miércoles, 18 de enero de 2012

El Padre de Husein o la inmersión en el olvido (6)


---Viene del post anterior

F)

Para olvidarse de todo lo que acababa de presenciar se fijó en el convento San Tunante que, a la derecha, se alzaba algo deteriorado por el paso del tiempo. San Tunante se construyó en el siglo XVI y albergó a un superior, y veinte monjes tunantes, teniendo como propiedades dos casas, varios censos, un tinte con dos calderas, tres prados, una huerta, 307 ovejas, 67 carneros y una mula. 

Los grajos sobrevolaban la fábrica eclesiástica y con sus graznidos apagaban un poco el lamento o suspiro que, viniendo del edificio monjil, desde hacía varios días, atemorizaba a habitantes de 'Las Huevas de Marraquest'. 

Algunos atribuían esas respiraciones profundas a monjas tunantas o doncellas calentorras, emparedadas, como castigo, allende los siglos, por la Inquisición. ¿La causa?: copular con monjes tunantes. Si bien, otros, la mayoría, se reían de ese miedo, diciendo que algún pájaro, sumido en sueño invernal, lamentaba o lloraba la muerte de la primavera.

El caminante no se interesaba mucho por los sonidos del convento de San Tunante porque, decía para él, que de lo que hay que preocuparse es de los vivos y no de los muertos. 

Miró a los grajos negros, monjes tunantes del cielo, que volaban de convento a risco y viceversa. 

Mas arriba, en el cielo azul purísimo, los buitres seguían trazando sus imaginarias líneas geométricas circulares y los aviones dejaban su estela de blanco humo en rectas trazadas con precisión de delineantes que, poco a poco, devenían en puntos blancos que iban deshilachándose. Demostrando, de ese modo, la definición de recta como sucesión de puntos. Luego se desvanecían en el azul del cielo. 

El parque, en cuyo centro hay una fuente a la que acuden vecinos para proveerse de agua, forma, como quien dice, una rotonda rodeada, al este, por el risco mencionado, al oeste, por el convento de los tunantes y al sur por un prado, en cuyo fondo se alza el famoso Castillo Palacio de Mas Gallo, con sus crestas torreonas al cielo, al que no le falta mas que el pico para cacarear. 

En el parque una mujer llenó el cántaro y, mirando con desconfianza, con recelo, hacia el convento, presurosa se fue. La palabra sería 'Juyó'. En expresión de nuestro amigo y recordado escritor, ya muerto, Eusebio García Luengo.

(Seguirá)---

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