martes, 24 de junio de 2008

Iswe Letu: La Venganza del Kapital Bodeguero

Cuando uno bebe un baso de vino del 'Señorío de Noséque', o del 'Conde de Nosecual', o tal vez del 'Palacio de Mengano', quizás del 'Marqués del Tiosabido' o a lo mejor de la 'Abadía de Perengano'... el vino adquiere siempre, intrinsecamente, un poder revolucionario en nosotros: entra en el estómago, ayuda a triturar el alimento más pesado y se disuelve entre nuestra carne elevándonos.


En realidad es nuestra intención de liquidar señoríos, condesados, marquesados, abadías... desde la mesa.

La verdad sea dicha, es que solo logramos embriagarnos, encurdelarnos, un poco unas veces y un mucho otras. Y de paso olvidarnos de que, tal poder subversivo, mezclado con el vino se va barriga abajo hasta el retrete.

Luego, hecha la digestión y expulsados los últimos vapores etílicos con sonoros eructos, la realidad se impone, el espíritu reaccionario vuelve, los opresores reaparecen en los rótulos de botellas y en los frontispicios de las bodegas, desde donde, esos señores de horca y cuchillo, sambenito y hoguera, se reencarnan en los nuevos ricos, en la burguesía de principios del s. XXI quien, no siendo capaz, en su momento, de cortar cabezas nobles y eclesiásticas y manteniéndose sumisa a iglesias y castillos, hoy rinde culto, tributo, pleitesía..., a las orgías y borracheras que, sus antepasados, pobres de solemnidad, no pudieron realizar, contentándose con unas solas pinticas en la bota.

Y, hoy, lo hacen rotulando sus negocios alcohólicos con letras de humillantes reminiscencias: Señorío de la Verguenza, Monje de los Lenocinio, Marqués del Berraco, Real del Ansia, Conde de Donsimplón, o Abadía de la Borrachera.

Además, es la venganza del Kapital bodeguero porque, cuando bebíamos, el vino adquirió un tinte de revuelta evasiva empinando el codo. Y, para más inri, nos incrementa el vino con el iva. ¡Qué cabrones!


miércoles, 18 de junio de 2008

Iswe Letu: Contra el racismo: Los olvidos de las 'Memorias de África'

Escribíamos en el anterior post que el libro de Karen Blixen (Isak Dinesen) 'Memorias de África' famoso, magníficamente escrito, y la película del mismo título basada en él, han escondido orgías, robos, adulterios, opresión, lujuria, desenfreno, maltrato, alcoholismo, drogas, asesinatos... de la alta alcurnia, de la nobleza británica, en Kenia, incluida la corona pues de ello participaba hasta el Príncipe de Gales.

Bien, para terminar estos escritos sobre 'Memorias de África', veamos, mediante el texto que irá a continuación, en qué se entretenían estos parásitos, tomado de libro 'Pasiones en Kenia' (1) que también hemos citado. Es todo un ejemplo de la praxis de estos acérrimos defensores de la familia, la moral cristiana y los valores occidentales; y, por cierto, nada original el añejo y orgiástico juego:

"De vez en cuando organizaba juegos después de cenar, como el que consistía en hacer volar una pluma soplando por encima de una sábana sostenida sobre la mesa de los invitados. Era un juego frenético ideado para dar lugar a un estado próximo a la histeria; cuando la pluma caía, todos los ojos se posaban en Idina (*), quien, como una gran sacerdotisa presidiendo un ritual sagrado, adivinaba y luego anunciaba quien había de dormir con quién.

Los dormitorios estaban cerrados con llave e Idina disponía de juegos duplicados que colocaba sobre la mesa para proceder a la elección de los compañeros de cama mediante otro juego de azar, o algo que se le parecía. 'Siempre llamábamos a la cama de Idina el campo de batalla -decía un superviviente-, y todos íbamos a parar allí en un momento u otro del día o de la noche'."



Por lo que podemos ver, nada de eso refleja la idílica foto de la película 'Memorias de África'. Fiel al libro citado. Nada.

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(*) Lady Idina, de soltera Sackville, n. 1893. Hija del earl De La Warr. Cambió de nombre seis veces en los 5 matrimonios: Gordon, Wallace, Hay, Erroll, Haldeman y Soltau. En 1924 se casó con Josslyn Hay, luego earl de Erroll. Se divolció en 1930. Su casa, Clouds, situada cerca de Gilgil, era en centro del Happy Valley. Murió en 1955.

(1) Pasiones en Kenia. Editorial Anagrama 1988. Autor: James Fox

martes, 17 de junio de 2008

Iswe Letu: Exquisiteces de la nobleza en Kenia

Luchando contra el racismo
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La autora de 'Memorias de África', Isak Dinesen (Karen Blixen), y de la que ya nos hemos referimos en la anterior actualización, en sus 'Letters From Africa 1914-1931' (Windenfeld & Nicholson, 1981), en una carta a su hermana decía (y es una muestra de los modales groseros, vulgares, chabacanos, pedestres... de la alta alcurnia, de la nobleza de sangre, defensora del exquisito comportamiento, de los normas de urbanidad, de las buenas costumbres, en la civilización occidental):


"Lady Delamere (*) se comportó escandalosamente durante la cena, a mi modo de ver. Bombardeó al príncipe de Gales con trozos de pan, y a mí, que me sentaba junto a él, me alcanzó uno en el ojo, de modo que ahora lo tengo morado, y terminó arremetiendo contra el príncipe, derribándole de su silla y revolcándole por el suelo. Yo esas cosas no las encuentro nada graciosas, y es una estupidez hacerlas en un club. En conjunto, ella no resulta especialmente agradable, con su aspecto estrambótico igual que una muñeca de madera pintada."

(*) De nombre Gwladys (pronúnciese Gladys) viuda de Hugh Delamere, de soltera Beckett, nació en 1898. Se casó en 1920 con sir Charles Markham; en 1928 con el citado Hugh, tercer barón de Delamere. En 1938 fue nombrada alcaldesa de Nairobi. Murió en 1943.


(DE LA FOTO: en el centro y vestida de negra la susodicha Lady Delamere, de soltera Beckett)

Iswe Letu: Memorias de África... suavizadas II

Literatura contra el racismo

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Memorias de África... suavizadas II

Memorias de África... suavizadas II








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ISAK
ISAK
ISAK
ISAK
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Isak Dinesen (Karen Blixen), autora de 'Memorias de África' y de la que ya nos hemos referimos en la anterior actualización, en sus 'Letters From Africa 1914-1931' (Windenfeld & Nicholson, 1981), en una carta a su hermana, decía (y es una muestra de los modales groseros, vulgares, chabacanos... de la alta alcurnia):

"Lady Delamere (*) se comportó escandalosamente durante la cena, a mi modo de ver. Bombardeó al príncipe de Gales con trozos de pan, y a mí, que me sentaba junto a él, me alcanzó uno en el ojo, de modo que ahora lo tengo morado, y terminó arremetiendo contra el príncipe, derribándole de su silla y revolcándole por el suelo. Yo esas cosas no las encuentro nada graciosas, y es una estupidez hacerlas en un club. En conjunto, ella no resulta especialmente agradable, con su aspecto estrambótico igual que una muñeca de medera pintada."

(*) De nombre Gwladys (pronúnciese Gladys) viuda de Hugh Delamere, fue alcaldesa de Nairobi.



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Nairobi
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(EN LA FOTO, EN EL CENTRO, SENTADA, VESTIDA DE NEGRO, 'GLADYS' O LADY DELAMERE)






lunes, 16 de junio de 2008

Contra el racismo: 'Pasiones en Kenia' o 'Memorias de África'

"Yo tenía una granja en África, al pie de las colinas de Ngong. El ecuador atravesaba aquellas tierras a un centenar de millas al norte, y la granja se asentaba a una altura de unos seis mil pies".


Este es el sencillo comienzo del libro 'Out of África' ('Memorias de África') de Isak Dinesen (Karen Blixen) luego llevado al cine con tanto éxito. El director a muerto hace poco.



Sin embargo, su magnífica prosa escondió cuidadosamente la opresión a los pueblos de Kenia como los massai y los kikuyo; este último, luego, mediante la organización del Mau Mau, le crearía problemas hasta conseguir la independencia.



Como tampoco aparecen las atrocidades cometidas por los blancos, que la escritora conoció personalmente, en lo que se llamó el 'Happy Valley', una zona de la 'White Highlands' donde vivían de puta madre, valga la frase, sin dar palo al agua.



Hace años la editorial Anagrama publicó un libro, que guardamos, 'Pasiones en Kenia', acerc
a del asesinato de un colono inglés Lord Errol, jefe político de los blancos, al que conoció la escritora danesa, en el que se puede leer todo un catálogo de 'heroicidades' de esa aristocracia británica trasplantada al Africa: orgías, robos de tierras a los nativos, drogas, alcohol, palizas y humillaciones a sirvientes, encornamientos, lujuria, libertinaje, matanzas de animales llamadas cacerías, adulterios...


Para muestra, este botón delicioso escrito por una dama de alta alcurnia:


"... No es posible, por ejemplo, aplicar la experiencia adquirida en Inglaterra para saber cuándo es el momento de mandar azotar a un criado por frotar una bandeja de plata contra la grava para limpiarla..."


Lady Cranworth, 1912

FOTOS: Con sombrero la escritora danesa Karen Blixen (Isak Dinesen) autora de 'Memorias de África'.
La otra foto: represión de las rebeliones negras.


miércoles, 11 de junio de 2008

Iswe Letu: 'Pasiones en Kenia y Sudáfrica'

Luchando contra el racismo
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A raíz de los incidentes sangrientos en Sudáfrica en los que unos pobres emigrantes negros fueron asesinados por las gentes más pobres del lugar, nos dio por releer 'Pasiones en Kenia'. Por eso de que los blancos dominaron ?? Sudáfrica y blancos mandaron en Kenia.

Para el que no lo sepa, este libro, publicado por Anagrama, es una investigación o crónica del asesinato, no de un pobre sino de un rico blanco, Lord Errol. Lo hicieron muchos años después de su muerte los escritores Cyril Connolly, ya consagrado escritor inglés y otro más novato, James Fox.

El caso es que parece una novela negra, más bien negrísima, pero con hecho y personajes reales de la más alta alcurnia. Ocurrió en Kenia cuando era colonia inglesa. Allí vivían, de puta madre, sin dar palo al agua, unos aristócratas, en lo que se llamó el 'Happy Valley', una zona de la 'White Highlands' que describiera, magnífica y muy amablemente, la danesa Karen Blixen. Y que, luego, se ha llevado a las pantallas de cine con el nombre que le pusiera a sus memorias la escritora, 'Memorias de África', con gran éxito.

Pues bien, el 24 de enero de 1941 se halló el cadáver de Josslyn Hay, ear de Errol, jefe político de los colonos y un nombre de la más pingorotada aristocracia. Se acusó del asesinato, tenía muchos enemigos, a un colono, a quien, tras ser juzgado, lo absolvieron.

El asesinato y el juicio fue muy sonado en su tiempo. Al escritor Cyril Connolly siempre le intrigó este crimen. De modo que, como ya hemos escrito, muchos años después, ayudado por un joven escritor, emprendió una investigación minuciosa sobre el caso.

Este libro, 'Pasiones en Kenia', es el resultado de sus pesquisas que firmó el joven James Fox porque Cyril Connolly, desgraciadamente, las diñó. Su lectura, aparte de la investigación policíaca y judicial, es como repasar un catálogo de heroicidades de la minoría blanca en tierras africanas: orgías, robos de tierras a los nativos, drogas, alcohol, palizas y humillaciones a los sirvientes, encornamientos, lujuria, libertinaje, matanzas de animales llamadas cacerías, adulterios... Brillante paso por África de la aristocracia británica cuyo corazón era fascista (el asesinado fue durante un tiempo miembro del partido fascista inglés) que ha dejado huella memorable de sus juergas y borracheras en el famoso Club Muthaiga. Corrupta sociedad cuya visión atemperó o tapó Isak Dinesen, la baronesa Blixen, en sus magníficos escritos; de la misma forma, la película, fiel a su literatura, ocultó tras una hermosa y brillante luz romántica.

Ese ocultamiento de las miserias, que los dioses nos perdonen, se ha llevado a cabo tras el triunfo del Congreso Nacional Africano en Sudáfrica. Y la figura de Nelson Mandela ha contribuido con su egregia aureola de encarcelado a velar la verdad. Las caras negras de diputados y ministros tapan el dominio sobre los resortes del poder de la minoría blanca. Ocultan el lujo insultante en el que se mantienen los blancos de siempre frente a la sociedad envuelta en paro, pobreza, hambre, miseria, sida. Es decir: los legítimos dueños de las riquezas se mueren de pobres.

Sudáfrica es otro valle feliz para un puñado de ladrones de raza blanca, racistas hasta la médula, que, pese al triunfo de la mayoría africana, mantiene intacto su poder tras arrojar el lastre inútil del Aparheit.

Valle feliz atrincherado, parapetado, tras las figuras de marioneta de diputados y ministros del Congreso Nacional Africano y la de heroica figura de Nelson Mandela. Triste papel para un héroe.

Lo que no han podido ocultar estos negros y sus amos blancos (y les hubiera gustado) es la marginación, el paro, el sida, la ignorancia, la violencia, la miseria, la pobreza, los bajos salarios... de buena parte de la población a la que se dicen representar.

Lamentablemente, desorientado como está, el pueblo sudafricano dirige sus cóleras, no contra el poder real que los mantiene en la miseria, los patronos, sino contra el emigrante; ese emigrante que acude a la tierra de promisión sudafricana huyendo del hambre o la represión de sus países. En esto se parecen mucho a los sentimientos racistas de la Europa, de esta civilización occidental.

Los vimos hace pocos días persiguiendo a pobres emigrantes de Zimbabue, de Madagascar... Incendiando sus casas. Matándolos. Con una crueldad inaudita que, eso si, por aquí es difícil ver, de momento. Aunque, tampoco hay que llamarse a engaño, por estos lares de la gran civilización occidental, incendios y asesinatos de emigrantes también los hemos visto.

En fin, de momento los propietarios sudafricanos pueden seguir viviendo en su valle feliz como antaño lo hicieron los blancos en Kenia. Lo decimos porque las masas utilizan su cólera, su rebeldía, su protesta, su violencia como ciegos con una pistola: sin diana verdadera.

miércoles, 4 de junio de 2008

Iswe Letu: 'Miedo al diferente'

Relato contra el racismo
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1. La niña impertinente


Tras un invierno frío y una primavera bastante fresca, el verano se había estrenado con un día soleado que invitada a pasear.


Los pájaros piaban por doquier de contentos. Desde sus jaulas los canarios se contestaban unos a otros. En el cielo chillaban miles de vencejos y golondrinas trazando vuelos en apariencia anárquicos. Las rapaces planeaban y de cuando en cuando se lanzaban en picado hacia un prado donde se decía que habían aparecido varias víboras pero que con el año tan lluvioso se escondían entre la maleza.


Desde la ventana de su casa, Luis contemplaba todo este movimiento de la vida volandera. Se sentía feliz en comunión con la naturaleza. Casi levitaba. No le podía pedir más a la vida.


Le volvió a la realidad el sonido del teléfono móvil. Era Miguel, su amigo, quien por el comunicador, como solía llamar al móvil, le invitaba a dar un paseo, por la tarde, hasta la fuente llamada ‘Palancarruca’ y, de paso, llenar unas garrafas de agua, pues la del grifo olía y sabía mal.


Se lo dijo a Pepa, su mujer, y, a la caída de la tarde, salieron a la calle. El reloj de la torre de la iglesia daba las siete cuando emprendieron la subida hasta la fuente. En la plaza daba vueltas el camión de bomberos. Los coches pasaban con la música a tope. Recuerda el golpeteo tozudo y machacón de una pieza musical de rap repitiendo insistentemente: ’11 de septiembre, 11 de septiembre’. El rap es música pegadiza surgida en los Estados Unidos en los barrios marginales de negros y chicanos. Aquí no había ni negros, ni chicanos. Aunque, eso sí, tenían una colonia muy numerosa de magrebíes.


Su amigo Miguel venía acompañado de su mujer Juanita, de cara casi cuadrada, regordeta y muy habladora. Se inventaba fantasmas que estaban siempre mirándola, cuchicheando o incluso dispuestas al acecho para atacarla a lo largo de la conversación. Entonces, se enfrentaba a ellos casi a voz en grito, de tal modo que, muy a menudo, las gentes que pasaban se quedaban, efectivamente, mirándola. Si se exaltaba demasiado, Miguel la reprendía diciéndole irónicamente:


--Tú, Juanita, siempre haciendo amistades.


Por lo general cansaba su charla continua e incesante, pero los que la acompañaban encontraban vericuetos o sendas para evadirse de su diluvio de palabras. Ella era ella y nadie más: la reina del baile. Y quería estar siempre en el centro de la pista. Hay que decir en su favor que conseguía, a veces, atraer la atención por el colorido, gracia y salero que adquirían los acontecimientos, bien fueran imaginados o reales. En ambos casos llegaban a encarnizarse en Juanita. Entonces su charla tenía chispa.


Salieron de la población y emprendieron la subida, como ya hemos dicho, hasta la fuente que se encontraba en un alto. Arrastraban unos fardos, donde llevaban las garrafas de plástico, que eran los carros de la compra.


Miguel y Luis iban delante. Juanita y Pepa detrás. A la cola caminaba Silver, el gato de Juanita. El gato no seguía siempre el camino recto y a veces se desviaba metiéndose por entre los cardos y las amapolas que adornaban los bordes del camino. Entonces Juanita le gritaba


-¡Silver, no! ¡No! ¡Por ahí, no!


Y el gato obediente volvía al camino trillado. Mientras tanto, su ama se extendía en consideraciones que Pepa evadía atendiendo al riachuelo que dejaba oír su fluir cantarino en la lejanía, pero que ya antes de oirlo había captado su línea metálica grisácea. A ratos esa línea se cortaba en trozos blancos. Era donde el arroyo estaba cuajado de flores. Entre espacios blancos y metálicos el río se perdía a lo lejos entre el verde del prado. Un buitre y una cigüeña negra pareció asustar al gato que corrió, como una centella, a refugiarse entre unas rocas. Duró poco el susto porque, casi enseguida, se le vio beber en el arroyo. El sol calentaba molestando las molondras desvalidas.


En la fuente, afortunadamente, no había más que una niña de 4 o 5 años que llevaba una pajita en la boca. Cerca, en un banco de piedra, un hombre cuidaba un cochecito que contenía un bebe de pocos meses. Sentadas en un prado cercano tres mujeres. Se notaba que eran árabes por los pañuelos de la cabeza y sus largas vestimentas negras. Y más allá, mujeres y hombres, en derredor de la fuente, charlaban. Un hombre, que le costaba mucho andar, se sentó en otro de los bancos que rodeaban la fuente. Apenas lo hizo cuando el perro que le acompañaba comenzó a ladrar a algo que surgía de la tierra como un palo. Era una culebra que levantaba la cabeza asustando al hombre que se cayó del banco mientras el perro conseguía ahuyentar al reptil. Juanita y Miguel, con otras gentes, corrieron a socorrerlo. Era un vecino suyo. Su rostro, de un color rojo como el tomate, se había vuelto pálido como la cera de la emoción.


Una vez tranquilizado volvieron a la fuente. Allí tenían sus carros de los que la niña de la paja en la boca se había encargado de sacar las garrafas y tirarlas por el suelo.

Estaba metida de cabeza en uno de los fardos como queriendo buscar algo.


-¡Niña! ¡Qué nos has hecho! –gritó Juanita- Eso no se hace –la amonestó.


La niña miró a ella, luego al gato. Temerosa del animal se apartó de la fuente con una mirada que a los adultos les pareció entre lela, tímida, atrevida y extraña, como si en ella algo le impulsara al desafío. Inquietaba, sin llegar a dar miedo, la mocosa. Molestaba.


Cogió del suelo Juanita la primera garrafa, la enjuagó y la puso a llenar.


-Recuerdo… –dijo- Y conto una historia por ella vivida que, mira por donde, era en realidad el romance de las tres hijas de un moro.


Lo hizo porque al fondo estaban sentadas en el prado tres mujeres de origen árabe.


La niña tiró una piedrecita a una de las garrafas que estaba en el suelo, rebotó en el plástico y fue a dar en la pierna derecha de Juanita.


-¡Niña!... ¡Mira, me has hecho daño! –dijo a voces- ¡Coño! Me está poniendo nerviosa la cría esta.


Luego, Pepa y Luis se pusieron a llenar sus recipientes, mientras Juanita y su marido se alejaban de la fuente. Al pasar junto a la niña Miguel le acarició la cabeza y la niña sonrió.


Fuera por esa caricia o porque el gato se fue tras ellos, la cierto es que la niña se acercó a la fuente. Luis metió la primera garrafa en el carro y la niña se puso a hurgar allí.


-Estate quieta.


La niña insistía en tocar el carro de la compra.


-Estate quieta.


Mas seguía en su tarea de tocar todo el carro, ajena a la frase repetida. Era como esas avispas que se acercan a una persona y dan vueltas en torno a ella sin hacer caso a los manotazos que les lanza. Molesta.


-¡Ay que joderse! ¡Y ellas, tan tranquilorras! –exclamó Pepa.


-¿A quién te refieres?


-A sus madres. Allí. Tan panchas. Las moras.


Pepa no lo sabía. Sospechaba que era hija de alguna de ellas. La niña, en efecto, tenía un color ligeramente cobrizo. La cara parecía sucia sin estarlo. Sus rasgos, tomados uno por uno, no mostraban diferencias apreciables con los de cualquier niña del entorno. Pero en conjunto, si, la hacía distinta. A los extranjeros se les nota la diferencia enseguida. Los aires, los fríos, los soles, las arenas, las nieves, la forma de las montañas, el color del cielo… en fin, todos los elementos de su lugar de origen, tanto naturales como espirituales, se aúnan para modelarlos de modo que su persona se hace inconfundible, pues, sin dejar de ser igual, es diferente.


Metió la última garrafa, mientras la niña cobriza seguía, erre que erre, hurgando y manoseando. A él, como a Juanita, le estaba poniendo nervioso al no comprender, como no comprendía, la razón de esa insistencia, los impulsos que movían a la niña. Más incomprensible era, aun, su mutismo: no decía nada, no abría la boca, tenía los labios apretados como con rabia. Llegó a considerarla muda o anormal.


Cerró, apresurado, el carro teniendo que apartar con fuerza la mano de la niña que no quería dejarlo. Parece mentira pero es verdad que respiró tranquilo cuando inició la marcha en dirección a la pareja de amigos que los esperaban unos metros más allá.


La niña se quedó con la boca abierta viendo como se iban. De repente echó a correr hacia ellos y empujó el culo de Pepa que era quien llevaba ahora el carro. Pepa la apartó a un lado. La niña lanzó un grito seco, como un disparo. Sonido impensable en un ser tan pequeño. Tan escandaloso que hizo levantar el vuelo a grajos, palomas y pardales. Congregó miradas, convocando a que, el llanto, saliera de los ojos de la niña. Una de las mujeres, que estaban sentadas en el prado contiguo a la fuente, se levantó de un salto y corrió hacia la niña a la que abrazó hablándole algo y señalando a Pepa. La mujer árabe se dirigió a Pepa con tono suave. Pero, claro, incomprensible para ella, señalándole el carro.


-No entiendo –titubea Pepa.


La mujer sigue hablándole pero cada vez más alto.


-No le entiendo, señora –repite Pepa.


La mujer tras una indecisión se acerca al carro e intenta extraer una garrafa. Pepa se opone. Se produce un forcejeo.


Juanita desde lejos vocea:


-¿Qué pasa?


-Quiere llevarme una garrafa.


-¡Pero bueno! ¡Hasta ahí podíamos llegar! –grita Juanita que se acerca apresuradamente. Otras personas hacen lo mismo. La mora se agacha y coge una piedra del suelo. Pepa tiembla pero no suelta el carro. Las otras moras que se habían acercado también sujetan a su compañera, le cogen la piedra y la tiran. Ellas mismas se van llevando a la mujer hacia atrás. Los que se han acercado la increpan. Comienza la gente a exaltarse. Juanita, que está en su salsa, cuenta con gracia sus experiencias con la población de Libia y Marruecos.


-Son malos – concluye.


Miguel, su esposo, le dice que se calle para no encender más los ánimos que, de por sí, ya están un poco alterados. Consigue arrastrarla apartándola de los alrededores de la fuente porque ha visto a la Guardia Civil y porque se ha dado cuenta de que algunos vecinos han avisado con los teléfonos móviles a otras personas.


Ya bajando la cuesta hacia el pueblo ven subir a numerosos jóvenes extranjeros y por una callejuela paralela aparece un nutrido grupo de oriundos.


Juanita se acuerda de su gato:


-¡Silver, Silver! ¡Bis, bis, bis!


El gato, que se había metido entre cardos y amapolas, aparece junto a su ama.


-Pues sí, Miguel, son malos…


-Habrá de todo –responde Miguel.


Y se enzarzan en una discusión interminable que produce en Pepa una tranquilidad que necesitaba.


2. Epílogo:


El segundo día de verano, como el primero, había amanecido soleado. Los balcones de las casas llenos de geranios. Los árboles agradecidos movían ligeramente sus ramas de un verde luminoso como el día. El cielo estaba limpísimo. Las nubes habían emprendido viaje rumbo a otros inviernos o primaveras. Los pájaros a esa hora de la mañana estaban en sus nidos. Los canarios en sus jaulas comienzan a desperezarse. Luis se despertó con el recuerdo de la mora empuñando la piedra. No lo entendía. Y por mucho que Juanita asegurara que los árabes eran malos, él estaba con la opinión de Miguel: unos lo serán y otros no.


En esta reflexión estaba cuendo su mujer entró en la casa. Pepa traía en carro de la compra. Había salido al mercadillo.


-¿Qué haces?


-Aquí, pensando en lo de ayer.


-Ah, pues el diario dice que hubo incidentes racistas entre jóvenes que fue parado por la Guardia Civil.


-¡No jodas!


-Eso dice, mira.


-Ya lo leeré…


Pepa se sentó. Lo miró y se sonrió.


-¿Por qué te sonríes?


-Verás, ¿te acuerdas que la niña llevaba una pajita en la boca?


-Si.


-Pues debió de caérsele dentro del carro. Eso es lo que buscaba con tanta insistencia.


-¿La has encontrado tu en el carro?


-No.


-Entonces…


-Era una de esas pajitas que se venden en las chucherías. Llevan caramelo dentro. Y con el calor y el agua se derriten. Estaba todo el fondo del carro pegajoso…


-De modo que la señora no nos quería quitar la garrafa… En fin…