Es un hecho obvio: la negritud ha traído peligros. Ha tendido a convertirse en una escuela, una iglesia, una teoría, una ideología. Estoy a favor de que la negritud sea vista como un fenómeno literario y como una ética personal, pero estoy en contra de construir una ideología de la negritud. [...] Rechazo absolutamente cualquier panafricanismo confuso e idílico... Como resultado, aunque no rechazo la negritud, la miro con ojo extremadamente crítico. Crítico, eso es básicamente lo que quiero decir: lucidez y discernimiento, no una mezcla confusa de todo. Además, mi concepción de la negritud no es biológica, es cultural e histórica. Pienso que siempre hay cierto peligro en basar algo en la sangre negra de nuestras venas, las tres gotas de sangre negra.
Palabras de Césaire en una entrevista
Tomado de:
http://weblogs.clarin.com/revistaenie-nerdsallstar/archives/2008/04/el_poeta_que_criticaba_la_negritud.html
viernes, 30 de mayo de 2008
Aimé Césaire: 'Es un hecho obvio'
martes, 27 de mayo de 2008
José Mª Amigo Zamorano: Buscando su camino
(A la memoria de Aimé Césaire)
Cuentecillo contra el racismo:
El estudiante, que era negro, la piel de su rostro así lo delataba, miraba por el ventanal del café a la plaza. Se había apostado, al poco de llegar a París, tras unas breves escaramuzas, a una defensa legítima ante el ambiente hostil que, en un primer momento, lo sorprendió desarbolándolo. Y supo llevar a cabo con valor su resistencia.
Si tuviera que hacer un recorrido mental, y ahora lo hacía, por las lluvias que había visto o le habían mojado, desde que llegó a la Francia desde la Martinica, diría que habían sido innumerables. Unas lluvias mansas, si, pero incesantes. Y un cielo encapotado, gris oscuro, colocado sobre su cabeza oprimiéndola.
Ahora, en este momento, comenzaba a clarear. El suelo de la plaza, por tanto, brillaba con más intensidad. El agua corría por ella como por un arroyuelo dirigiendo su líquido al oeste. Dos ancianas caminaban, muy juntas, debajo de sus paraguas. Una de ellas, a cada paso, curvaba su espalda hacia la izquierda, como si le faltaran las costillas de esa parte. A otra, más atrás, le costaba tanto el andar que parecía que el cuerpo tiraba de de sus piernas remolcándolas. Iban, sin duda, a un templo de la iglesia católica que se hallaba unos doscientos metros en dirección sureste.
Miró su reloj. Aun quedaban algunos minutos para que llegaran sus amigos. Unos africanos y otros caribeños. Todos negros como él. Entre los más cercanos a la amistad, un senegalés y un guadalupano. Estudiantes de las colonias en la Escuela Normal Superior. Buenos estudiantes. Muy buenos. Y, como tal, acudían, tras terminar sus deberes diarios, al café, para intercambiar ideas y sentimientos. Lo necesitaban. Al ser de raza negra, recibieron desde el principio el impacto de las miradas de asombro y extrañeza, cuando no el arañazo del menosprecio o del rechazo.
Iban acumulando experiencias o anécdotas que conformaban un cuerpo, casi sólido, muchas veces maloliente, nada agradable para ellos.
En la espera, este estudiante que decimos, recordaba varias. Una de ellas, la que más le impresionó, fue la siguiente: yendo un día por la calle, venía enfrente una mujer con un niño de la mano; el niño extiende el brazo y apuntándole con el dedo índice le dice a la hembra:
-¡Mamá, mira, un negro!
No le dio importancia porque él era de raza negra. Obvio. De padre y madre negros. Tenía la piel morena. Se sonrió orgulloso de llamar la atención de un niño.
Casi a su altura, el niño, tiró de la falda de su madre mientras exclamaba:
-¡Mamá, mamá, un negro, un negro! -insistió el niño, quien con cara de susto exclamó llorando- ¡Tengo miedo!
Dejó de sonreir el estudiante y quiso hablarle al niño, pero la matrona se puso delante, cruzada de brazos, las piernas en uve, entre él y el hijo, protegiéndolo:
-¡Ni se te ocurra tocar a mi hijo, negro de mierda!
Desistió de hablar con el nene, ante la actitud agresiva de su señora madre.
No era lógico lo que acababa de oír. Ni lógico, ni razonable, ni justo. Era negro. Pues si, pero... ¿por qué daba miedo o a qué se debía eso de 'negro de mierda'?...
Y recordó su primer diálogo con uno de los camareros del café:
-Traigame un café, por favor.
-Perdone... quería preguntarle...
-¿Si?
-Es que no me atrevo... Acabo de llegar de mi pueblo... No he servido nunca a uno de su raza... Bueno, tampoco al de otras razas...
-Pregunte.
-Ya... pero... es que me da miedo...
-¿Miedo?
-No sé... dicen tantas cosas... que si son ustedes canívales...
-¡Por Dios! ¡No me como a nadie!... ¡Póngame el café, joder!
-Enseguida... señor.
Se había enfurecido, pero fue como un chaparrón en medio de la lluvia mansa, pronto se pasó. Cuando volvió con el café le dijo que perdonara su enfado y que cuando tuviera tiempo pasara por la mesa que le explicaría algunas cosas.
Paseó la vista por la plaza mientras pensaba en todo ello. Luego, miró al camarero que estaba detrás del mostrador charlando con un cliente. Se cuzaron sus miradas y el camarero le saludó sonriéndole. Ya se había acostumbrado a la presencia del joven estudiante negro. Solía pensar: 'Que bien habla'... A pesar de ser negro'.
La coletilla 'A pesar de ser negro' le duró mas bien poco, porque era un joven inteligente y de mente abierta a lo nuevo, aunque... esta es otra historia que algún día contaremos. Si lo mencionamos aquí y ahora es porque, al verle, así, inteligente, pero falto de cultura, le dejó el estudiante negro al camarero blanco un libro sobre la trata de esclavos y al devolvérselo le dijo:
-Usted es negro descendiente de esclavos y yo blanco. Sin embargo, es más libre que yo, porque estoy esclavizado al trabajo del patrono de este café. Usted, en cambio, está estudiando...
No sabía el camarero que si él estudiaba era por una beca. Como tampoco sabía lo de su madre:
-'Y mi madre que por nuestra hambre insaciable sus piernas pedalean, pedalean de día, de noche, de noche me despiertas esas pìernas infatigables que mueven el pedal de noche, y la mordida áspera en la carne blanda de la noche de una Singer cuyo pedal mueve mi madre por nuestra hambre, día y noche'(*).
Los pedaleos de su madre lo sostenían en momentos de moral baja. Eran un acicate ante el ambiente racista que lo impregnaba casi todo. En esos momentos el recuerdo de su madre, sacrificando su vida hasta altas horas de la noche, le infundía energía suficiente para soportar toda clase de sinsabores o de agravios.
La convivencia diaria en clase estaba llena de miradas aviesas, de sonrisas maliciosas, sobre todo cuando interrogaba al profesor por alguna cuestión de historia relacionada con la trata de esclavos. Luego, en los pasillos, o en el patio de recreo, (era ya una costumbre casi mecánica), se acercaría algún grupo, cosa que no hacían normalmente. Y con mucha finura, porque, hay que decirlo, todos o casi todos eran refinados, corteses, pulcros... unos hipócritas redomados... le preguntarían acerca de esa esclavitud, con la intención de rebatirle con argumentos teñidos de una capa intelectualmente conmiserativa o paternal. Siempre ensalzando la civilización occidental en general y la francesa en particular.
-El hecho de que tú estés aquí, demuestra que nuestra civilización se ha elevado por encima de prejuicios raciales. Y a los que, milagrosamente, se separan del orden de los simios, los acoge en su seno con amor de padre. Nace esta generosa amplitud de miras de los principios morales superiores inmersos en la civilización judeo-cristiana que, reconócelo, ha derrotado, en todos los campos, al grosero paganismo...
En uno de esos fugaces encuentros, se acercó otro grupo en el que estaba un estudiante de color, que ya había visto más veces pero nunca se había atrevido a dirigirle la palabra. Y salió en su defensa con un punto de vista que conciliaba la negritud con los aportes cristianos. Todo ello expresado con una brillantez y exuberancia que lo dejó con la boca abierta. A algunos convenció y a otros, bueno, se callaron de momento, respetándolo, en el grado que un blanco de élite puede hacerlo con uno de color. Además, sus conceptos no eran nada peligrosos.
Y su origen de clase siendo, como era, hijo de propietario y de la casta noble de Senegal, contribuían a hacerlo más digerible. En la discusión, ambos se sintieron atraidos participando, como participaban, de sentimientos similares. Y los acontecimientos históricos, como una hoz, los había agabillado, aun teniendo sus diferencias, porque las tenían. El nexo de unión estaba en Africa. Allí brotó el árbol. Pero las ramas se extendían en varias direcciones, por lo que las divergencias eran innegables: uno, hijo de propietario, el otro, de gente humilde; uno, vástago en primera línea de Africa, el otro, descendiente de esclavos, de la isla Martinica.
Diferencias que se borraban debido a su juventud y a causa de la lejanía de su ambiente, libres de las ataduras que las sociedades imponen a los individuos. A él no se le olvida ese poder de las estructuras sociales en el comportamiento de las personas; poder que se reflejó en el hermano de una novia que tuvo: fueron a un campamento veinte días; se hicieron muy amigos; una amistad sincera, limpia, sana, pura... como se quiera denominar a dos corazones que se juntan... cuando regresaban en el autobús siguieron charlando casi como hermanos..
-Pero a la vista de la ciudad se fue volviendo silencioso, se le cambió el rostro, se hizo duro, aspero, distante... como se quiera llamar a la persona que se cierra al trato... no era el mismo con el que yo había intimado en el campamento; ya no era libre, era blanco e hijo de ricos y el otro, yo, era negro e hijo de pobres.
Pero allí, en Francia, ante una sociedad que hacía tabla rasa de orígenes o etnias a la hora de tratarlos: idénticos prejuicios arañaban su existencia. Ellos, fuera de su ambiente de donde habían sido arrancados de cuajo, eran jóvenes, eran libres, eran cultos, eraan, eso si, de clases diferentes, pero... eran negros lo que les impulsaba a la hermandad, a la amistad, a la unión, a la supervivencia, a la lucha.
De modo que la ligazón fue aumentando hasta el extremo de sentir, como estudiantes negros, la idea de defenderse, legitimamente, de los ataques racistas, llegando a idear una organización o grupo de presión que contribuyera a difundir la cultura africana: su historia, literatura, costumbres, folclore... comenzando primero con una tertulia... en el café donde se hallaba en ese momento esperando la llegada de otros miembros de esa tertulia.
Seguía la lluvia cayendo con parecida mansedumbre desde hacía varios días. Y lo que parecíó un clarear esperanzador se fue como el humo de la hoguera, y el cielo se tiñó de gris oscuro.
Desde que llegó a París hubo años en que la lluvia duraba meses o si no la lluvia el cielo cubierto del nubes sin dejar pasar el sol, cuando esto ocurría se le ponía como un peso en la cabeza y tenía que enfrascarse en sus estudios para no pensar en ello, porque sino se desesperaba. No quería que eso le venciera, le derrotara definitivamente. Algunos no habían aguantado este peso y se habían suicidado. Pero a él no iba a ocurrirle esto porque en una asociación de imágenes recordaba el sol, el calor, la flora de su tierra y se pasaba horas en ese retorno a su tierra natal salvándole de la tentación de quitarse la vida. Que si alguna vez la tuvo, el recuerdo de su madre pedaleando en la máquina de coser le volvía valadí ese sentimiento.
Al principio de su llegada, no era ni su madre, ni su tierra natal, principalmente, el recuerdo que le venía. Era una moza que dejó allí. Se llamaba... No recuerda ya su nombre. Ni había vuelto a saber nada de ella.
-Habrá encontrado novio. Tendrá ya... hasta hijos.
Pero le gustaba rescatar momentos. En concreto, aquella tarde en el jardín: tras enseñarle las letras griegas, ella le escondió el pañuelo; nada, era una disculpa, un juego para acariciarse; él le dijo: lo tienes tu; y como que buscaba el pañuelo, comenzó a acariciarle los brazos; ella temblaba; y soltó el pañuelo de la mano, mientras él la besaba y le acariciaba los senos; tenía el pelo negro, ojos de azabache y piel fina y muy blanca... ¡curioso!... ¡piel blanca!
-¡¿Qué será de ella!?, se terminaba preguntando.
Eso era antes, recién llegado. Luego cada vez menos. El recuerdo se diluyó en la lluvia de Francia. Y solo quedó su madre. Su madre querida. Su madre inolvidable. Era como una fortaleza su recuerdo. Un baluarte inexpugnable de resistencia.
Pero entonces, recién venido, también es curioso, era la moza la que primero aparecía. En los primeros meses. Aun lo recuerda porque, como ahora, siempre estaba lloviendo, pero aquella lluvia no era como esta: aquella taladraba de frío como un berbiquí. Los canalones lanzaban sus chorros a coro con los surtidores de las fuentes.
Se sintió anonadado, empequeñecido, solo. Y en la habitación comenzó a llorar. A punto estuvo de abandonar Francia, de dejarlo todo, de salir corriendo y embarcarse en el mismo barco que lo había traido desde la Martinica. Pero recordó que le había prometido a... ¿cómo se llamaba?... ser valiente. La misma promesa que a su madre... No podía defraudarlas. Se quedó dormido encima de la cama.
Lo pasó muy mal y eso que no quería acordarse de las peleas con un chulo de su clase, porque esa parte de su vida de quince años ya quedó atrás.
Al año conoció a otro negro, era de Guadalupe una isla cercana a Martinica y la estancia se le hizo menos cuesta arriba. Miembro del Partido Comunista le enseñó el camino de la lucha. Era uno de los que se reunían en el café. En sus charlas se dieron cuenta de la necesidad de publicar una revista para mostrar a sus conciudadanos negros sus fallos y para rebatir las ideas racistas. Ideas que es dificil de erradicar, en parte porque el diferente da miedo y en parte porque las lleva uno impresas sin querer.
De esto ultimo adquirió conciencia a raiz del encuentro con un negro en un autobús. Participó de ese racismo. Como un canalla. Como un canalla cobarde. Así lo contó él mismo:
-Una Tarde en un tranvía frente a mí un negro. / Era un negro grande como un pongo que pugnaba por hacerse chico en un banco del tranvía. Trataba de despojarse en este banco pringoso del tranvía, de sus piernas gigantescas de sus manos temblorosas de boxeador hambriento. Y todo le había abandonado, su nariz se parecía una península abandonada en una rada y hasta su misma negrura que se decoloraba bajo la acción incansable de una curtidura en blanco. Y el curtidor era la Miseria. Un murciélago orejudo, repentino: en ese rostro las heridas de sus garras habían cicatrizado en islotes de sarna. Era un obrero incansable la Miseria trabajando en el algún cartucho horripilante. Se veía muy bien como el pulgar industrioso y malévolo había modelado el bulto de la frente, agujereado la nariz en dos túneles paralelos e inquietantes, alargado desmesuradamente el belfo y caricaturesca obra maestra había cepillado, pulido, barnizado la oreja más dimimuta y graciosa de la creación. / Era un negro desgarbado, sin ritmo ni medida. / Un negro que movía los ojos en una lasitud sanguinolenta. / Un negro sin pudor, los dedos de sus pies crujiendo hediondos en el fondo del cubilete entreabierto de sus zapatos. / La Miseria, no puede decirse otra cosa, se había esforzado en acabarlo. / Había ahondado la órbita de sus ojos, se los había cubierto con una pasta de polvo mezclada de legañas. / Había estirado el espacio vacío en tre el sólido encaje de la mandíbula y los pómulos de la vieja e deslustrada mejilla. Encima había planteado los estacas pequeñas y lucientes de una barba de varios días. Le había enfermado el corazón y encorvado la espalda. / El todo representaba perfectamente un negro repugnante, un negro gruñón, un negro melancólico, un escombro de negro que unía las manos en plegaria sobre un bastón nudoso. Un negro enterrado en un viejo chaleco raído. Un negro cómico y feo; las mujeres a mi espalda reían al mirarle. / Me volví hacia ellas y mis ojos proclamaban que yo no tenía nada en común con este mono. / Era COMICO Y FEO. / COMICO Y FEO ciertamente(*).
Alboreó una sonrisa estúpida de complicidad con las carcajadas de las mujeres del tranvía. / ¡Halló de nuevo su cobardía, cuanda deseaba acercarse a ellas y retorcerles el cuello! Pero no encontró el significado nauseabundo, en su fealdad meridiana, hasta que no lo contó en la tertulia del café donde se encontraba ahora, pensativo, mirando la lluvia empapar plaza y soportales.
Y es que cuando terminó de relatar lo sucedido en el tranvía, uno de sus amigos, el senegalés, leyó un trozo breve de una obra clásica de la literatura castellana titulada 'El lazarillo de Tormes' que le hizo sonrojarse. La vergüenza le inundó todo su ser y casi no podía moverse por miedo a que sus huesos se rieran de él. El texto dice así:
'Ella y un hombre moreno, de aquellos que las bestias curaban, vinieron en conocimiento. Este algunas veces se venía a nuestra casa y se iba a la mañana. Otras veces de día llegaba a la puerta en achaques de comprar huevos y entrávase en casa. Yo, al principio de su entrada, pesábame con él e avíale miedo, viendo el color y mal gesto que tenía; mas, de que vi que con si venida mejoraba el comer, fuile queriendo bien, porque siempre traía pan, pedazos de carne y en el invierno leños, a que nos calentábamos.
De manera que, continuando la posada y conversación, mi madre vino a darme un negrito muy bonito, el cual yo brincaba e ayudaba a calentar.
Y acuérdome que, estando el negro de mi padrastro trebejando con el mozuelo, como el niño vía a mi madre e ami blancos y a él no, huía de él con miedo para mi madre y, señalando con el dedo, decía: '¡Madre, coco!'
Respondió él riendo: '¡Hideputa!'
Yo, aunque bien muchacho, noté aquella palabra de mi hermanico y dije entre mi: '¡Cuántos debe de haber en el mundo, que huyen de otros, porque no se ven a si mismos!'(1).
-Vale. Con eso ya me has dicho todo. Hasta se me ha puesto la carne de gallina. De vergüenza... ¡Qué vergüenza!... ¡Soy una mierda!...
Había escondido la cara entre sus manos. Pidió perdón por su cobardía. Y miró en derredor por si alguien más hubiera notado algo. Nadie. Todos los camareros estaban trabajando y los clientes ensimismados en sus cosas.
El guadalupano intervino para decirle que esa era un actitud hipercrítica. En realidad con la sonrisa hermanada a las risas de las mozas del autobús, había realizado un acto de cobardía interior que pudiera trascender un día a la realidad. De momento solo había sido eso: un espíritu arrugado ante la realidad racista. Pero de los errores se aprende para no volver a cometerlos. Hasta ahora lo más grave, había seguido razonando el guadalupano, es que ese negro grandullón había sido derrotado por el sistema esclavista y él en vez de haber sentido un compromiso de rebeldía ante él se unió a la chacota general: lo que implicaba en buena manera una traición hacia todos los esclavos del mundo, hacia todos los explotados del mundo... en espíritu. Y ¿eso que es? Nada. Un materialista dialéctico debe entender que es el movimiento y no la quietud lo que transforma la realidad. Dicho de otra manera: cuando de verdad tendrías que hacerte autocrítica es cuando tu acción se uniera a la de los enemigos de clase. Por lo que tu angustia es una simple actitud hipercrítica de naturaleza moralmente burguesa.
No entendió del todo el discurso del guadalupano, pero se dio cuenta de que sus disgustos tenían menos importancia real de la que él le había dado. Fue así mismo como una cura de humildad. Quería decir que su acción por muy sonora o sangrienta que hubiera sido no dejaba de ser eso: un hecho individual que nada hubiera cambiado en el orden evidente de la discriminación racial.
Estuvo unos días mal, debatiéndose entre el orgullo de ser negro, de su negritud sin tacha, que no cuajaba con su comportamiento en el tranvía o su inmersión en la Humanidad, una Negritud sin soberbia, sin odio, pertrechada de autocrítica, empezando por los de su raza con los defectos y virtudes que había ido acumulando a lo largo de la Historia con mayúscula.
-Me niego a considerar mis hinchazones como glorias venideras. Y me río de mis antiguas imaginaciones pueriles. Me escondía tras una vanidad estúpida.. y he aquí el hombre derribado. Su frágil defensa dispersa. ¿Mas qué extraño orgullo súbitamente me ilumina? Oh luz amiga... soy de los que no inventaron ni la pólvora ni la brújula, ni el vapor ni la electricidad, ni exploraron mares, ni cielos... mas sin ellos la tierra no sería tierra... mi negrura no es una piedra... se hunde en la carne roja del suelo, en la carne ardiente del cielo... (*)
Esa era su Negritud, una comunión con los suyos sin malquerencias hacia los demás, pero sin dejarse pisar por nadie. Y para eso necesitaban una publicación donde plasmar sus posturas ante la vida...
Al fondo de la plaza ya aparecían algunos de los esperados. Dos viejas, camino de la iglesia, les miraron con miedo apartándose de ellos. Pero a estas alturas de la historia ya no les importaba. Los rostros negros del senegalés y el guadalupano se confundían con el gris del ambiente. Caminaban deprisa envueltos en gabardinas negras. Tenían que debatir muchos puntos. Entre ellos el título de la revista: 'El Estudiante Negro' o talvez 'Legítima Defensa'. O, quién sabe... otra cualquiera como... El tiempo lo diría.
El estudiante, que era negro, la piel de su rostro así lo delataba, los miraba desde el ventanal del café, se había apostado, al poco de llegar a París, tras unas breves escaramuzas, a una defensa legítima ante el ambiente hostil que, en un primer momento, lo sorprendió desarbolándolo. Y con ellos llevará a cabo su...
(*) Cuaderno de un retorno al país natal: poemario de Aimé Césaire.
Reeditado en España por la Fundación Sinsonte con el título 'Retorno al país natal'. Diciembre de 2007. Zamora.
(1) El Lazarillo de Tormes, Anónimo.
Fdo: José María Amigo Zamorano
Cuentecillo contra el racismo:
El estudiante, que era negro, la piel de su rostro así lo delataba, miraba por el ventanal del café a la plaza. Se había apostado, al poco de llegar a París, tras unas breves escaramuzas, a una defensa legítima ante el ambiente hostil que, en un primer momento, lo sorprendió desarbolándolo. Y supo llevar a cabo con valor su resistencia.
Si tuviera que hacer un recorrido mental, y ahora lo hacía, por las lluvias que había visto o le habían mojado, desde que llegó a la Francia desde la Martinica, diría que habían sido innumerables. Unas lluvias mansas, si, pero incesantes. Y un cielo encapotado, gris oscuro, colocado sobre su cabeza oprimiéndola.
Ahora, en este momento, comenzaba a clarear. El suelo de la plaza, por tanto, brillaba con más intensidad. El agua corría por ella como por un arroyuelo dirigiendo su líquido al oeste. Dos ancianas caminaban, muy juntas, debajo de sus paraguas. Una de ellas, a cada paso, curvaba su espalda hacia la izquierda, como si le faltaran las costillas de esa parte. A otra, más atrás, le costaba tanto el andar que parecía que el cuerpo tiraba de de sus piernas remolcándolas. Iban, sin duda, a un templo de la iglesia católica que se hallaba unos doscientos metros en dirección sureste.
Miró su reloj. Aun quedaban algunos minutos para que llegaran sus amigos. Unos africanos y otros caribeños. Todos negros como él. Entre los más cercanos a la amistad, un senegalés y un guadalupano. Estudiantes de las colonias en la Escuela Normal Superior. Buenos estudiantes. Muy buenos. Y, como tal, acudían, tras terminar sus deberes diarios, al café, para intercambiar ideas y sentimientos. Lo necesitaban. Al ser de raza negra, recibieron desde el principio el impacto de las miradas de asombro y extrañeza, cuando no el arañazo del menosprecio o del rechazo.
Iban acumulando experiencias o anécdotas que conformaban un cuerpo, casi sólido, muchas veces maloliente, nada agradable para ellos.
En la espera, este estudiante que decimos, recordaba varias. Una de ellas, la que más le impresionó, fue la siguiente: yendo un día por la calle, venía enfrente una mujer con un niño de la mano; el niño extiende el brazo y apuntándole con el dedo índice le dice a la hembra:
-¡Mamá, mira, un negro!
No le dio importancia porque él era de raza negra. Obvio. De padre y madre negros. Tenía la piel morena. Se sonrió orgulloso de llamar la atención de un niño.
Casi a su altura, el niño, tiró de la falda de su madre mientras exclamaba:
-¡Mamá, mamá, un negro, un negro! -insistió el niño, quien con cara de susto exclamó llorando- ¡Tengo miedo!
Dejó de sonreir el estudiante y quiso hablarle al niño, pero la matrona se puso delante, cruzada de brazos, las piernas en uve, entre él y el hijo, protegiéndolo:
-¡Ni se te ocurra tocar a mi hijo, negro de mierda!
Desistió de hablar con el nene, ante la actitud agresiva de su señora madre.
No era lógico lo que acababa de oír. Ni lógico, ni razonable, ni justo. Era negro. Pues si, pero... ¿por qué daba miedo o a qué se debía eso de 'negro de mierda'?...
Y recordó su primer diálogo con uno de los camareros del café:
-Traigame un café, por favor.
-Perdone... quería preguntarle...
-¿Si?
-Es que no me atrevo... Acabo de llegar de mi pueblo... No he servido nunca a uno de su raza... Bueno, tampoco al de otras razas...
-Pregunte.
-Ya... pero... es que me da miedo...
-¿Miedo?
-No sé... dicen tantas cosas... que si son ustedes canívales...
-¡Por Dios! ¡No me como a nadie!... ¡Póngame el café, joder!
-Enseguida... señor.
Se había enfurecido, pero fue como un chaparrón en medio de la lluvia mansa, pronto se pasó. Cuando volvió con el café le dijo que perdonara su enfado y que cuando tuviera tiempo pasara por la mesa que le explicaría algunas cosas.
Paseó la vista por la plaza mientras pensaba en todo ello. Luego, miró al camarero que estaba detrás del mostrador charlando con un cliente. Se cuzaron sus miradas y el camarero le saludó sonriéndole. Ya se había acostumbrado a la presencia del joven estudiante negro. Solía pensar: 'Que bien habla'... A pesar de ser negro'.
La coletilla 'A pesar de ser negro' le duró mas bien poco, porque era un joven inteligente y de mente abierta a lo nuevo, aunque... esta es otra historia que algún día contaremos. Si lo mencionamos aquí y ahora es porque, al verle, así, inteligente, pero falto de cultura, le dejó el estudiante negro al camarero blanco un libro sobre la trata de esclavos y al devolvérselo le dijo:
-Usted es negro descendiente de esclavos y yo blanco. Sin embargo, es más libre que yo, porque estoy esclavizado al trabajo del patrono de este café. Usted, en cambio, está estudiando...
No sabía el camarero que si él estudiaba era por una beca. Como tampoco sabía lo de su madre:
-'Y mi madre que por nuestra hambre insaciable sus piernas pedalean, pedalean de día, de noche, de noche me despiertas esas pìernas infatigables que mueven el pedal de noche, y la mordida áspera en la carne blanda de la noche de una Singer cuyo pedal mueve mi madre por nuestra hambre, día y noche'(*).
Los pedaleos de su madre lo sostenían en momentos de moral baja. Eran un acicate ante el ambiente racista que lo impregnaba casi todo. En esos momentos el recuerdo de su madre, sacrificando su vida hasta altas horas de la noche, le infundía energía suficiente para soportar toda clase de sinsabores o de agravios.
La convivencia diaria en clase estaba llena de miradas aviesas, de sonrisas maliciosas, sobre todo cuando interrogaba al profesor por alguna cuestión de historia relacionada con la trata de esclavos. Luego, en los pasillos, o en el patio de recreo, (era ya una costumbre casi mecánica), se acercaría algún grupo, cosa que no hacían normalmente. Y con mucha finura, porque, hay que decirlo, todos o casi todos eran refinados, corteses, pulcros... unos hipócritas redomados... le preguntarían acerca de esa esclavitud, con la intención de rebatirle con argumentos teñidos de una capa intelectualmente conmiserativa o paternal. Siempre ensalzando la civilización occidental en general y la francesa en particular.
-El hecho de que tú estés aquí, demuestra que nuestra civilización se ha elevado por encima de prejuicios raciales. Y a los que, milagrosamente, se separan del orden de los simios, los acoge en su seno con amor de padre. Nace esta generosa amplitud de miras de los principios morales superiores inmersos en la civilización judeo-cristiana que, reconócelo, ha derrotado, en todos los campos, al grosero paganismo...
En uno de esos fugaces encuentros, se acercó otro grupo en el que estaba un estudiante de color, que ya había visto más veces pero nunca se había atrevido a dirigirle la palabra. Y salió en su defensa con un punto de vista que conciliaba la negritud con los aportes cristianos. Todo ello expresado con una brillantez y exuberancia que lo dejó con la boca abierta. A algunos convenció y a otros, bueno, se callaron de momento, respetándolo, en el grado que un blanco de élite puede hacerlo con uno de color. Además, sus conceptos no eran nada peligrosos.
Y su origen de clase siendo, como era, hijo de propietario y de la casta noble de Senegal, contribuían a hacerlo más digerible. En la discusión, ambos se sintieron atraidos participando, como participaban, de sentimientos similares. Y los acontecimientos históricos, como una hoz, los había agabillado, aun teniendo sus diferencias, porque las tenían. El nexo de unión estaba en Africa. Allí brotó el árbol. Pero las ramas se extendían en varias direcciones, por lo que las divergencias eran innegables: uno, hijo de propietario, el otro, de gente humilde; uno, vástago en primera línea de Africa, el otro, descendiente de esclavos, de la isla Martinica.
Diferencias que se borraban debido a su juventud y a causa de la lejanía de su ambiente, libres de las ataduras que las sociedades imponen a los individuos. A él no se le olvida ese poder de las estructuras sociales en el comportamiento de las personas; poder que se reflejó en el hermano de una novia que tuvo: fueron a un campamento veinte días; se hicieron muy amigos; una amistad sincera, limpia, sana, pura... como se quiera denominar a dos corazones que se juntan... cuando regresaban en el autobús siguieron charlando casi como hermanos..
-Pero a la vista de la ciudad se fue volviendo silencioso, se le cambió el rostro, se hizo duro, aspero, distante... como se quiera llamar a la persona que se cierra al trato... no era el mismo con el que yo había intimado en el campamento; ya no era libre, era blanco e hijo de ricos y el otro, yo, era negro e hijo de pobres.
Pero allí, en Francia, ante una sociedad que hacía tabla rasa de orígenes o etnias a la hora de tratarlos: idénticos prejuicios arañaban su existencia. Ellos, fuera de su ambiente de donde habían sido arrancados de cuajo, eran jóvenes, eran libres, eran cultos, eraan, eso si, de clases diferentes, pero... eran negros lo que les impulsaba a la hermandad, a la amistad, a la unión, a la supervivencia, a la lucha.
De modo que la ligazón fue aumentando hasta el extremo de sentir, como estudiantes negros, la idea de defenderse, legitimamente, de los ataques racistas, llegando a idear una organización o grupo de presión que contribuyera a difundir la cultura africana: su historia, literatura, costumbres, folclore... comenzando primero con una tertulia... en el café donde se hallaba en ese momento esperando la llegada de otros miembros de esa tertulia.
Seguía la lluvia cayendo con parecida mansedumbre desde hacía varios días. Y lo que parecíó un clarear esperanzador se fue como el humo de la hoguera, y el cielo se tiñó de gris oscuro.
Desde que llegó a París hubo años en que la lluvia duraba meses o si no la lluvia el cielo cubierto del nubes sin dejar pasar el sol, cuando esto ocurría se le ponía como un peso en la cabeza y tenía que enfrascarse en sus estudios para no pensar en ello, porque sino se desesperaba. No quería que eso le venciera, le derrotara definitivamente. Algunos no habían aguantado este peso y se habían suicidado. Pero a él no iba a ocurrirle esto porque en una asociación de imágenes recordaba el sol, el calor, la flora de su tierra y se pasaba horas en ese retorno a su tierra natal salvándole de la tentación de quitarse la vida. Que si alguna vez la tuvo, el recuerdo de su madre pedaleando en la máquina de coser le volvía valadí ese sentimiento.
Al principio de su llegada, no era ni su madre, ni su tierra natal, principalmente, el recuerdo que le venía. Era una moza que dejó allí. Se llamaba... No recuerda ya su nombre. Ni había vuelto a saber nada de ella.
-Habrá encontrado novio. Tendrá ya... hasta hijos.
Pero le gustaba rescatar momentos. En concreto, aquella tarde en el jardín: tras enseñarle las letras griegas, ella le escondió el pañuelo; nada, era una disculpa, un juego para acariciarse; él le dijo: lo tienes tu; y como que buscaba el pañuelo, comenzó a acariciarle los brazos; ella temblaba; y soltó el pañuelo de la mano, mientras él la besaba y le acariciaba los senos; tenía el pelo negro, ojos de azabache y piel fina y muy blanca... ¡curioso!... ¡piel blanca!
-¡¿Qué será de ella!?, se terminaba preguntando.
Eso era antes, recién llegado. Luego cada vez menos. El recuerdo se diluyó en la lluvia de Francia. Y solo quedó su madre. Su madre querida. Su madre inolvidable. Era como una fortaleza su recuerdo. Un baluarte inexpugnable de resistencia.
Pero entonces, recién venido, también es curioso, era la moza la que primero aparecía. En los primeros meses. Aun lo recuerda porque, como ahora, siempre estaba lloviendo, pero aquella lluvia no era como esta: aquella taladraba de frío como un berbiquí. Los canalones lanzaban sus chorros a coro con los surtidores de las fuentes.
Se sintió anonadado, empequeñecido, solo. Y en la habitación comenzó a llorar. A punto estuvo de abandonar Francia, de dejarlo todo, de salir corriendo y embarcarse en el mismo barco que lo había traido desde la Martinica. Pero recordó que le había prometido a... ¿cómo se llamaba?... ser valiente. La misma promesa que a su madre... No podía defraudarlas. Se quedó dormido encima de la cama.
Lo pasó muy mal y eso que no quería acordarse de las peleas con un chulo de su clase, porque esa parte de su vida de quince años ya quedó atrás.
Al año conoció a otro negro, era de Guadalupe una isla cercana a Martinica y la estancia se le hizo menos cuesta arriba. Miembro del Partido Comunista le enseñó el camino de la lucha. Era uno de los que se reunían en el café. En sus charlas se dieron cuenta de la necesidad de publicar una revista para mostrar a sus conciudadanos negros sus fallos y para rebatir las ideas racistas. Ideas que es dificil de erradicar, en parte porque el diferente da miedo y en parte porque las lleva uno impresas sin querer.
De esto ultimo adquirió conciencia a raiz del encuentro con un negro en un autobús. Participó de ese racismo. Como un canalla. Como un canalla cobarde. Así lo contó él mismo:
-Una Tarde en un tranvía frente a mí un negro. / Era un negro grande como un pongo que pugnaba por hacerse chico en un banco del tranvía. Trataba de despojarse en este banco pringoso del tranvía, de sus piernas gigantescas de sus manos temblorosas de boxeador hambriento. Y todo le había abandonado, su nariz se parecía una península abandonada en una rada y hasta su misma negrura que se decoloraba bajo la acción incansable de una curtidura en blanco. Y el curtidor era la Miseria. Un murciélago orejudo, repentino: en ese rostro las heridas de sus garras habían cicatrizado en islotes de sarna. Era un obrero incansable la Miseria trabajando en el algún cartucho horripilante. Se veía muy bien como el pulgar industrioso y malévolo había modelado el bulto de la frente, agujereado la nariz en dos túneles paralelos e inquietantes, alargado desmesuradamente el belfo y caricaturesca obra maestra había cepillado, pulido, barnizado la oreja más dimimuta y graciosa de la creación. / Era un negro desgarbado, sin ritmo ni medida. / Un negro que movía los ojos en una lasitud sanguinolenta. / Un negro sin pudor, los dedos de sus pies crujiendo hediondos en el fondo del cubilete entreabierto de sus zapatos. / La Miseria, no puede decirse otra cosa, se había esforzado en acabarlo. / Había ahondado la órbita de sus ojos, se los había cubierto con una pasta de polvo mezclada de legañas. / Había estirado el espacio vacío en tre el sólido encaje de la mandíbula y los pómulos de la vieja e deslustrada mejilla. Encima había planteado los estacas pequeñas y lucientes de una barba de varios días. Le había enfermado el corazón y encorvado la espalda. / El todo representaba perfectamente un negro repugnante, un negro gruñón, un negro melancólico, un escombro de negro que unía las manos en plegaria sobre un bastón nudoso. Un negro enterrado en un viejo chaleco raído. Un negro cómico y feo; las mujeres a mi espalda reían al mirarle. / Me volví hacia ellas y mis ojos proclamaban que yo no tenía nada en común con este mono. / Era COMICO Y FEO. / COMICO Y FEO ciertamente(*).
Alboreó una sonrisa estúpida de complicidad con las carcajadas de las mujeres del tranvía. / ¡Halló de nuevo su cobardía, cuanda deseaba acercarse a ellas y retorcerles el cuello! Pero no encontró el significado nauseabundo, en su fealdad meridiana, hasta que no lo contó en la tertulia del café donde se encontraba ahora, pensativo, mirando la lluvia empapar plaza y soportales.
Y es que cuando terminó de relatar lo sucedido en el tranvía, uno de sus amigos, el senegalés, leyó un trozo breve de una obra clásica de la literatura castellana titulada 'El lazarillo de Tormes' que le hizo sonrojarse. La vergüenza le inundó todo su ser y casi no podía moverse por miedo a que sus huesos se rieran de él. El texto dice así:
'Ella y un hombre moreno, de aquellos que las bestias curaban, vinieron en conocimiento. Este algunas veces se venía a nuestra casa y se iba a la mañana. Otras veces de día llegaba a la puerta en achaques de comprar huevos y entrávase en casa. Yo, al principio de su entrada, pesábame con él e avíale miedo, viendo el color y mal gesto que tenía; mas, de que vi que con si venida mejoraba el comer, fuile queriendo bien, porque siempre traía pan, pedazos de carne y en el invierno leños, a que nos calentábamos.
De manera que, continuando la posada y conversación, mi madre vino a darme un negrito muy bonito, el cual yo brincaba e ayudaba a calentar.
Y acuérdome que, estando el negro de mi padrastro trebejando con el mozuelo, como el niño vía a mi madre e ami blancos y a él no, huía de él con miedo para mi madre y, señalando con el dedo, decía: '¡Madre, coco!'
Respondió él riendo: '¡Hideputa!'
Yo, aunque bien muchacho, noté aquella palabra de mi hermanico y dije entre mi: '¡Cuántos debe de haber en el mundo, que huyen de otros, porque no se ven a si mismos!'(1).
-Vale. Con eso ya me has dicho todo. Hasta se me ha puesto la carne de gallina. De vergüenza... ¡Qué vergüenza!... ¡Soy una mierda!...
Había escondido la cara entre sus manos. Pidió perdón por su cobardía. Y miró en derredor por si alguien más hubiera notado algo. Nadie. Todos los camareros estaban trabajando y los clientes ensimismados en sus cosas.
El guadalupano intervino para decirle que esa era un actitud hipercrítica. En realidad con la sonrisa hermanada a las risas de las mozas del autobús, había realizado un acto de cobardía interior que pudiera trascender un día a la realidad. De momento solo había sido eso: un espíritu arrugado ante la realidad racista. Pero de los errores se aprende para no volver a cometerlos. Hasta ahora lo más grave, había seguido razonando el guadalupano, es que ese negro grandullón había sido derrotado por el sistema esclavista y él en vez de haber sentido un compromiso de rebeldía ante él se unió a la chacota general: lo que implicaba en buena manera una traición hacia todos los esclavos del mundo, hacia todos los explotados del mundo... en espíritu. Y ¿eso que es? Nada. Un materialista dialéctico debe entender que es el movimiento y no la quietud lo que transforma la realidad. Dicho de otra manera: cuando de verdad tendrías que hacerte autocrítica es cuando tu acción se uniera a la de los enemigos de clase. Por lo que tu angustia es una simple actitud hipercrítica de naturaleza moralmente burguesa.
No entendió del todo el discurso del guadalupano, pero se dio cuenta de que sus disgustos tenían menos importancia real de la que él le había dado. Fue así mismo como una cura de humildad. Quería decir que su acción por muy sonora o sangrienta que hubiera sido no dejaba de ser eso: un hecho individual que nada hubiera cambiado en el orden evidente de la discriminación racial.
Estuvo unos días mal, debatiéndose entre el orgullo de ser negro, de su negritud sin tacha, que no cuajaba con su comportamiento en el tranvía o su inmersión en la Humanidad, una Negritud sin soberbia, sin odio, pertrechada de autocrítica, empezando por los de su raza con los defectos y virtudes que había ido acumulando a lo largo de la Historia con mayúscula.
-Me niego a considerar mis hinchazones como glorias venideras. Y me río de mis antiguas imaginaciones pueriles. Me escondía tras una vanidad estúpida.. y he aquí el hombre derribado. Su frágil defensa dispersa. ¿Mas qué extraño orgullo súbitamente me ilumina? Oh luz amiga... soy de los que no inventaron ni la pólvora ni la brújula, ni el vapor ni la electricidad, ni exploraron mares, ni cielos... mas sin ellos la tierra no sería tierra... mi negrura no es una piedra... se hunde en la carne roja del suelo, en la carne ardiente del cielo... (*)
Esa era su Negritud, una comunión con los suyos sin malquerencias hacia los demás, pero sin dejarse pisar por nadie. Y para eso necesitaban una publicación donde plasmar sus posturas ante la vida...
Al fondo de la plaza ya aparecían algunos de los esperados. Dos viejas, camino de la iglesia, les miraron con miedo apartándose de ellos. Pero a estas alturas de la historia ya no les importaba. Los rostros negros del senegalés y el guadalupano se confundían con el gris del ambiente. Caminaban deprisa envueltos en gabardinas negras. Tenían que debatir muchos puntos. Entre ellos el título de la revista: 'El Estudiante Negro' o talvez 'Legítima Defensa'. O, quién sabe... otra cualquiera como... El tiempo lo diría.
El estudiante, que era negro, la piel de su rostro así lo delataba, los miraba desde el ventanal del café, se había apostado, al poco de llegar a París, tras unas breves escaramuzas, a una defensa legítima ante el ambiente hostil que, en un primer momento, lo sorprendió desarbolándolo. Y con ellos llevará a cabo su...
(*) Cuaderno de un retorno al país natal: poemario de Aimé Césaire.
Reeditado en España por la Fundación Sinsonte con el título 'Retorno al país natal'. Diciembre de 2007. Zamora.
(1) El Lazarillo de Tormes, Anónimo.
Fdo: José María Amigo Zamorano
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José Mª Amigo Zamorano,
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martes, 20 de mayo de 2008
José Mª Amigo Zamorano: 'Fiat umbra', umbría muy luminosa
José Mª Amigo Zamorano: 'Fiat Umbra', de Isabel Escudero, umbría muy luminosa
Título: Fiat umbra; Autora: Isabel Escudero; Editorial Pre-Textos; Colección: La Cruz del Sur; ISBN: 978-84-8191-875-5; Ciudad: Valencia; Primera edición: marzo de 2008
Aun recordamos, a pesar del tiempo transcurrido, lo que nos contaba un labrador zamorano, el sr. Ezequiel Romero, que andará ya por cerca de los cien años, una mañana temprano, en el campo, en un descanso de la faena, mirando los tejados de un pueblo de Tierra del Vino, El Piñero, cuando una chimenea tras otra dejaba salir su estela de humo y comenzaba a teñirse de rojo la amanecida:
No, no se sabe. Pero en este caso llegó hasta nosotros.
Título: Fiat umbra; Autora: Isabel Escudero; Editorial Pre-Textos; Colección: La Cruz del Sur; ISBN: 978-84-8191-875-5; Ciudad: Valencia; Primera edición: marzo de 2008
Aun recordamos, a pesar del tiempo transcurrido, lo que nos contaba un labrador zamorano, el sr. Ezequiel Romero, que andará ya por cerca de los cien años, una mañana temprano, en el campo, en un descanso de la faena, mirando los tejados de un pueblo de Tierra del Vino, El Piñero, cuando una chimenea tras otra dejaba salir su estela de humo y comenzaba a teñirse de rojo la amanecida:
-¡Qué hermosas las mañanas ahora en verano! ¡Qué contento nos producen los días! Y no en invierno que a las cinco de la tarde está todo oscuro que parece de noche y se los llena todo de tristeza.
Fue un una reflexión corta, breve. Un chispazo, un relámpago poético. Un fogonazo natural de alegría que le atravesó el alma. Alejado, claro, de un quehacer poético escrito. Poesía de la comunión del ser humano con la naturaleza. Un pronto, un repente, un suspiro emocionado.
Solo hubiera necesitado, pero no sintió esa necesidad, un papel y un lapicero, o una pizarra y un pizarrín, para que hubiera quedado constancia escrita del momento.
-Porque, -dicen los campesinos-, lo escrito se puede leer y las palabras se las lleva el viento y no sabe uno si irán a parar a algún oído de persona para que pueda repetirlas.No, no se sabe. Pero en este caso llegó hasta nosotros.
Esos instantes irrepetibles, como los del sr. Ezequiel Romero, se hacen eternos cuando ruedan de boca en boca. Entonces se hacen populares. No son de nadie y son de todos. Son del común, como ciertas parcelas de tierra en algunos municipios.
Empero para ello, en tiempos como los actuales, en que todo, o casi todo, florece y se mustia al poco rato, es imprescindible plasmarlos en letra impresa para que otro, uno cualquiera, pueda, al leerlos, ante un auditorio de amigos, sentirlos como propios y al mismo tiempo comunes en comunión con los demás.
La poesía, sin voz, sin música que nos acaricie el oído, no es casi nada; es, si acaso, tristeza de tinta que ha de borrar el agua o papeles que llevará el viento, al decir de Rafael Alberti.
Pues bien, para que la poesía pueda hacerse de todos y con todos música, palabra, emoción comunal... logre enraizarse entre la muchedumbre... por y para ese empeño ha venido recogiendo Isabel Escudero en escritura los instantes breves, los momentos fugaces que, en el trajín de sus días, alumbran su cotidiana existencia; esos fogonazos, esos relámpagos, esos chispazos escritos son como un diario de deslumbramientos: 'Relumbres de la mañana: / el rocío / en la telaraña'.
Por la mañana, por la tarde, por la noche; en la solana o en la umbría. En cualquier momento. Sobre todo en la umbría. Así se ven más claras, más brillantes, las cosas. No por casualidad el poemario de Isabel Escudero se titula 'Fiat Umbra' que ahora, en marzo de 2008, acaba de sacarle a la luz la Editorial Pre-Textos.
Un poemario donde ha querido dejar constancia de sus momentos. Momentos prendidos del universo humilde que le rodea, de pequeñas emociones que la naturaleza le trasmite, de reflexiones sobre la vida y sobre la muerte. Siempre alegres, luminosas, nada fúnebres. 'Tú y yo, / como la uña y la piel, / pero una astillita / le dio por joder'. Pudiera decirse que ha apartado lo oscuro, lo tenebroso de si. No dejando que el invierno amargue los días placenteros de la primavera y el verano. No permitiendo que haya una astillita que le de por joder. Que le entristezcan, como al sr. Ezequiel Romero, los días oscuros de la estación invernal.
lunes, 19 de mayo de 2008
José Mª Amigo Zamorano: Sereno declive del tiempo en Fiat Umbra
Amigo Zamorano: sereno declinar en 'Fiat umbra'
Pues eso... qué vamos a decir nosotros si ya lo dice el profesor...
Con el rostro iluminado por una sonrisa nos comunicó Isabel Escudero la salida de un nuevo libro de poesías, suyo, titulado 'Fiat Umbra', que la Editorial Pre-Textos acababa de sacar al mercado. Estaba muy alegre. Y con razón: no a todos le publica una editorial tan prestigiosa.
Conocemos, un poco, a Isabel Escudero. Su poesía. Su empeño poético. Su laborar cantando. 'Coser y cantar' se rotuló uno de sus libros. Su lucha por la lectura en voz alta de la poesía. De modo que nos hemos dejado llevar por la caricia de las palabras. Por su rima. Su ritmo. Su cadencia. Por su música: 'Traca de trinos / trizan / la copa del pino'. Pasamos la vista por sus versos leves, ligeros, como lo hacemos, caminando, con las florecillas del sendero, dejándonos llevar por la belleza de su colorido. Sin detenernos a meditar en cada copla. Sin preocuparnos por los detalles. Sin pormenorizar su contenido. En una primera lectura.
Igualmente dejamos que nuestro oído capte los trinos, deleitándonos con la música sin pararnos a meditar en las diferencias de uno y otro canto. Que solo la música nos lleve. Sin importarnos saber el pico que modula esa canción que acompaña nuestro alegre caminar: 'Canta la alondra; / quien la escuche, a ella / ¡qué le importa!'. Henchidos de gozo por todo lo que existe.
Aun 'No sé si debo / hacer ver a los otros / lo que yo veo'. Duda Isabel y con razón, dándose cuenta de que cada uno tiene su 'cadaunada' que le nace, que le brota, de lo que ha vivido, de su historia personal, pequeña pero historia al fin y al cabo. Y es suya y es nuestra. Hay quien le emociona la vista del oleaje de los campos de trigos, cebadas y avenas, enrojecidos de amapolas, ondulados por el viento. Pero a otros no les dice nada, acostumbrados, como están, a las oleadas de vehículos ritmadas por el sonidos de los cláxones, cogidos de la mano de su abuelo por las tascas del barrio de su urbe. 'En el espejo / la verdad se mira: / Si me parezco mentira'. Podemos preguntarnos: ¿Verdad o mentira? Y eso... qué mas da. Para unos es verdad absoluta porque es su vida y la reivindica. Y nadie, ni nada, va a distorsionar su poética leve, alegre, firme, su andar erecto por la vida. Y si algo le sale al paso con afán agresivo o feo lo neutraliza embelleciéndolo: 'Hermosura: / el sol sacando diamantes / de la basura'.
Muchos de los que lean el 'Fiat umbra' de Isabel Escudero, sentirán, como hemos sentido nosotros, una inundación de luz, claridad y alegría. Y, a pesar del título, sentirán un rejuvenecimiento. Ahora y en la hora de sus muertes. Notarán la primavera, aunque sea en el otoño o en el ocaso de sus vidas. Ahora y en la hora. Presente. La muerte. La muerte siempre presente. Pero no en danza macabra, en fúnebre cortejo, como en las 'Coplas a la muerte de su padre' de Jorge Manrique, sino con una cierta serenidad y con sonrisa, con la risa irónica de Pepe Bergamín, de quién cita unos versos de su último libro titulado, no por casualidad, 'Esperando la mano de nieve': 'Me estoy muriendo cada día / desde hace muchísimo tiempo; / no sé si desde que nací / soy un muerto de nacimiento'.
Esa reflexión irónica, casi a las puertas de la muerte, ilumina la vida y la muerte de los demás. Es como un bálsamo. Tranquiliza: 'Aquel aro de mi niñez / me va llevando / tras él'. Como tranquiliza la aceptación de la muerte como algo natural. Sin traumas. Para ello hay que irse preparando poco a poco: 'Cae la nieve / sobre el anciano: / cuando todo está escrito, / página en blanco'. Nombrándola. Citándola como cita el torero al toro. Mirándose al espejo de los ojos del toro. E ir contando de cuando en cuando las arrugas que el tiempo marca: 'A mis sesenta / aquí frente al mar: / olas que vienen y van'. Son como las llamadas de atención de la fugacidad del tiempo. De que él se va, primero con pasos de plomo y luego con pasos de pluma. De todo ello tratan también los versos de la poetisa de Quintana de la Serena (Badajoz)
Las citas nos indican, ya de paso, que la autora no ha variado su poesía; sigue siendo el proverbio, la copla, los haikus... estrofas de pocos versos... fogonazos, chispazos, bocaditos, pasteles pequeños... Cita a Machado (D. Antonio), muy admirado por la poetisa, a Bergamín (D. José), a Chicho Sánchez Ferlosio, o poetas japoneses cultivadores del haiku como Yosa Buson y Hobayashi Issa.
En las 190 páginas del libro, efectivamente, los deslumbramientos de esos chispazos o fogonazos son continuos desde el primero: 'Guadaña de luna / tiembla en el agua: / ¿de qué duda?' hasta el último: Mas por más atrás que miro, / no me acuerdo / de haber nacido'. Está dividido el libro en seis partes, anteponiéndole un soneto de D. Antonio Machado y una larga cita de D. Agustín García Calvo 'compañero de mis días' y terminando, 'a modo de epílogo', con el 'Elogio del Ciprés' de Horacio, en versión rítmica del ya mentado D. Agustín García Calvo.
En su reseña del diario ABC el profesor de literatura de la Universidad de Salamanca, García Jambrina, termina diciendo: 'Un oasis, en fin, de fresca tinta en medio de la aburrida pedantería literaria. Una canción que cuando suena, es de todos, porque, en verdad, no es de nadie. Ya lo dice la copla: 'Para que no sea del todo / mía, con tinta robada escribo /
la poesía.'Pues eso... qué vamos a decir nosotros si ya lo dice el profesor...
miércoles, 14 de mayo de 2008
José Mª. Amigo Zamorano: Lectura social del 'Cuaderno' de Césaire
Título en francés, en el original: Cahier d'un retour au pays natal
Rótulo en castellano: Retorno al país natal
Autor: Aimé Césaire
ILustraciones: Wifredo Lam
Grafismo: Spectre
Edita: Fundación Sinsonte
Ciudad: Zamora
AÑO: 2.007
Aimé Césaire, el poeta antillano, fundador, con Senghor y otros, del movimiento Negritud, nominado para Premio Nobel en numerosas ocasiones, murió el jueves 17 de abril de 2008. Había nacido en Basse-Pointe (Martinica) el 26 de junio de 1913. Su poemario más citado Cahier d'ún retour au pays natal (Cuaderno de un retorno al país natal) comienza a escribirlo a los 26 años en París, donde estudiaba, y lo publica, poco después, en la revista Volontés el año de 1939. Hay otras ediciones de él en años posteriores, corregidas y aumentadas.
Para el lector castellano publicó una traducción la escritora cubana Lydia Cabrera en 1942/45? siguiendo la primera versión del 'Cuaderno', de la que, numerosos autores, hablaban y prácticamente innencontrable. Que sepamos, ninguna otra traducción a nuestro idioma se ha vuelto a hacer. Como tampoco fue reeditada, hasta que, el año pasado, 2007, lo hizo una pequeña editorial, Fundación Sinsonte, radicada en Zamora, con el título original que le puso antaño la escritora cubana, 'Retorno al país natal', pero aumentada con poemas que le agregó su autor para la edición francesa de la revista 'Presence Africaine'. Estos versos añadidos aparecen en color, para diferenciarlos de los traducidos por Lydia Cabrera, informándonos de que han sido volcados al castellano por otra cubana, Lourdes Arencibia.
Esta reedición es, sin duda, un acontecimiento cultural de primer orden. Pero nos tememos que pasará desapercibida, para el gran público, al ser, como es, esta editorial una pequeña empresa con apenas 3 o 4 títulos y con escaso poder de penetración en el mercado. Además, las grandes editoriales ya se encargarán de que no tenga ni un segundo de publicidad ya que ellas copan ordenando lo que es y no es importante, dentro de la cultura impresa.
Y por otra parte, razones de índole económica ya que el todopoderoso mercado impone su ley, no estando este tipo de literatura muy acorde con los gustos del lector de este tiempo. El amodorramiento de las masas no apetece de un libro que les haga despertar de su modorra. Y el avance del racismo en toda Europa no hará muy atractivo a este autor que, para más inri, es negro. Como lo son los pobres que quieren asaltar el paraíso europeo en pateras, cayucos... hartos de pasar hambre. Atraídos por el escaparate multicolorista de los medios de comunicación social.
Y, en llegando a las urbes, descubren que no es, todo lo que brilla, oro. Que el oro real está en manos de unos pocos. Hallan de golpe la miseria, los mendigos, las ratas que son universales y no estaban en el escaparate. Y encuentran en España a 8 millones de pobres, según las estadísticas, que no se veían en el mostrador. Y ya de paso, se enteran de que la mayor parte de los jóvenes ganan menos de 1.000 euros. Y los llaman mileuristas. Si, esos que no tendrán una casa en su puta vida. Y son autóctonos. No foráneos. Son del país. No extranjeros. Son hijos de la patria. Son de España. ¡Cazi na!
Bien, para esos jóvenes mileuristas, para esos que apenas tienen para ir tirando, pero que aun no conocen las ratas universales, ni los cartones donde se envuelven los mendigos para poder dormir un poco calientes, ni las llagas, ni el hambre hambre, para todos ellos sería muy conveniente leer esta primera obra de Aimé Césaire. Una lectura poética muy aleccionadora. Una cura de humildad. Una arcada intelectual. Les revolvería, quizás, las tripas e insuflaría un ánimo ciertamente revolucionario. Se darían cuenta que, la solo bulla rockera, no les conducirá a liberarse de sus múltiples esclavitudes. Que los matrix peliculeros deben ser ellos mismos, reunidos en muchedumbre, pero no esa 'extraña muchedumbre que no se junta, que no se rebela; hábil en descubrir el punto de castración, de fuga, de desvío', advierte Césaire; esa que 'se arrastra sobre las manos sin que jamás le venga en ganas hendir el cielo cobrando una estatura de protesta'.
Para comprender este libro haya que leerlo 'al morir el alba' (utilizamos la frase muy repetida del autor) y exclamar (como el poeta) ya desde el principio: 'lárgate, jeta de policía, cara de vaca, lárgate, odio a los lacayos del orden y a los abejones de la esperanza'. Porque no la hay, porque no existe, ahí, flotando, como una dama hermosa. Está en uno mismo como muchedumbre. Como clase de esclavos. Y cual esclavos necesitan dejar de serlo, pero para ello tienen que retornar a si mismos. Como son: una mierda jincada en un palo tomados así: uno a uno.
En el prefacio a este libro que comentamos, Lourdes Arencibia dice: 'las Antillas aparecen como el reino del engaño, la mentira, la resignación, las falsas promesas y el silencio'. Bueno, pues así se nos mostraría Europa a cada uno de nosotros, tras ese retorno al centro de cada uno, tras ese viaje introspectivo: una Europa de los mercaderes, de unos pocos, que son el Capital, donde reina la precariedad, el tente mientras cobro, la insolencia del jornalero prácticamente sin un euro, la ignorancia, estupidez y el orgullo de ser blanco, mientras se ríen, a carcajada limpia, por ejemplo, es un ejemplo, los banqueros blancos, negros, amarillos o aceitunados.
Ese viaje, es un viaje desde la altura. Al morir el alba. Al rayar el día. Desde un cielo o firmamento. En planos casi cinematográficos: la ciudad en su conjunto que se nos acerca, mostrando, cada vez más, los detalles: el barrio; la calle; las casas... hasta aterrizar de golpe: en golpe doloroso, en tremendo golpazo. Es como si bajáramos de un cielo nebuloso, o estrellado, de fantasía, hasta el áspero suelo de la tierra, dándonos una gran hostia en la cabeza; y justo precisamente 'donde derrama el mar sus inmundicias, sus gatos muertos, sus perros reventados'.
Es la primera parte de la aventura, pues nada más tocar tierra hay que proseguir el camino. Partir. Para hacerse hombre. Pero una clase de hombre especialmente sensibilizado: 'seré un hombre judío / un hombre cafre / un hombre hindú de Calcuta / un hombre de Harlem que no vota...'
Partir. 'Y regresando me diría a mi mismo: y sobre todo mi cuerpo y también mi alma, guardaos de cruzar los brazos en actitud estéril del espectador, pues la vida no es un espectáculo, un mar doloroso no es un proscenio, un hombre que grita no es un oso que danza...'
Aimé Césaire lo escribe al principio de la partida. Lo hace como principio. Pero es conclusión final de viaje. Finiquito de una jira por el mundo. Lección primera que nos da la vida: hay que comprometerse, remangarse los brazos, meter las manos en el barro, en el cieno, en el limo, en el barrizal, en el légamo... para mostrarlas en alto, al claro pentagrama del día, para que resalten. Lo hace, a su vez, con la malévola y meridiana intención de sacudir a los parados, demostrando, así, que no va a permanecer quieto, inmovilizado, inerte, sentado en el poyo, a la puerta de su casa, para ver pasar el cadáver de su enemigo. No. Quiere actuar, moverse.
Ejemplos, modelos, héroes, mártires, los tienes a paladas. Pero escoge uno: Toussaint, Toussaint Louverture. El cochero. El cochero haitiano. El cochero haitiano esclavo. Que se levantó en Haití. Que sublevó a la negrada esclava. Que la puso en pie. Y logró la primera victoria: el ser libres. 'Es mío / un hombre sólo preso de blancura / un hombre solo desafía los gritos de la muerte / blanca', aludiendo a la agonía de Toussaint, el rebelde, en la cárcel helada de Francia, donde murió, lejos de su cálida Haití natal.
Y todo el cuaderno, todo el poema en prosa son '¿Palabras? Ah si, palabras', dice Césaire. Añadiendo:'Quien no me entiende tampoco entenderá el rugido del tigre'. Y, si, todo el poema, del gran poeta antillano, de influencia surrealista, es un rugido violentísimo. Gritos, aullidos, frémitos. Porque sabe, como sabemos, y como intuyen todos los mileuristas españoles más avanzados, todos los trabajadores europeos mas conscientes, todos los asalariados del mundo con conciencia de clase, que a pesar de 'no haber inventado ni pólvora ni brújula', 'ni explorado mares ni cielos', 'se han encorvado de tanto arrodillarse' y sin embargo 'sin ellos la tierra no sería la tierra'.
'Y yo me digo Burdeos y Nantes y Liverpool / y Nueva York y San Francisco / ni un pedazo de este mundo que no lleve mi impresión digital'. Constata Aimé Césaire con orgullo.
Pero en un viaje de retorno, después del partir, en llegando no se va a poner a halagar a sus conciudadanos de la Martinica. No va a acariciar los oídos. No lo ha escrito para eso. Si lo leemos hoy, ahora, en este momento, nos quedarán prendidos en el ojal de la memoria estos versos: 'Me niego a considerar mis hinchazones como glorias verdaderas / y me río de mis antiguas imaginaciones pueriles', porque 'quiero convenir que fuimos, en todos los tiempos muy ramplones lavaplatos, limpiabotas sin embergadura, y considerando las cosas lo mejor posible, hechiceros bastante concienzudos siendo el único record indiscutible que hemos batido el de la paciencia en soportar el látigo...'.
Pero en un viaje de retorno, después del partir, en llegando no se va a poner a halagar a sus conciudadanos de la Martinica. No va a acariciar los oídos. No lo ha escrito para eso. Si lo leemos hoy, ahora, en este momento, nos quedarán prendidos en el ojal de la memoria estos versos: 'Me niego a considerar mis hinchazones como glorias verdaderas / y me río de mis antiguas imaginaciones pueriles', porque 'quiero convenir que fuimos, en todos los tiempos muy ramplones lavaplatos, limpiabotas sin embergadura, y considerando las cosas lo mejor posible, hechiceros bastante concienzudos siendo el único record indiscutible que hemos batido el de la paciencia en soportar el látigo...'.
Si, reconozcámoslo, a pesar de estar jodidos, de estar machacados por muchas horas de currelo, por menos de 1000 euros al mes, angustiados por hipotecas que cuelgan de nosotros como sogas, del dolor del cabeza cada vez que llega la letra del coche y un largo etcétera, nosotros, muchos, muchísimos de nosotros, morimos sin un lamento. Luego... hay que reconocerlo, también soportamos pacientemente el látigo.
Esto es 'cómico y feo', Aimé Césaire pone con mayúsculas la comicidad y fealdad de su acción: en alguna ocasión se ha reído de algún hermano, como nos hemos reído de nosotros mismos pensando que nos reíamos del vecino. Por eso deberíamos cambiar. Llenarnos de humildad y valentía. Y prorrumpe Césaire: '¡Hacedme rebelde a toda vanidad, pero dócil a su genio / como el puño al extremo del brazo!'; 'ha llegado el tiempo de ceñirme la cintura como un valiente. / Mas (al hacerlo) preservadme, mi corazón, de todo odio'. '¡Ved el árbol de nuestras manos! / Gira para todos', 'para todos trabaja la tierra'.
Ha encontrado su sitio Aimé Césaire. Ha hallado su lugar en el mundo. Retornado a si... : 'Y ahora estamos de pie mi país y yo, al viento los cabellos, mis manos pequeñas en su puño enorme y la fuerza no está en nosotros, sino por encima de nosotros, en una voz que perfora la noche y el oído con la agudeza de una avispa apocaliptica'. ¿Es el final del camino?...
Casi al instante se da cuenta que su lucha no termina ahí, 'pues no es cierto que la obra del hombre ha terminado', 'mas la obra del hombre apenas ha comenzado'.
Por eso, porque no ha terminado el camino, mileuristas de todos los países, uníos por encima de razas. Hay aun mucho por hacer. Ligaos todos. Decidlo con Aimé Césaire:
'Liga mi negra vibración al ombligo / del mundo. / Lígame áspera fraternidad'.Pronunciadlo. Total, nada tenéis que perder. Porque nada tenéis. Ni tan siquiera una puta casa donde meter el culo. Seguro. A no ser que os mováis como una muchedumbre organizada. Y eso... está por ver.
martes, 13 de mayo de 2008
Isue Hernández, hijo de amigos, promete
Hoy, y por una vez solo, nombramos a un deportista. Esperemos que ninguna vez más. Decíamos que, por solo una vez, mentamos a un deportista. Estamos influidos, ¡qué se le va a hacer!, por aquel director de la Escuela de Magisterio de Zamora, apellidado Datas, si mal no recordamos, que le rompió las actas, según se decía, a un profesor de Educación Física exclamando: ¡Pero tu que quieres hacer, maestros o titiriteros!
Pero hoy, si, nos alegramos porque hemos leído en Internet que el hijo de unos amigos es una figura de baloncesto. Vamos, que promete. A sus 18 años dicen que es un fenómeno. Se llama Isue Hernández. Cuando sea más famoso y vaya a jugar al seno del 'monstruo', como nombraba José Martí a los USA, podrá decir que es grande y original hasta en el nombre: solo hay dos: él y nuestro hijo: del que su padre lo tomó prestado.
De modo que nuestra felicitación a estos amigos, algo habrán hecho para que su hijo sea una figura. Nos suponemos.
jueves, 1 de mayo de 2008
Iswe Letu: Trato vejatorio
Luchando contra el racismo:
Como viene siendo cada vez más a menudo, el racismo enseña sus uñas de gata malparida. En España. Los malos tratos policiales, también. En este caso una venezolana ha sido vejada por la policía española.
Pueden leer en el blog que les indico mas abajo la carta de protesta que ha dirigido al presidente Zapatero.
Quede aquí constancia con esto de nuestra indignación por tales hechos. Y como protesta contra ese racismo que, además, solo se aplica a gentes sencillas. Los del dinero son respetados sean de la raza que sea.
Esta es la dirección donde se puede leer la carta:
http://www.espacioblog.com/c-rmencit-/post/2008/04/28/dirigido-al-sr-jose-luis-zapatero#c3159096
http://www.espacioblog.com/c-rmencit-/post/2008/04/28/dirigido-al-sr-jose-luis-zapatero
http://www.espacioblog.com/c-rmencit-
Como viene siendo cada vez más a menudo, el racismo enseña sus uñas de gata malparida. En España. Los malos tratos policiales, también. En este caso una venezolana ha sido vejada por la policía española.
Pueden leer en el blog que les indico mas abajo la carta de protesta que ha dirigido al presidente Zapatero.
Quede aquí constancia con esto de nuestra indignación por tales hechos. Y como protesta contra ese racismo que, además, solo se aplica a gentes sencillas. Los del dinero son respetados sean de la raza que sea.
Esta es la dirección donde se puede leer la carta:
http://www.espacioblog.com/c-rmencit-/post/2008/04/28/dirigido-al-sr-jose-luis-zapatero#c3159096
http://www.espacioblog.com/c-rmencit-/post/2008/04/28/dirigido-al-sr-jose-luis-zapatero
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