martes, 5 de diciembre de 2006

José Mª Amigo Zamorano: El Cuento del Nunca Acabar


Érase una vez una avecilla que decidió pintar de oro sus trinos para que no se perdiean en el Viento. De modo, que cada vez que trinaba salían de su piquito hebras del fino metal (bueno, algún que otro coagulillo amoratado o sanguinolento distorsionaba, enriqueciéndola, la obra del sensible trinador)

A veces paraba para ver su obra y exclamaba: ¡qué bien canto! Esplendentes reflejos cortados por los colores morado y sangriento de los coagulillos adulaban al creador.

Fue pasando el tiempo. Y con ese transcurrir del tiempo las hebras aumentaron hasta llegar al techo... Y la pobre avecilla se asfixió.



EPÍLOGO:



A la primavera siguiente otra avecilla anidó muy cerca de ese lugar... Y este es el cuento de nunca acabar.

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