miércoles, 26 de agosto de 2009

José Mª Amigo Zamorano: Como un cristo velazqueño

Destaca de entre la multitud por el letrero de la camiseta negra que rezaba 'Camarón de la Isla'. En un mar de vestidos alegres, claros, multicolores y arcoirisados propios de verano. Como una nota negra en pentagrama blanco. O como una morceña en la leche tibia de la tarde. Su caminar era casi a saltos. Yendo a remolque de ella.

Su rostro... cómo describirlo... era tal que un cristo velazqueño andante. Con la diferencia de que no se le adivinaba nada especial tras de él. Un rostro sombrío al que le ocultaban los ojos, no con mechones de pelo, sino con unas gafas oscuras.

Se le quedó gravado en el recuerdo, sin saber la razón por la cual el poso cayó en el aljibe de su memoria.

Si le pidieran una explicación podía hacerlo dando algunas razones; diciendo, por ejemplo, que... acaso, quizás, tal vez... se debiera al contraste... nacido de una idea que tenía estereotipada de los gitanos, una idea prefijada, por tanto, sobre el tal cantante que se le aparecía, como gitano, vividor, alegre, extrovertido... Idea en modo alguno basada en indicios, detalles... en algún agarradero realmente científico... en resumen, una idea cuyo origen nacía en eso, en estereotipos, en prejuicios, en -todo hay que decirlo- nada con un cimiento sólido, ya que ignoraba, y aun ignora, de ese cantante, prácticamente todo... Y sin el prácticamente.
Aunque ahora... ahora que lo piensa... se le ocurre... se le viene a la cabeza que, la persona que vestía así, es posible, podría ser -quién lo sabe- que quizás, tal vez, acaso... quisiera trasmitir que todos esos prejuicios, todos esos estereotipos se habían encarnado en un ser como el que contemplaba, para recreo y complacencia del común de las personas que lo rodean...

-Así como me veis, yo también lato, gozo, amo, quiero vivir...

Se le quedó prendida la imagen en la retina. A él. Que en esos momentos, temblando, acercaba la jarra de cerveza a la boca y casi sin poder tener la mano tiesa se le escurrió parte del líquido burbujeante por la pechera abajo y ella, que siempre lo acompañaba, lo limpió con una servilleta de papel, mientras su boca se torcia latiendo en una sonrisa.

Mas, si quería trasmitir ese mensaje, para su desgracia -por lo que observó entonces- era él, precisamente él, el único que se quedó atraido por su pinta. Y por su andadura irregular.

Otro detalle no menos llamativo: caminaba encorvado, piernas peludas, calzones cortos y ella, siempre en vanguardia, un paso adelante, tiesa, como una garrota. Él la cogía del brazo. E iba a su zaga. Era zaguero de ella.

Y caminaba siempre mirando a la derecha. De frente. Torvo. O eso parecía. Hasta su pie derecho parecía torcerse hacia ese lado. Una graciosa andadura -repite- irregular en su avanzar a saltos. Un saltimbanqui entre la multitud.

Si le quisiéramos sacar chispa política, nosotros, que no es el caso, aunque viene al paso porque era este acontecimiento, este sucedido, fue cercano al 18 de julio -fecha de triste recordación para la Historia de España- le daríamos la razón, toda la razón y más que la razón:

-Nunca hay que darle la espalda a la derecha, a la derechona, a la reacción. Es un suicidio político. Hasta físico.

Y sino que se lo hubieran preguntado a doña Agustina Alonso González que acaba de morir, mujer de Moraleja del Vino (Zamora) que, en 1936, le arrancaron a su novio y a su hermano de los brazos y se los asesinaron. Pueblo, este, Moraleja del Vino al que mataron a cerca de 30 republicanos. Los falangistas, los fascistas, los franquistas, los nazis. Con atrocidades como corte de testículos, en hombres claro; o pechos, de mujeres por supuesto; o arranque de ojos, o arrastre de cuerpos hasta ser despellejados o...

Pero no es el caso.

Este individuo, al que no conoce de nada, se le presentó, se le apareció así, por sorpresa, de golpe. Y no con la fuerza corpórea sanguinolenta, sufriente, torturada y maltratada -como esos antifascistas asesinados en Moraleja del Vino- -¿quién pensaba ahora en esas salvajadas?- sino con el empuje visual de una camiseta negra, con toda esa garra, que conmueve la vista, de la que sobresalen una letras grandes, en blanco, pregonando 'Camarón de la Isla'. Como si cantaran por soleares, por seguidillas o por tonás. En un océano de vestimentas alegres, claras...

Camiseta negra en un cuerpo encorvado, con pantalones cortos, piernas peludas, caminando a saltos, y mirando de frente -no al frente- a la derecha, donde estaba sentado él, encendiendo el pitillo entre los dedos temblorosos que a duras penas podían aprisionarlo. Hacia esa derecha donde también quería dirigirse su pie derecho, en claro disentimiento con el izquierdo. Y una cara oscura, a la que le han tapado los ojos con unas gafas de color negro, oscurísimas.

Un hombre que camina así, encorvado, como a saltos, arrastrado por una mujer que anda tiesa como una vara. Y lo lleva a remolque. Quiera o no. Aunque eso... sería mucho decir porque no lo sabe.

Un hombre con esas características choca, siempre choca. Y produce un impacto. Como producen impacto las balas de los fascistas en los cuerpos de los republicanos de Moraleja del Vino. Distinto. Pero impacto al fin y al cabo. Y de su tiempo. De ahora.

Esta imagen, que se le presentó mientra bebía cerveza en una terraza, ajeno a preocupaciones, a historias, a relatos represivos, a historias vivas del tiempo, a tristezas, a 'nidos de antaño donde no hay pájaros hogaño'... daría para mucho más.

Incluso risa, como le produjo a él. Precisamente a él. Tan incontenible fue ella que, al temblor de los labios, se unió algo que quiso ser risa en la boca y el pitillo se le cayó acompañado con un hilillo de baba, yendo a sumergirse en la jarra de cerveza.

Para mayor jolgorio -no se le olvida- queriendo apartar de los labios la servilleta de la mujer -quien, como ya se ha dicho, siempre le acompañaba- alzó el brazo derecho, torcida la mano casi en angulo recto y los dedos en punta, y se dirigió, involuntariamente, sin control cerebral, a un lugar distinto del que quería: hacia la jarra de cerveza que cayó al suelo.

Pero con esto basta -se dijo- para esta fugaz figura que sobresale, que se abre, a duras penas, entre los paseantes, negra, negrísima, como un viejo rockero anunciando, para más inri, flamenco o cante jondo, o mejor de espectro de ultratumba, de entre la multitud veraniega en un cuerpo tan enclenque, tan decaido...

-¡El muy gilipollas!... Se ríó de mi con su labio leporino, mientras me apuntaba con el dedo. ¡No te jode!

Y que aun ahora, trascurrido el tiempo, sigue mirándole, a la derecha, apuntándole con el dedo, como trasmitiéndole, por sus ojos ocultos tras las gafas, aquello de:

-Así como me ves, yo también lato, gozo, amo, quiero vivir.

Él si que podría haberlo dicho, con toda la razón del mundo, pero se calló por no parecer prepotente u orgulloso.

O los casi 30 asesinados de Moraleja del Vino -¿quién de los circustantes se acuerda de ellos?- por los 'asesinos falangistas', como los calificara la recientemente fallecida Agustina Alonso González, allá por el verano y otoño de 1936, decimos nosotros.
*
Ellos, a los que les jodieron la vida.
*
-Asi como nos veis en cunetas, fosas o cementerios, nosotros también queriamos latir, gozar, amar... Queríamos vivir.
*
¿O no?

miércoles, 12 de agosto de 2009

Buchi Emecheta: Kehinde

Título: Kehinde
Autora: Buchi Emecheta
Editorial: Ediciones del Bronce

(Ahora ha sido reeditada por la editorial Belacqua)

Pensando en el final de Kehinde nos acordamos de un poema muy muy cortito del poeta vasco Karmelo Iribarren: 'Llegar al fin / hasta la puerta / de tu casa, / entrar, / echar todas las cerraduras, / y, como quien saborea / el sabor de la venganza, / decirlo: "ahí / os quedáis, / hijosdeputa". Una respuesta sin duda hacia las hijoputeces del mundo.
Así Kehinde, la protagonista de esta novela, quien tras casi 20 años de estancia en Londres tiene que volver a Lagos (Nigeria), de donde es oriunda, pues su marido, también nigeriano, regresó antes que ella y apenas le dice nada de lo que hace allí.

Lo que encuentra en su tierra natal es una situación que, siendo normal, a ella le resulta ya difícil de aguantar. Empezando por el insoportable olor de las basuras. Y siguiendo porque su esposo se ha hecho polígamo, tiene un nuevo hijo y va del segundo con una nueva mujer. Esto último la enfurece, acordándose de que él, precisamente, la empujó a abortar en la capital inglesa cuando quedó preñada del tercer hijo. Y ahora lleva camino de dos...
Su pareja se le vuelve un desconocido.
Para más inri la marginan, la desprecian, tanto que hasta es menospreciada por la sirvienta; para agravar más su situación... se aburre de no hacer nada y para colmo de males no encuentra trabajo en Lagos.

De modo que se ve abocada a volver a la ciudad del Támesis. Afortunadamente tiene su casa que no vendió. Allí rehace su vida. Estudia sociología. Y, cuando uno de sus dos hijos viene de Lagos a visitarla, la sorprende jodiendo con uno de los inquilinos. Se lo reprocha diciéndole a su madre que debe echar a ese novio de casa. Le contesta al hijo que en su morada está quien ella quiere, que su padre tiene una nueva mujer y el hijo no le ha dicho nada. El vástago, su vástago, le echa en cara que no se acuerde de su marido que está allí, en Lagos, sin trabajo; él, si él, su padre, que lo ha enviado para que se haga cargo de la casa, la ponga a su nombre, estudie y defienda a su madre.
Kehinde mira a su hijo, alaba su intención de defenderla, añadiéndole, sin embargo, que ella sabe defenderse sola; en cuanto a la casa... ¡ah la casa!... es suya, ella paga la hipoteca y, algún día, quizás, sea de su hijo.
Este se marcha enfadado, mientras ella bebe te con fruicción y sonríe como diciendo para su coleto: 'ahí os quedáís olores nauseabundos, poligamias, desprecios, corrupción, machismo...'
Y es que, con 40 años, en Nigeria, sería una vieja; en Inglaterra tiene, aun, mucha vida por delante.

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Como se ve, en el choque de culturas triunfa la europea en ella, en él la africana. La novela trata de más cuestiones, pero ésta es la principal. Creemos que está un poco escorada hacia lo politicamente correcto: marginación de la mujer en Africa y una Europa engalanada con todo un rosario de derechos.
¡Ojo! No queremos decir que no sea cierto, pero también lo es que, Nigeria, es muy grande y ¡no digamos Africa!
No se entienda que negamos una realidad. En el caso de la escritora se da esa realidad. Es difícil no ver que la propia escritora, Buchi Emecheta, estudió sociología como la protagonista de la novela, que tuvo 5 o 6 hijos a los que cuidar y mantener. Y abandonada o separada del marido. Lo que intentamos expresar -otra cosa es que lo logremos- que el desarrollo de la trama nos ha parecido demasiado líneal la toma de conciencia de ella como individuo singular que debe caminar con paso propio. Parece, como diría un médico de una operación fácil, de libro.

En el relato, eso si, intercala asuntos interesantes, como, por ejemplo, las creencias arraigadas en torno a los gemelos; o acerca de dioses particulares o cri; o la visión, ciertamente enriquecedora para los que hemos vivido en un marco judeo cristiano, de padres y madres que no es necesario que sean dos, sino que ese rol puede llevarlo a cabo toda una comunidad, con lo que el protagonismo de los engendradores pierde fuelle.
Ante todo ello emerge el esquema de mujer occidentalizada.
Habría que ver en qué zonas la mujer está inferiorizada y sumisa, porque Nigeria, ya lo hemos dicho, es enorme.
Muchas veces depende de la religión. Suponemos que aquí, en este caso, la influencia de la religión es determinante tanto si es cristiana como musulmana.

Más cosas: la parte del aborto en el relato, es casi un grito contra el aborto; la liberación de la mujer es, cómo decirlo, la libertad de una mujer, no una cuestión social; el divorcio no es un derecho de dos, sino la obligada separación impulsada por uno: el marido, el hombre.

Por último decir que de todo lo que trata lo hace muy comedidamente. Incluso el sexo. Que, nos atrevemos a decir, nunca, jamás, es comedido. Y si muy bestial. En todas las razas. Ya lo dice el refrán (brutal, por cierto): 'cuando las ganas de joder aprieta, ni a los vivos, ni a las muertos, se respeta'.

En fin, merece que esta obra la lean, sobre todo, mujeres, pues mujer es la escritora y mujer la protagonista. Y tal vez saquen otra visión que la nuestra. De machos.

A pesar de todo, a pesar de alguna parte inverosímil (como la del jeque árabe y la limpiadora) nos ha gustado. Y más: nos ha enseñado.

jueves, 6 de agosto de 2009

Iswe Letu: Doña Agustina Alonso González



Hace pocos días le cogió las manos y para animarla le dijo:

-Mírame Agustina: puño en alto, compañera.

Lo hizo porque estando, como estaba, muy malita quería insuflarle ganas de vivir.
Tenía las manos finísimas, cálidas.
Lo miró y sonriéndole le contestó:

-¡Ah! eso siempre, campañero!

El '¡ah!' significaba que seguía intacta, que a sus 97 años no le habían derrotado y que solo la muerte se llevaría su antifascismo.
Luego para animarla más le quiso cantar la canción de Pedro Faura 'Puño en alto' (*) pero no pudo embargado por la emoción.
Contaba su hija Conce que últimamente deliraba acordándose de sus padres pidiéndoles perdón por no haber podido encontrar la tumba de su hermano.
Doña Agustina Alonso González, quien heredó de sus progenitores el sobrenombre de 'La Chicharra', tuvo siempre presente en su memoria a su hermano y al novio, a los que asesinaron los falangistas.
Cuando decimos 'al novio' nos referimos a su primer amor. Pues mas tarde rehizo su vida y amó de nuevo y se casó con el hombre con quien tuvo dos hijas y un hijo.
Pero al hermano y al primer novio no los olvidó: fue fiel a su recuerdo. Tanto como que, a punto de morir, aun le corroía por dentro y soñaba en ello, según contaba su hija, el no haber encontrado la tumba de su hermano. Un deber que no pudo cumplir.
Lo del novio... lo del novio fue... como decirlo... un ejemplo de la barbarie fascista, franquista, falangista... con el nombre que quieran... un ejemplo de los 36 asesinados en Moraleja del Vino (Zamora).
Un ejemplo de los 36 asesinados: lo quisieron matar en las tapias del cementerio junto a otros. Lo dieron por muerto y los asesinos fascistas se fueron. Mas solo estaba herido. Arrastrándose herido como pudo, apoyándose en las paredes de las casas, escondiéndose en las sombras de la noche, llegó hasta las traseras del corral de unos familiares, quienes lo llevaron al hospital de Zamora para que le curaran las heridas. Inútil curación. Cuando salió sano y salvo allí estaban otra vez sus asesinos para llevárselo. Y esta vez, si, lo mataron y remataron.
Un ejemplo de lo que pasó en Moraleja. Incluso un pálido ejemplo. Hubo casos en los que se ensañaron hasta el extremo de cortarle los testículos...
A todos ellos se les recuerda a la entrada del cementerio en una placa que impulsaron los socialistas del pueblo (hay que decirlo) y que pone algo así como : 'A los luchadores de la libertad y de la democracia asesinados'. Con lo que el recuerdo de su novio quedaba grabado en piedra.
Contaba ella que cuando pusieron esa placa o lápida ella estuvo presente. A pesar del miedo. Porque un hilo de miedo recorrió el pueblo. Tanto, que la mitad de los habitantes se quedó en casa acabordados y la otra mitad salió a la calle. Miedo a pesar de que ya se estaba en democracia y en libertad con esta monarquía heredada del franquismo. Democracia y libertad (todo hay que decirlo) que buena parte del pueblo español nunca se ha creído del todo.
Pero su hermano... su hermano... ¡ah, su hermano!... el hermano de Doña Agustina Alonso González... fue una espina clavada... recordado en delirios... hasta el último momento... inolvidable... Y es que la sangre es muy clamorosa.
Cuando le contestó aquello de 'Puño en alto, siempre' no se sorprendió. Aunque, para qué negarlo, se le quebró, a él, emocionado, la voz. Y es que, como estas 'Agustinas', hay pocas. Hubo una tal Agustina de Aragón. Muy nombrada. A ésta Agustina, Agustina Alonso González, solo la conocemos unos pocos. Es de Moraleja del Vino, pueblo de la provincia de Zamora. Él no la olvidará. Y cantándole muy quedo, para si, el 'Puño en alto' (1) de Pedro Faura, en la soledad de los recuerdos más entrañables, deseará que siempre esté en su memoria:

"Puño en alto compañeros.
Puño en alto que ya vengo
alzando alto muy alto
alzando alto y sin miedo.
Que cuando más alto esté
con más fuera caerá luego
sobre los que con su vida
matan la sangre del pueblo.
Alzando alto muy alto
compañeros que ya vengo.
Si no estuve con vosotros
fue ignorancia no fue miedo,
pero ya he sabido y siento
que yo no puedo ser libre.
Que no podemos ser libres
si libre no es todo el pueblo
Puño en alto compañeros
que ya descargarlo quiero.
Que ya ha llegado la hora
de darle lo suyo al pueblo.
Puño en alto compañeros.
Puño el alto que ya vengo.
Quiero formar con vosotros
de puños un bosque entero".

*
Descanse en paz Agustina. Compañera. No te olvidaremos._________
(*) Pedro Faura, militante del Frap, era pseudónimo o nombre de guerra del famoso músico Bernardo Fuster, autor de numerosas canciones entre otras la famosa 'Calle de Alcalá'. Esta canción 'Puño en alto' pertenece al albúm titulado 'Manifiesto' que publicara en la clandestinidad el Frente Revolucionario Antifascista y Patriotico (FRAP)

(1) Enlace para escuchar la canción: http://www.frap.es/faura.html