Decía Machado, creemos recordar, ‘hoy es siempre todavía’.
Tal vez quería decir que las cosas esenciales no han cambiado tanto como para que sean irreconocibles hoy en día, no han cambiado tanto como para decir, por ejemplo, que no se parecen en nada con lo pasado. Hoy es siempre todavía. Y al caso que vamos referirnos le viene eso de que estos lodos proceden de aquellos polvos que ni anillo al dedo. Efectivamente, leyendo, a los escritores y poetas que antaño, si se puede decir antaño, luchaban por un mundo mejor librándose de opresiones nacionales y de explotaciones capitalistas, sus escritos y sus poemas ahora, en los que latía entonces una vena de esperanza todavía, ante el presente de miseria de sus pueblos, miseria unida a la opresión de sus naciones por el colonialismo e imperialismo, no podemos por menos de compararlo con lo que ocurre hogaño: la misma miseria o mayor, sus naciones que, independizándose, se hallan oprimidas por el neocolonialismo; es decir: dirigidas por líderes si por autóctonos, con fuerzas de seguridad indígenas, pero laborando para el engorde de los antiguos países coloniales o imperialistas que siguen llevándose la parte del león. Y cuando desean ser libres de verdad son agredidos con cualquier disculpa, o les montan un golpe de estado, o los invaden simplemente.
Esos escritores no conocían, no podían conocer, los atentados de las Torres Gemelas, la matanza de Madrid, del 11 de marzo, porque escribían por los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo. Pero, repetimos, leyéndolos ahora nos parece que están describiendo el estado de ánimo de las masas de los países pobres, hoy, donde late una violencia difícil de concebir en estas sociedades occidentales, desarrolladas, cuyos mínimos elementos para sobrevivir están, relativamente, asegurados y cuya moral es tal que el obrero espera a que lo condecoren tras de una vida de leales y obedientes servicios. Es cierto que, de vez en cuando, los expulsan del trabajo y se llevan los dueños todo el achiperre industrial a otros países, y que otras veces, esos obreros, consienten en que le rebajen sus salarios con tal de que pueda seguir recibiendo los mil euros mensuales que no dan para mucho, pero les permite algunos lujos. De modo que la Violencia que se encuentra en esos escritos o poemas de poetas de países, por ejemplo africanos, no sería entendida aquí y ahora.
Este mundo occidental en que vivimos ha sido forjado en el robo, no otra cosa fue el llamado colonialismo o imperialismo. Los franceses o ingleses sobre todo, pero también otros de menor cuantía, tenían repartida Africa para ellos. Todo lo que sacaban les salía, además, barato por el trabajo semiesclavo en las colonias. Al contrario, los pueblos colonizados no tenían, apenas, qué comer aun estando en su propio país. Contraste más infame si cabe pues estaba a la vista: por un lado los barrios miserables de los autóctonos y por otro los casas luminosas, amplias, relucientes de los invasores. Franz Fanon, en Los Condenados de la Tierra, lo describe muy bien: el árabe, pues su obra trata del caso argelino, desea la casa del invasor, echarse en su cama y, si es posible, con la mujer del Amo. Hasta ese extremo de violencia.
Ahora, el cuadro ha cambiado de personajes, pero la diferencia de unos barrios con otros es similar: mientras unos viven hacinados en barrios miserables con casas de pocos metros, las mansiones de los dirigentes o funcionarios siguen brillando desde la lejanía que es desde donde las ven los trabajadores.
Habría que decir que en Occidente la desigualdad de clases es la misma, pero el contraste queda atenuado, disimulado. Los dueños del tinglado han conseguido que la clase obrera se considere privilegiada y además está dirigida por unos individuos que reciben el nombre, muy significativo, de aristocracia obrera. De este modo, la población trabajadora del llamado Occidente está enfrentada a la de los países pobres: no ve al explotador occidental, solo se tropieza con el árabe, negro, ecuatoriano… con los que se parte el cuello por el hueso que le tira el patrono: los mil euros al mes o bastante menos.
Curiosamente los jefes (no todos, pero casi) de ambos mundos se llevan de maravilla: se reúnen, comen, beben juntos, porque son conscientes de pertenecer a la misma cueva de Alí Babá. Claro, unos roban más y otros menos: los jerifaltes del primer mundo, los ‘demócratas de toda la vida’, expolian a los propios países y a los ajenos; los poderosos de los países pobres, solo a sus pueblos; por tanto el botín es desigual: los primeros pueden dejar caer algunas migajas para sus trabajadores; los otros, se lo comen todo.
Mas, también había antes y hay ahora, personas, individuos, incluso sectores que intentan superar situaciones injustas, mediante su pluma o su acción. Son los más avanzados, los más sensibles, los más honrados, los más generosos. Ponen toda su sabiduría, su cultura, su buen hacer, incluso su vida, en aras de una solución a la miseria de su pueblo, al atraso de su nación. Un ejemplo de ello fue Franz Fanon. Los Condenados de la Tierra fue su obra cumbre. En ella analiza en primer lugar la Violencia. ¿Por qué? Porque estaba en el ambiente como la única alternativa con garantías de desmontar todo el tinglado colonial. Su palabra, empapada en la llaga purulenta de su entorno, echaba chispas. Se reverenciaba esa Violencia de los oprimidos como una partera capaz de dar a luz una nueva sociedad donde la desigualdad sería rechazada en pos de una especie de socialismo no muy concreto, un tanto etéreo. Había una esperanza. Había algo por lo que luchar.
El poeta David Mandessi Diop llega a decir: ‘escucha tu voz / es ese grito atravesado de violencia / en ese canto guiado solo por el amor’. A pesar de la situación desesperada, se vislumbraba algo y querían guiarlo por amor. Que lo diga él, es muy significativo ya que en sus poemas había denunciado el martirio de los pueblos pobres esclavizados: ‘El Tiempo del Martirio se titula un poema que dice: El Blanco mató a mi padre,/mi padre era altivo./El Blanco violó a mi madre,/mi madre era hermosa./El Blanco agobió a mi hermano bajó el sol de los caminos,/mi hermano era fuerte./El Blanco volvió hacia mi/sus manos rojas de sangre/negra/y con su voz de Amo:/¡Eh chico, una butaca, una toalla, agua!. Con esto había dicho todo: el poema es una bomba de relojería. Él que había también escrito acerca de ‘las raíces de nuestras manos profundas como la revuelta’ y que por tanto eran manos ‘crispadas en el abrazo del combate’. Con todo, querían guiarse por el amor.
Los versos de otros poetas también despedían llamas: Cesaire, Alfa Ibrahin Sow, Siriman Cissoko, Boñini… en fin, la mayoría de las plumas llevaba inoculada la Violencia: la veían, la tocaban, la comían…: eran testigos de la tremenda Violencia del Colonizador, del Amo, que había arramplado con todas las tierras y riquezas de los habitantes del lugar. Tan contaminados estaban por esa Violencia que otro poeta Epanya-Yondó tuvo que exclamar: ‘¡Alcémonos primero contra esa violenta marea!’ Se daban cuenta que con semejante actitud, con esa violencia sin organizar, eran como ciegos con una pistola; en realidad: borregos conducidos hacia la represión brutal del Amo que tenía un ejército armado hasta los dientes. Lamín Diajaté lo expresó en magníficos versos: ‘De una marejada de violencia/ surgió tu nombre/ ahí estás, emerges / de la babosa muchedumbre/tus ojos fulminan a los frenéticos/es el camino del saber que han querido prohibirte’.
Tenían esperanzas. Querían organizarse. Tocaban el horizonte. Pronto saldría la aurora a pesar de la negrura de la noche: La Independencia, el Socialismo.
Pero ha pasado el tiempo y las palabras permanecen vigentes: hoy es siempre todavía. De aquellos polvos estos lodos: las Independencias no solucionaron nada, el Socialismo fue una filfa. Los pueblos están más hambrientos, las esperanzas se han desvanecido en la Tierra y solo les quedan las alturas: ¡Alá es grande!, gritan. Y se subieron hasta las Torres Gemelas para derribarlas. Ya que no queda salida en la tierra, pues… ¡a volar por los aires! Los muertos irán al Paraíso Celestial. ¡Matan a nuestros hermanos palestinos!, declaran encendiéndose. Y con los ojos brillantes que parecen estar vislumbrando un mundo libre de las miserias de esta vida, añaden: ‘Moriremos matando’. ¿A quién? A cualquiera que se presente por delante si es de este Mundo Occidental que vive en la holgura a cuenta de sus riquezas robadas.
Esa Violencia de los poetas de la Independencia está ahí, alimenta a las nuevas generaciones. Es una Violencia Ciega, desesperada, irracional. Se ha encarnada en la Guerra Santa. Les han cortado todos los caminos, llevándolos a un callejón sin salida. De momento. Y por lo que vemos unos utilizan las bombas y otros ensayan el asalto por tierra, mar y aire. Los bárbaros están a las puertas. No sabemos si los poetas, que hemos citado, habrían apoyado estas posturas sangrientas de Las Condenados de la Tierra, aunque Patrice Kayo escribía ya estos versos:
‘Ignoro todos los senderos
Pero tengo la paciencia del peñasco
Y no partiré
Dejándote sola
En la turba de tu sufrimiento
Y en el hedor de tus llagas’