa fue la palabra que utilizara Beatriz riéndose, 'chocho'; con esa risa alegre y cantarina, que siempre era el comienzo de una serie de caricias y roces que acercaban los labios de ella hacia el pene del Ángel que se endurecía de repente y que a ella le producía una sonora carcajada a la que se iba acostumbrando; y que, ya, ahora, en lugar de desconcertarle, como antes, se estiraba y alargaba sus manos para acariciar los cabellos de la cabeza de ella; o bien ella ponía hincapié en que describiera el canto del halcón peregrino, su plumaje, el pico, el vuelo rápido rozando su cabeza, el peligro que pasó, en quién pensó, si pensó en ella, aunque fuera un momento, confesándole él que si, que pensó en ella, cómo no iba a pensar en ella, con lo que la quería y ella lo besaba y le daba las gracias; si bien para sus adentros se decía que, en este punto, se contradecía ya que unas veces decía que no había pensado en nadie más que en 'su pellejo', esa expresión utilizó 'su pellejo' cuando se lo contara la primera vez, pero que quizás, y apartaba esos pensamientos, no hubiera oído bien... y muchas más preguntas; al tiempo que declaraban una y otra vez amor eterno en aquellos días... nada del otro mundo en dos enamorados recien casados... de modo que así estuvieron esos días como en un nido, un nido de amor.

El cuarto o quinto día, cree, a la hora de comer, la televisión, en la segunda cadena, daba un reportaje sobre la vida de animales en la naturaleza como era costumbre; y como era costumbre un conocido ecologista narraba, con mucho detalle, los avatares acerca de la existencia del animal que hubieran programado; y un fotógrafo acercaba su objetivo al nido o madriguera del animal en cuestión; y al fotógrafo siempre le acompañaba otra persona.

El reportaje llamó la atención de los sentados a la mesa desde el primer momento por varios motivos: porque en este caso se trataba del halcón peregrino, porque los paisajes les resultaban conocidos y porque la persona que acompañaba al fotógrafo era Ángel.

El fotógrafo decía a los televidentes que, pocos días antes, le había llamado Ángel por teléfono comunicándole el hallazgo del nido del ave predadora, su intento fallido por llegar hasta él y cómo, ambos, con cuerdas, desde la plataforma del risco, conocido por esa zona como Risco del Suicida, habían llegado hasta el nido y habían sacado numerosas fotografías.

Beatriz miró a sus padres y a continuación a su esposo y exclamó:

-¡Anda, si es verdad todo lo que has contado! Mira, Ángel, eres tu.

Aquel, pensó, no podía ser él sino un monigote puesto por la televisión para rellenar el reportaje de pocos minutos. No podía ser su persona aquello que resumía en un breve instante sus inquietudes de macho en la noche de bodas, su salida del tálamo creyéndose un ser que no había dado la altura ante la hembra, porque la risa de ella cortaba de raiz sus ansias, porque la risa de ella le transportaba hacía un rincón de menosprecios y ridículos, tanto que quedó corrido y cortado por la risa de ella, o bien la risa le hacía deribar a su cerebro hacia especulaciones acerca de redes lanzadas por una hembra con objeto de ser mantenida, y, sobre todo, que su palabra valía menos que el pedo de una hiena vieja...

-Me voy a la habitación. Te espero -eso es todo lo que dijo el aludido.

Se fue rumiando la frase leída y aprendida en un libro sobre animales africanos acercándose a la conclusión de que es mejor hacer que decir. Los hechos quedan. Las palabras se van como el humo.

Beatriz desconcertada por las palabras de su esposo se quedó en la silla viendo la tele sin verla. Luego, indecisa, más que marcharse se deslizó en silencio, temerosa, y con un nudo en su garganta, donde su esposo le había indicado. Abrió la puerta y vio con sorpresa a su marido desnudo. Más salido que un garbanzal. Por supuesto, con el pene tieso. Angel la desnudó inmediatamente, nervioso, anhelante, casi con prisas, diciéndole:

-Hoy me voy a transformar en halcón peregrino. Voy a cubrirte una y otra vez para que nadie diga nada de gatillazos. Hoy van a ser otros labios, no los de tu boca, los que laman mi polla. Ponte de rodillas en la cama, cariño, te voy a joder al estilo halcón. ¡No! ¡No digas nada! Mejor así. En silencio. Las palabras valen menos que el pedo de una hiena vieja.

Aquel episodio lo almacenó en la faltriquera de su memoria para siempre. Con él llegó a la conclusión, creemos haberlo escrito varias veces, que su palabra no valía nada. Como humo. Menos. 'Menos que el pedo de una hiena vieja'. Una frase que leyó una vez en un libro, como ya hemos dicho, sobre animales africanos. Porque, aunque no era un hombre muy leído, le gustaba mucho la naturaleza y cuando su trabajo de escayolista se lo permitía leía todo lo que la biblioteca de su pueblo tenía sobre animales y plantas.

Eso, 'menos que el pedo de una vieja hiena' era el valor de su palabra, se repetía cuando lo recordaba. Aunque estuviera basada en hechos, como fue el caso que hemos narrado.
 
Otros, por lo que constató en el pueblo de su esposa, eran los dueños del valor de la palabra y la repartían conscientes de que se creería como verdad absoluta.
 
Fin

jueves, 2 de septiembre de 2010

Iswe Letu: Menos que el pedo de una hiena vieja (3)

 3.
Cuando regresó Recio de su pesquisitoria el salón de la casa estaba en silencio. Los rostros de Beatriz, de su madre y de las dos vecinas semejaban propios de un velatorio. Y los ojos de las que velaban, al abrir este la puerta, se lanzaron ansiosos pidiéndoles explicaciones. Y se las dio: lo que había podido averiguar era que Ángel estaba vivo y sin herida alguna; que al parecer si había intentado matarse, aunque él asegura que no, que había seguido a un halcón peregrino (cosa que nadie ha creido) hasta el risco del suicida y nada más; que lo misterioso del caso está en que lo vieron hablar por teléfono y que al poco tiempo se subió a un coche con alguien y que desde entonces, hace ya casi cuatro horas, nadie lo ha vuelto a ver.

Beatriz se puso a llorar, la madre acompañó su llanto, llanto al que se unieron las dos vecinas.

Este cuadro se encontró Ángel cuando abrió la puerta de la casa de sus suegros. Miró, sorprendido, todas y cada una de las caras, sin comprender nada. 

Beatriz, tras la sorpresa, se lanzó a sus brazos. El padre le reprochó a voces el disgusto causado a su hija. La madre miraba alelada. Las vecinas, temerosas de Recio, que por algo lo llamaban así, se despidieron. Ángel, en un principio, no entendía nada, por lo que oscilaban sus ojos del padre a la hija pasando por la suegra. Poco a poco fue aclarandose la neblina en su cerebro por lo que tuvo que volver a contar su historia, como ya la había contado por el pueblo, pero más pormenorizada: desde las seis o siete de la mañana, cuando salió a pasear, hasta las doce en punto que marcaba, sonoro, en esos momentos, el reloj de pared del salón. 

Y comenzando por desmintir lo del suicidio, una vez más.

-Yo no tengo por qué suicidarme. Soy feliz con Beatriz. La quiero. Y me hallo a gusto en la vida. -Pero... ¿por qué fuiste a dar un paseo tan temprano? Y recién casado. No lo entiendo. -No sé. No lo sé. Me gusta pasear. Me dcesperté a la hora de siempre. Contemplé el rostro de vuestra hija. Ta hermosa. Y no sé... me fui a dar una caminata. Tal vez a decirle a los campos, a las aves, a las plantas... lo feliz que era. El pueblo estaba en silencio. Solo un perro ladraba. Ya en corrales se oía el trajinar de los labradores. Y alguna que otra chimenea ahumaba. Comenzaba debilmente a amanecer. Y andando andando, no sé, llegué al pinar. Los pájaros se desperezaban. Se oía bullicio entre las ramas de los árboles. Un halcón peregrino cruzó el cielo. Lo conozco desollado. Me gusta ese animal. Y seguí su vuelo con la vista hasta donde se posó. Me adentré en el pinar llegando hasta el Risco El Suicida. Allí tenía su nido. El Risco es imponente. Había oído hablar de él, pero una cosa es eso, que te lo digan, y otra muy distinta verlo. Sobrecogía. Tan alto. Di una vuelta entorno a él. Subí por una parte, la del oeste. Por allí la subida facil. Cuando llegué arriba comprobé que el nido se hallaba en la parte este y que por donde había subido no podía alcanzarlo. Volví a bajar. Brincaba de roca en roca como un mono. Me encontraba a gusto, muy a gusto. Era feliz. Poco más les puedo decir. Por la parte este se podía llegar justo hasta el nido. Pero por esa parte la pared caia a pico. Era pura pared. Observándolo bien hallé que tenía numerosa grietas y salientes y que podría salvar el obstáculo. Lo había hecho en otras partes. De modo que emprendí la subida por esa pared rocosa. Poniendo todo el empeño de que era capaz. Y más. La alegría me salía por los poros del cuerpo y del espíritu. Después de un rato de subida, tengo que decirles, comencé a notar que me faltaban las fuerzas. Paré un rato. Miré hacía el nido y aun estaba lejos, por lo que decidí abandonar el empeño. Mas cuando cuando me disponía a descender miré para abajo: ¡Jesús! ¡Casi me mareo! Demasiado lejos del nido y del suelo. Además me entró un cierto miedo:  bajar no se podía. Solo tenía una alternativa: subir, la cima estaba mas cercana. A no ser que quisiera matarme bajando...

-¿Y lo querías?... -apostilló Recio.

-Otra vez con eso... ¡Qué no !... ¡Joder!... ¿Me deja continuar?...

-Perdón. Sigue sigue.

-Y no, no quería matarme pero...

Miró a su suegro. En el rostro vio reflejada la incredulidad. Pensó que era inútil continuar porque su palabra era como humo... Valía menos que humo... 'menos quizás que el pedo de una hiena vieja'. Frase que leyó en un libro sobre animales africanos y repetía a menudo para indicar el poco aprecio que se tiene por una cosa.

-Me voy a duchar. Lo necesito -dijo interrumpiendo su relato.

... y ya en la habitación recien duchado le contó a ella aquel miedo que le entró al mirar para el suelo por lo que se vio obligado a seguir trepando pared arriba sin ocurrírsele por nada del mundo volver la vista abajo que por otra parte en el abajo ya solo se veía pinos y tiene que decirlo en esos momentos no se piensa ni en esposa ni en padres ni en nadie ni en nada solo en salvar el pellejo que estaba en peligro cierto de rasgarse para siempre y que cuando vio el nido más cerca casi al alcance de la mano lo que menos pensó era en el nido pues su mente estaba invadida por la idea fija de llegar a una plataforma que a la parte de la derecha se veía a pocos metros aunque se alejara del nido del halcón peregrino al notar que se le agotaban las fuerzas y que si ocurría eso era su final y que ese pensamiento esa  plataforma le insufló fuerza optimismo valentía para seguir  y entonces en esa preciso momento el halcón peregrino que estaba acechando hizo acto de presencia en un vuelo rasante que casi lo hizo desprenderse de la roca y caer al vacío y ¡joder desde casi cuarenta o cincuenta metros! empequeñeciósele el corazón lo que produjo un movimiento decidido por agarrarse a las rocas con más fuerza lo que hizo metiendo sus dedos en unas grietas con la fuerza de la desesperación y desde allí descubrió que poco más hacía la derecha en dirección a esa plataforma salvadora había un arbolito y  que pensó cómo podría llegar hasta su tronco porque si lo lograba treparía por el tronco cuya cima daba casi a un saliente que tenía algo de tierra y desde allí a la plataforma había calculaba unos pocos metros fáciles de escalar y eso hizo si bien antes el predador peregrino volvió a asomar su vuelo peligroso en varias pasadas aunque con menos peligro porque ahora se hallaba ojo avizor y cuando veía aparecer su pico ganchudo apretaba su cabeza casi ocultándola entre las rocas en el hueco de ellas y el halcón no lograba alcanzarlo a riesgo de romperse la crisma en la roca y que quería decir que fueron pocos escasos metros y pocos escasos minutos en el tiempo hasta subir conquistando la plataforma pero que a él esos metros y minutos le parecieron infinitos de tal manera que cuando arribó a la dichosa plataforma nunca mejor dicho dichosa se sentó apoyando su espalda contra la pared de una roca y allí estuvo un rato largo hasta que logró aquietar sosegar tranquilizar su cuerpo y su alma y que podía dar fe constatar que ambos cuerpo y alma lejos de querer quitarse la vida habían hecho esfuerzos sublimes para consagrarla...

-¿De verdad, cariño?

-Esa es la realidad.

Su mujer le acarició el pecho recostándose la cabeza en él. Ángel mientras tanto acariciaba su pelo. Beatriz movió su cabeza y con la lengua le lamió un pezón haciéndole estremecerse visiblimente: se le puso la carne de gallina. -¿Te gusta? -Si -respondió casi tímidamente. -¿No estarás quejoso de mi? 

Ella paseó su mano pecho abajo hasta llegar a su pene y testículo. Arrimó su boca y le comenzó a lamer el miembro que se endurecía a ojos vistas. -¿Te gusta hacerme esto? -preguntó Ángel extrañado porque no había visto nunca hacer semejante a cosa a una mujer. A una mujer nunca. Si a los hombres. O a los niños. O a los animales. Pero a una mujer... -Bueno... Tampoco me disgusta. Es suave a los labios como un helado de fresa. Agradable.

Y se echó a reir. Sorprendiéndole a Ángel la risa de ella. Y esa sorpresa no pasó desapercibida a ella que después de lamerle el glande lo miraba sonriendo. -Verás... no te mosquees... es que me hace gracia ver como se te empina cada vez que te la chupo. Y volvió a reirse. -Si no te gusta no tienes por qué hacerlo. -Lo que quiero es que estés contento. Que no sufras por mi...

No recuerda ahora cuantos días estuvo en casa de sus suegros hasta volver a su pueblo. Menos de cinco. En esos días tuvo que contar su aventura del halcón peregrino muchas veces. Generalmente la narracción empezar así:

-Anda, Ángel, cuéntanos lo del pajarraco ese -le animaba uno. 

Luego el círculo de oyentes prorrumpía en sonoras carcajadas antes de comenzara a hablar. Y al final siempre los mismos comentarios sobre el gatillazo y sobre el suicidio del anterior marido de Beatriz, su esposa.

Hasta que un día le animó a narrar su ascensión al Risco El Suicida un individuo que, estaba seguro, ya se lo había contado días antes. Entonces se fijó en su cara burlona mientras hacía alusión a la impotencia del primer amante de su mujer. De repente Ángel le dijo:

-Si... Eso... Eso debe de ser tremendo para la hombría de un recién casado.

Y se levantó dejándolo con la palabra en la boca.

Marchó a casa de sus suegros y no volvió a salir a la calle.

(seguirá)