viernes, 27 de febrero de 2009

José Mª Amigo Zamorano: 'Sin dejarse vencer' (3)

-Recordando a Concha Tristán-

(viene del anterior post)


Esto pensaba la golondrina cuando el artesano regresó a su faena triste y compungido por las deudas en las que estaba encarcelado y que le tenían el corazón en vilo.

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Continuó su trabajo distraído. Las ideas volaban por los más negros espacios siderales.


-¡Qué será de mis hijos! ¡Pobre de mi esposa!


Pintaba sus vasijas sin ganas, mecánicamente.

Mustio y mohíno se hallaba al recoger del suelo el jarrón que dejó cuando su mujer le llamara para lamentarse de que su bolsa se hallaba vacía de monedas y preguntarle, de muy malos modos, de dónde sacaría dinero para subsistir. No supo qué contestarle. Pero ahora, al ver la vasija, se le iluminó el rostro. El vientre del jarrón tenía una protuberancia de forma de pájaro perfecta. Paseó sus manos por el bajorrelieve pareciéndole que estaba vivo. Hasta creyó ver que se movían sus ojos. Se dio una palmada en la frente como para ahuyentar sueños.


-¡Que tonto soy! Cómo se van a mover los puntos negros de algún pedrusco...


Hay que decir, para que se entienda bien el relato, que el hombre era un artesano con una gran sensibilidad y comprendió que se hallaba ante una forma de exquisita factura. Necesitaba, eso si, darle una capa de pintura para que ese bulto adquiriera el color de una golondrina viva como si llorara, desesperada, por desprenderse del resto del jarrón.

Había creado una obra de arte. Única y valiosa. Y fue consciente de ello.

Los miércoles, en aquella localidad donde vivía nuestro hombre, había mercado. Y, como todos los miércoles, acudió con sus piezas de barro a su puesto. Colocó las vasijas, saludó a los verduleros y verduleras, a los pajareros, a los que vendían pescado, a los meloneros... Luego se puso a vocear su mercancía. Voces que se confundían con las de otros artesanos y comerciantes. Una alegre algarabía se adueñó del mercado semanal. Funcionarios, campesinos, estudiantes, amas de casa... iban acercándose hasta los distintos chiringuitos.

Él esperó a que las gentes se fijaran en sus creaciones.

Un niño que paseaba cogido de la mano de su madre exclamó:


-¡Mamá! Mira, ese jarrón tiene una golondrina posada en su barriga.



(continuará)

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